Prestad atención, queridos niños, que esta historieta de hoy tiene mucho mensaje. Es una recreación del cuento infantil de Caperucita roja tomando como hilo la machacona campaña de propaganda del PP de Andalucía en la que exige la bonificación del 99 por ciento del impuesto de sucesiones. Veréis.

Había una vez una linda niñita que quería mucho a su mamá y a su abuelita. Como era tan buena tan buena, el día de su cumpleaños su abuela le regaló una caperuza roja.

–¿Y no podría ser azul la caperuza, abuelita?

–Imposible, Caperucita. Gasté todas mis existencias en el último congreso del partido. Me las quitaban de las manos.

–Bueno, qué remedio. Esta también es bonita.

El camino

Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el bosque, se puso enferma y la madre de Caperucita le pidió que le llevara una cesta con una empanada y un tarro de mantequilla. Caperucita aceptó encantada.

La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo, conocido militante socialista en toda la comarca, la vio y se acercó a ella.

–¿Dónde vas Caperucita?

–A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta.

-¿Casa? Dirás casoplón, que menuda choza tiene tu abuelita.

-Su trabajito le ha costado y sus buenos impuestos que paga por ella.

–Vale, niña, vale, era solo un comentario sin malicia. El caso es que yo también quería ir a verla, así que ¿cómo verías una carrera entre tú y yo? Tú vas por ese camino de la derecha y yo iré por este otro de la izquierda.

–¡Estupendo, qué diver!

La visita 1

El lobo, haciendo trampas como era su costumbre, mandó a Caperucita por el camino más largo y por eso él llegó mucho antes que ella a la mansión de la abuelita, donde se hizo pasar por la pequeña y llamó suavemente a la puerta. Lo que no sabía el malvado depredador de izquierdas es que un joven y apuesto cazador lo había visto llegar y se había ocultado astutamente tras unos arbustos.

–¿Quién es?, contestó la abuelita.

–Soy yo, Caperucita, dijo el lobo.

–Que bien, hija mía. Pasa, pasa.

Grave error: el lobo entró en la casa, se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado, ñam ñam. El muy ladino se puso entonces el camisón de la abuelita con el logotipo de la gaviota azul celeste bordado en el hombro derecho y se metió en la cama a esperar a Caperucita.

La visita 2

Pronto, queridos niños, se oyó un golpecito en la puerta.

–¿Quién esss?, contestó el lobo aflautando la voz y marcando mucho las eses para ocultar así su plebeyo origen andaluz.

–Abuelita, soy yo, Caperucita. Te traigo una empanada y un tarrito de mantequilla.

–Qué bien, ‘mi arma’, huy, perdón. Qué bien, hijja mía. Passa, passa.

Cuando Caperucita entró, encontró algo distinta a la abuelita pero lo atribuyó al cansancio de tantos años luchando sin éxito para expulsar al lobo del castillo desde donde con mano de hierro gobernaba aquellas soledades sometiendo sin piedad a sus inermes habitantes.

La conversación

–¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!, le dijo Caperucita.

–¡Qué remedio, hijita! Son para ver mejor a los enemigos socialistas que merodean por estos bosques en busca de incautos herederos de las clases medias y trabajadoras con el fin expoliarles el fruto del honesto trabajo de sus mayores.

–¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!

–Claro, son para oírlos mejor cuando intentan entrar sigilosamente en mi casa a robarme con su impuesto de sucesiones mi dinero, que algún día, por cierto, será todo tuyo, querida.

–Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

–Son para comerme mejor a los del PSOE, pero como ahora no tengo ningún a mano, ¡¡¡empezaré por ti!!!

El malvado bicho se lanzó sobre la pobre Caperucita y se la comió en un santiamén, ñam ñam. Como buen andaluz que era, después de zamparse a la pobre niña se echó una buena siesta el sofá de gamuza azul.

El héroe

Fue entonces cuando el cazador, para más señas de nombre Juanma y apellido Moreno, decidió entrar en la casa, donde encontró al lobo luciendo un enorme barrigón y roncando como un vulgar jornalero, sin duda beneficiario de la sopa boba del PER.

Así pues, sin temblarle el pulso empuñó el enorme cuchillo con el que destripaba a las bestias que cazaba y abrió en canal al lobo para rescatar a las dos últimas víctimas de su voracidad insaciable, pues no contento con expropiar con sus impuestos a las pobres gentes de aquellos contornos, además tenía el descaro de devorarlas, sin duda para aligerar de adherencias conservadoras el censo electoral.

–Hay que darle una lección a este maldito lobo, pensó el cazador Moreno.

Tras extraer intactas a Caperucita y a su abuelita, nuestro héroe llenó de piedras la tripa del lobo, se la volvió a coser con hilo azul celeste, le hizo una foto y la subió a Internet con esta leyenda: ‘Así acaban los que nos arrebatan el fruto del esfuerzo de toda una vida de nuestros padres y familias’. Firmado: Juanma El Justiciero.

El final

No hay un consenso general sobre el final del cuento. Unos dicen que el lobo bajó al río a beber agua, se cayó y se ahogó para siempre. Otros afirman que, en efecto, se precipitó al agua pero que en realidad nunca se ahogó, sino que, fiel a su leyenda, el muy cuco se hizo el muerto para engañar a todos.

Y hay quienes, más fantasiosos, aventuran que el lobo se recuperó de sus heridas, se presentó a las elecciones, volvió a ganarlas y nunca más se supo del apuesto cazador, que, abandonado por los suyos, vagó durante largos años por lo más profundo de la espesura hablando solo y repitiendo una y otra vez ‘Que no te cuenten cuentos, que no te cuenten cuentos, que no te…’.