La falta de respeto parece ser una constante en la conducta de Santiago Abascal y en el ADN de la extrema derecha española, donde la provocación y el menosprecio han sustituido al diálogo y la discrepancia razonada. Esta actitud trasciende la crítica legítima al Gobierno central y se proyecta incluso sobre quienes, como el Partido Popular, han compartido espacio político o acuerdos de gobernabilidad con Vox en distintos territorios. Lejos de distinguir entre adversarios y aliados, Abascal y los suyos reparten descalificaciones sin matices, como herramienta de presión para marcar perfil propio y agitar a su electorado más radical.

Un ejemplo revelador de esta estrategia se ha producido este martes, cuando el líder de Vox se ha referido de forma burlona al presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno Bonilla, al que ha rebautizado como “Juanma Moruno” en la red social X. Lo ha hecho al compartir una noticia crítica con la decisión de la Junta de destinar 1,2 millones de euros en ayudas sociales de 200 euros a familias con menores a cargo, incluidas extranjeras, por el incremento del coste de la vida.

Este tipo de choques no es nuevo. En Castilla y León, el deterioro entre el PP y Vox quedó expuesto cuando el presidente Mañueco despreciaba públicamente un documento presentado por los de Abascal, arrojándolo al suelo en mitad de un debate. En la Comunidad Valenciana, el presupuesto presentado por el Gobierno autonómico fue calificado por la oposición como fruto de la “extorsión de Vox”, reflejando el nivel de presión que ejerce el partido de extrema derecha sobre sus aliados.

A este tipo de episodios se suma la dinámica de constante imposición de condiciones por parte de Vox, que va desde el cuestionamiento de políticas sociales hasta la exigencia de control sobre áreas estratégicas en los gobiernos autonómicos donde tiene representación. En vez de asumir la responsabilidad institucional que conlleva formar parte de un Ejecutivo, Vox ha optado por tensar las costuras de las coaliciones, presentándose como un socio incómodo y vigilante, más centrado en marcar perfil ideológico que en gobernar con eficacia.

Estos desaires no solo demuestra el desprecio habitual de Abascal por las formas institucionales, sino que evidencia un patrón de comportamiento basado en el enfrentamiento constante, incluso con sus propios socios. El uso del insulto encubierto y la burla pública no busca el consenso ni la mejora de las políticas públicas, sino el desgaste del rival, aunque ese rival sea parte de su propio bloque. Vox se revuelve contra todo lo que no controle, lo que deja claro que su lealtad no es hacia el pacto, sino hacia la imposición de su ideología. Así, la extrema derecha deja claro que no distingue entre izquierda o derecha: su objetivo es dominar el relato y marcar territorio, aunque sea a costa del respeto político más elemental.

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