Cuando en una ciudad de tamaño medio como Granada salen 40.000 personas a la calle porque están cabreadas con la sanidad pública, unas semanas después vuelven a salir las mismas personas por los mismos motivos y de nuevo varias semanas más tarde de nuevo salen las mismas miles de personas cabreadas por los mismos motivos que la primera vez y que la segunda vez, es que hay un problema. Y gordo.

En realidad, más que gordo dado dos ciudades más se han sumado a la ola de protestas. El hecho de que Huelva y Málaga –sobre todo esta última– tengan muchos menos motivos que Granada para sentirse indignadas o maltratadas por las autoridades sanitarias, casi carece de importancia. La historia política enseña que el encadenamiento de protestas ciudadanas no suele adoptar el formato de una suma aritmética, sino más bien de una progresión geométrica: cada nuevo factor no se suma con el anterior, sino que se multiplica.

Un asunto crucial

El Gobierno andaluz está perdiendo la batalla de la opinión pública en un asunto tan crucial del relato socialista como es el mantenimiento y la defensa de la sanidad pública. Dado que los tiempos son difíciles y las banderas escasean, alguien en el Partido Socialista tendría haber caído ya en la cuenta de que, además de pedir perdón a los usuarios y de decir que el PP y Podemos son muy malos, deberían hacer algo.

Los ataques del PP a la sanidad pública no son nuevos. Tal vez se hayan intensificado últimamente, pero nada más. Lo nuevo es que cada vez hay más gente que comparte buena parte de esos reproches porque sufre en sus carnes el deterioro de la joya de la ya de por sí frágil corona del sistema andaluz de bienestar.

La hora de los tiburones

Que la oposición siempre va a sobreactuar cuando el Gobierno se equivoca es una ley democrática inmutable: los partidos, estén en el gobierno o en la oposición, se comportan con sus adversarios como los tiburones con sus presas cuando éstas empiezan a sangrar. El Gobierno andaluz está sangrando por la herida de la sanidad, el PP y Unidos Podemos han olido esa sangre y, sencillamente, se han lanzado directos a la yugular.

Y como toda respuesta, el Ejecutivo y el partido que lo sustenta se pasan todo el día lloriqueando porque los tiburones de la oposición son muy malos y muerden. ¡Pues claro que muerden!

¡Frenen esa sangría!

La Consejería de Salud que dirige Aquilino Alonso no está logrando frenar la sangría: ni la sangría política ni la sangría civil. Ni, por supuesto, la sangría propiamente sanitaria. El departamento de quien dependen los hospitales andaluces debería haber sido la primera barrera de contención política antes de que las aguas de la indignación ciudadana se aproximaran a los muros de San Telmo, pero lo cierto es que no lo está siendo.

A Alonso le está faltando destreza argumental y determinación política para hacer que baje de una maldita vez el nivel de las aguas. No es que el consejero no haga nada, que sin duda lo debe estar haciendo, es que parece que no está haciendo nada, y eso en política es letal.

La prima de Zumosol

Da la impresión de que el titular de Salud estuviera esperando a que sea la Prima de Zumosol quien, desde San Telmo, le plante cara a los tiburones. Alonso, antes eficiente viceconsejero de Salud, llegó a la consejería con fama de ser un gestor fiable. En la sombra pero fiable. El paso de la sombra de la viceconsejería a la luz de la consejería es una dura prueba que le está costando mucho superar. Naturalmente, cuando se tiene dinero esa prueba no es difícil de pasar; cuando, como ocurre ahora, las arcas están exhaustas todo es más complicado.

En todo caso, más allá de los errores cometidos en la gestión por al consejería –y en Granada han sido de mucho bulto–, a quien realmente amenazan los hambrientos tiburones es a la presidenta Díaz. En política, la carne de presidente es mucho más sabrosa que la carne de consejero.

Un recordatorio

El célebre –y electoralmente decisivo– eslogan oficioso ‘¡Es la economía, estúpido!, ideado por los estrategas demócratas para contrarrestar los éxitos del republicano Bush padre en política exterior, no iba solo en aquel paquete electoral de 1992. Otra de las frases que se incluía en los carteles de campaña de Bill Clinton era esta: ‘No olvidar el sistema de salud’.