Aunque seguimos muy pendientes del pronunciamiento constitucional del próximo día 16 en relación con los expresidentes Chaves y Griñán, lo que sí podemos afirmar ya es que con las sentencias que hasta ahora conocemos la verdad judicial que ha acompañado durante tantos años el proceso de los ERE, desde su controvertida instrucción hasta su anodino paso por la cúspide del poder judicial, ha sido reconstruida desde sus cimientos. La prefabricada verdad judicial ha saltado por los aires, como aquella figura que todos hemos construido con mondadientes entrelazados al que se arrimaba un misto encendido a uno de sus extremos y dejábamos que la pequeña e inocente llama hiciera su trabajo.

La inocencia de los importantes delitos que se atribuían a los condenados así lo certifica.

Para que se nos entienda bien, del silogismo de aquella condena judicial que consistía en hacer creer que se había ideado -a sabiendas- un sistema (las transferencias de financiación a la Agencia Idea) que apartándose del sistema establecido (el de las subvenciones y su fiscalización por la intervención) hizo posible que se desviaran fondos para atender circunstancias (y en beneficio de personas) que nada tenían que ver con los expedientes de regulación de empleo (ERE), con el consiguiente perjuicio a las cuentas de la Junta de Andalucía, se ha pasado a otro que certifica la legalidad del sistema.

Así, ¿qué se puede decir que no se haya dicho ya desde la sentencia de Magdalena Álvarez y de aquellas que hoy conocemos? e incluso diría más, que se vaya a decir durante mucho, muchísimo tiempo.

Hace unos días, entre partido y partido de la Eurocopa, tuve ocasión de volver a disfrutar de la película “matar a un ruiseñor”, magistralmente dirigida por Robert Mulligan e interpretada por Gregory Peck, y basada en la excepcional novela de Harper Lee. Más allá de cualquier generoso calificativo hacia ambas obras, que los tienen por méritos propios, baste recordar que fue galardonada con varios Óscar en 1963, entre ellos a la mejor película, al mejor director y al mejor actor, y con el Pulitzer a la mejor novela en 1960. Sin entrar en el trasfondo que tiene del tema racial en EEUU en aquellos años, la obra destaca por el ejemplo de moralidad e integridad del abogado Atticus Finch en su ejercicio profesional, la defensa del honor del inocente que lleva a cabo y sobre cómo los prejuicios pueden llevar a matar ruiseñores, que solo cantan y no hacen daño. Y eso es malvado.

Y me recordó el procedimiento judicial de los ERE en estos días. A lo largo de la película se nos dan algunas lecciones jurídicas que no me pasaron desapercibidas. Seguro que en otro momento sí, pero hoy no. Las creo magistrales. Y eso me sugirió hacer un tamizado de dichas lecciones con el proceso judicial vivido con los ERE y los sujetos responsables de las distintas conductas que vivimos entonces y ahora.

Las dos primeras lecciones serían las siguientes: “La ignorancia y el prejuicio son las raíces del odio” y “a veces la verdad es tan poderosa que se hará cualquier cosa por silenciarla”. Ambas estarían en línea con el espurio interés del PP en dicha causa, porque la motivación no era otra que conseguir por esa vía lo que nunca habrían conseguido a través de unas elecciones democráticas; de la instrucción realizada, esa que ahora nos permite concluir que falló más que una escopeta de feria por tener desviado el punto de mira; con la más que dudosa imparcialidad y credibilidad del peritaje de los interventores del Estado, resultado de su clamorosa impericia y falta de preparación para siquiera atisbar la bacalá que le habían reservado, o quizás sabiéndolo hicieron de su ignorancia el atrevimiento necesario para  hacer el ridículo más clamoroso; y con la caja de resonancia que prestaron algunos medios de comunicación que optaron por solemnizar las condenas antes de su enjuiciamiento, precursores desde hace varias décadas en la fabricación de bulos.  Trataban de matar a los ruiseñores. Esos atributos de odio y prejuicios han estado muy presentes. Y siguen estándolos.

De otro lado, creo que no habría otras que las dos siguientes para ser dedicadas a las personas encausadas / condenadas. “Nada es más valiente que enfrentarse a la injusticia, incluso si eso significa enfrentarse a tus propios amigos y vecinos” y “la verdadera valentía no es la ausencia de miedo, sino seguir adelante a pesar de él”. Y por demasiado tiempo añadiría. Sepan de nuestra alegría tras el disfrute de su momento. Salgan con la cabeza alta, con decidida mirada a quien se la sostenga, digan lo que les quisieron callar. Su valentía debe enseñar a muchos el camino cierto de la justicia justa.

Y, con todo mi homenaje, para las defensas sería la siguiente: “Incluso en los peores tiempos, siempre hay alguien que puede darte esperanza”. El convencimiento de la inocencia en muchos de nosotros se ha fundamentado en gran parte en su perseverancia para demostrar la verdad. Día tras día, semana tras semana, año tras año. Siéntanse orgullosos y sepan que tienen mucho de Atticus Finch. Es un elogio más que merecido.

Y, por último, a quienes quisieron a toda costa hacerlos culpables hasta que demostraran su inocencia les diría que “la mejor manera de aprender a entender a alguien es caminar en sus zapatos por un tiempo”. Pónganse en su lugar y pídanles disculpas, al menos ustedes que hoy se saben haber sido utilizados. Porque lo saben. Sean valientes, a pesar de lo que otros digan. No sean cobardes.

Quisieron matar a los ruiseñores, condenar políticamente a inocentes. Con el estigma que les han creado ahora afrontan el difícil reto de recomponer su maltrecha imagen. Ya no es tiempo de reivindicar su inocencia porque ya la tienen. Deberíamos reflexionar sobre qué ha fallado en una sociedad instalada en el odio, alejada de la verdad y la convivencia. Aunque algunos no lo quieran hoy sí son iguales que nosotros. Inocentes hasta que se demuestre su culpabilidad, no al revés.

Luis Miguel Jiménez Gómez
economista y diplomado en alta dirección de empresas. Presta servicios para la Junta de Andalucía desde 1985. Ha ocupado puestos de responsabilidad en distintos departamentos, como Salud, Servicios Sociales, Agricultura, Turismo y Deporte, Cultura, Cooperación para el Desarrollo y Fomento y Vivienda