El resultado de las últimas elecciones legislativas encierra, entre otras muchas, esta singular paradoja: Pedro Sánchez cree que la gente lo votó a él, aunque en realidad estaba votando al PSOE; y la gente creyó votar al PSOE, aunque en realidad estaba votando a Pedro Sánchez.

Hoy, todo el PSOE es Pedro, pero lo es de una forma confusa, provisional, arriesgada: el destino de los socialistas como partido está en manos de un solo hombre que hasta ahora ha demostrado que sabe ganar, pero al que le queda por demostrar que también sabe gobernar.

Desde las menguadas baronías del Partido Socialista se escuchan voces recelosas con Ferraz, pero no abiertamente contrarias… todavía. Por fortuna para Sánchez, entre esas voces no está la de Susana Díaz.

El silencio de Díaz

Martes 27 de mayo. Puede que ni el propio Pedro imaginara en aquel momento hasta qué punto habría de serle provechoso el armisticio firmado con la líder andaluza tras las municipales y autonómicas del 26-M: a la postre, aquel abrazo de conveniencia ha resultado providencial para Pedro, que hoy estaría en muchísimos más apuros de los que ya está si la poderosa federación del sur sumara su voz a la de los Page, Vara, Guerra, Borbolla… En opinión de todos ellos, Pedro ha situado al Partido Socialista al borde del acantilado, donde un paso en falso puede resultar fatal no tanto para el país como para el propio partido.

Con aquel pacto de finales de mayo, Díaz se salvaba a sí misma, pero Pedro -y en no menor medida- hacía lo propio. La duración -y la durabilidad- del acuerdo depende, en todo caso, de factores y variables cuya deriva es por ahora imposible de predecir.

Nada es gratis

Por lo demás, nadie desconoce que el silencio territorial de Díaz no es fruto de la sinceridad sino del compromiso de lealtad adquirido en primavera con Sánchez. Ese silencio vale hoy su peso en oro, aunque a la propia expresidenta no le esté saliendo gratis.

Ciertamente, Díaz está recibiendo no pocos reproches por callar ahora ante Sánchez, pero tales recriminaciones no dejan de ser gajes del oficio que, además, provienen de los mismos que antes la atacaban por hablar contra él.

Pero el silencio estratégico de Díaz es algo más que el fruto del acuerdo con Sánchez. En realidad, y salvo algunos, todos en el Partido Socialista guardan un silencio similar. Hoy, todo es silencio en el PSOE. Silencio embarazoso, pero necesario. Silencio a la vez inquieto y esperanzado.

Pedro y solo Pedro

Todos en el PSOE saben que ha sido Pedro y solo Pedro quien los ha metido en este lío, pero también saben que no es el momento de interferir el delicado trabajo de los negociadores socialistas, sentados con Esquerra Republicana de Catalunya al borde del acantilado y soportando con estoicismo los vientos contrarios que, procedentes de su derecha, intentan arrojar al abismo a la frágil entente republicano-socialista.

El futuro de la legislatura y del propio Pedro Sánchez está hoy en manos de Esquerra, pero también los independentistas catalanes están al albur de fuerzas que no controlan: sentados a solo unos metros del abismo, un paso en falso y Puigdemont soltará sus mastines.

El PSOE debe tener mucho cuidado con lo que da, pero Esquerra debe tenerlo con lo que pide. Para Pedro, dar más de lo que admitirían los votantes socialistas sería letal. Para Esquerra, pedir menos de lo que admitirían los votantes republicanos sería arriesgado, pero pedir más de lo que el Partido Socialista puede darles sería temerario. Pocas veces en España la política necesitó hilar tan fino. Veremos si hilanderas e hilanderos están a la altura de lo que les exige el paño.