Muchos son los que, ante los acontecimientos que estamos viviendo estos días en el este de  Europa entre Rusia y Ucrania, se plantean la cordura del líder ruso Vladimir Putin. Tras el fracaso  de una negociación política sentenciada antes de empezar, Putin ha llevado su paquete de  amenazas al plano de la realidad, orquestando una serie de ataques sobre objetivos militares ucranianos con más de un centenar de misiles, tanto de crucero como balísticos. 

Pero ésta, es una historia que viene de lejos y sin cuyo conocimiento, no es posible comprender  los hechos actuales. 

Con el desmoronamiento económico, político y social de la Unión Soviética, con su punto álgido  en 1991, quince repúblicas soviéticas consiguieron en ese momento la independencia. Rusia, liderada entonces por Boris Yeltsin, se fijó entonces entre sus prioridades las relaciones con  Ucrania, debido a que ambos eran los países exsoviéticos más grandes en términos de potencial  económico. Esta decisión preocupó en Occidente, sobre todo en EE.UU., ya que vieron arriesgar  sus posiciones ante un acuerdo ruso-ucraniano, que podría conllevar un reflote estratégico de una Rusia diezmada precisamente por la caída de la URSS. 

Durante los años que siguieron a 1991, Rusia y Ucrania guardaron las composturas institucionales con la firma de tratados y acuerdos con el gas ruso como principal moneda de cambio. El acuerdo impedía a Rusia invadir regiones bajo el domino de Ucrania y, a cambio, esta enterraría cualquier aspiración para entrar en la OTAN.  

Este acuerdo fue visto desde la sociedad de ambos lados como traiciones y concesiones intolerables. La sociedad rusa (entre ellos Vladimir Putin, en ese momento mano derecha del  alcalde de San Petersburgo) interpretó como un abandono a su suerte a los millones de ciudadanos de habla rusa de Crimea, Donetsk y Lugansk, mientras que la sociedad ucraniana no  entendía que, tras una declaración de independencia, las bases rusas siguieran operativas en  Ucrania. 

En el año 2004, ya con el presidente Putin a la cabeza de Rusia, la relación ruso-ucraniana  empeoró tras la victoria en las elecciones del candidato Yushchenko (partido nacionalista y pro europeo). De hecho, sufrió un intento de asesinato tras ser envenenado con TCDD  y Ucrania acusó a Rusia de este suceso. Con el nuevo Gobierno ucraniano, Vladimir negoció la demarcación de las fronteras, y de nuevo los acuerdos con la OTAN, y la Flota del Mar Negro,  siempre con el gas sobre la mesa. 

En 2008, y antes del vencimiento del contrato sobre la Flota del Mar Negro, Rusia empezó a  evaluar la viabilidad de la prolongación del acuerdo. Desde el Kremlin se alegó que Ucrania había seguido manteniendo contactos con la OTAN durante la vigencia del tratado, y que la población de habla rusa se encontraba en una posición de discriminación en Ucrania, por lo que Rusia estuvo a punto de no prorrogar el acuerdo. 

Y aunque finalmente se dio continuidad al mismo, las relaciones entre ambos países se  tensaron aún más con el apoyo de Ucrania a Georgia en la guerra de Osetia, en la que Rusia se situaba en el otro lado de la mesa. 

Entre los años 2012 y 2013 Rusia ofreció a Ucrania la adhesión a la Unión Aduanera de la Unión Económica de Eurasia (CU EEU), como una medida de contrapeso económico a la UE, EE.UU. y China, pero Ucrania estaba pendiente de llegar a un acuerdo con la UE para su membresía, de  manera que rechazó todas las propuestas de integración, algo que sonó a  desprecio en un Vladimir ya de por si rencoroso. El asunto se redujo a una participación puramente simbólica de Ucrania en la CU EEU como mero "observador”. El gobierno ucraniano estaba liderado en esos momentos por Víktor Yanukóvich quien, a pesar de las fricciones,  terminó huyendo a Rusia ante un posible Golpe de Estado en su país. 

En 2014 hubo un cambio de gobierno en Kiev para intentar finalizar la crisis. El nuevo Ejecutivo fue puesto en duda por Rusia, que no reconoció al presidente Oleksandr Turchínov,  lo que acentuó la crisis entre ambos países. Solo un año después, Putin mostró su cara más fría  y calculadora vengando el cambio de gobierno ucraniano. Anexionó Crimea como resultado de un referéndum (ilegítimo según Ucrania), custodiado por las fuerzas militares rusas, que estuvieron presentes para garantizar la Paz en el proceso. ¿El pretexto? Una vez más el estado de discriminación de los rusoparlantes desde la expulsión del presidente Yanukovich, así como adoptar la voluntad del pueblo de Crimea tras el referéndum. Otorgar plena libertad para  la Flota del Mar Negro fue otro factor a tener en cuenta (aunque no decisivo) como reconoció  posteriormente el propio Putin. 

Tras la anexión, el líder ruso fue sometido a gran presión, no sólo por el gobierno ucraniano, sino por  toda la comunidad internacional pro OTAN. Desde ese momento, hubo una escalada de tensión militar en la zona, con presencia de tropas rusas en Crimea y Sebastopol. Ucrania lo sigue considerando un acto hostil, y contempla Crimea como una región temporalmente ocupada. 

Prácticamente al mismo tiempo, y es aquí donde comienza el conflicto actual, en otra región de Ucrania, situada al este (Donetsk y Lugansk), ambos países vuelven a enfrentarse. Esta vez, durante un alzamiento separatista apoyado de nuevo por el gobierno de Moscú, mediante el uso de tropas regulares en las hostilidades rebeldes, suministro de armas y apoyo financiero. Rusia siempre ha negado esta versión categóricamente, afirmando que es un conflicto interno de Ucrania, en el que ella solo actúa como mediadora, protegiendo de nuevo los derechos y  libertades de los rusoparlantes de la región. Finalmente, con la participación internacional, se  pudieron firmar unos acuerdos a finales de 2014, rotos estos días. 

Pero los ataques rusos a Ucrania de esta semana, ni son fruto de la casualidad, ni de la escalada dialéctica entre EE.UU. y Rusia por las opciones de adhesión de Ucrania al tratado OTAN. La realidad es que Putin ha seleccionado el momento con precisión casi quirúrgica. EE.UU., tras la  precipitada (y desafortunada) salida de Afganistán, no se encuentra con energía ni apoyos externos como para proteger a Ucrania de la escalada bélica. La UE, tras la marcha de Angela Merkel y en sus horas más bajas de popularidad entre los propios estados miembros, se  encuentra con una falta de liderazgo sin precedentes desde su fundación, pese a los esfuerzos  de Macron por recoger el testigo de la canciller alemana. La subida del precio del gas y, por  tanto, de la energía, acorta el recorrido de las sanciones a imponer a Rusia, principalmente por la dependencia europea del gas y petróleo rusos. La OTAN ha retomado conversaciones para la  firma de acuerdos con Ucrania, lo cual ha servido en bandeja a Rusia la excusa perfecta para ir a la guerra defendiendo sus fronteras ante su eterno enemigo, como ya amenazara el presidente  Kennedy en los 60 ante la instalación de misiles rusos en Cuba, inversa situación, a tan solo 90  millas de territorio americano. Y es que la debilidad mostrada por el presidente Biden en política exterior, no es algo que haya pasado desapercibido en estos momentos en el  Kremlin.

Putin lleva, no solo meses, sino años, midiendo la respuesta de sus rivales ante un  posible conflicto. Bueno, posible y real. Porque lo cierto es que Rusia lleva años en guerra con su entorno, tanto en lo que se denomina zona gris como en guerra híbrida, moviéndose entre ataques cibernéticos, propaganda de noticias falsas y manipulación de medios, y financiación encubierta de partidos políticos pro-nacionalistas (anti UE) en distintos estados europeos. 

Mucho se ha hablado estos días de la obsesión de Vladimir Putin por recuperar la malograda  Unión Soviética y su Telón de Acero, y esto es un sí, pero no. Cierto es que siempre ha declarado que la caída de la Unión Soviética es el mayor desastre geopolítico del S.XX, ya que introdujo un desequilibrio de potencias hacia la balanza norteamericana con trascendencia dramática para el  orden mundial. Pero, realmente, no tiene interés por recuperar la extensión, el sistema político y la  economía de la antigua URSS, sino su statu quo como primera potencia regional y una de las dos (y ahora tres con China) líderes del mundo. 

Y ahora, tras todo esto, la pregunta que queda es: ¿Qué pasará? ¿Continuará el conflicto armado en aumento hasta hacer inevitable la participación de terceros países?  

Si ya es difícil saber la reacción de un líder mundial cualquiera ante una situación de presión similar a ésta, mucho más complejo se hace saber qué hay dentro de la cabeza de un ex-espía ruso. Pero si Vladimir Putin cumple su propio patrón (y hasta ahora lo está siguiendo con  precisión), parece probable que, más allá de las sanciones económicas y comerciales, y las  infinitas palabras de condena que han ido llegando y llegarán, la comunidad internacional no apoye bélicamente a Ucrania. Esto hará que termine por acceder a negociar con Putin una salida honrosa para el país, y ésta pasará por los acuerdos de independencia solicitados por  el Kremlin, dejando preparada la futura adhesión de las regiones de Donetsk y Lugansk a Rusia. 

Y, por qué no, por recuperar el liderazgo del mar Negro. Ante estos acuerdos de paz, la  comunidad internacional presumiblemente rebajará parte de las sanciones impuestas, sobre  todo desde la UE, ya que reducir el comercio de gas, petróleo, cereales o minerales con los rusos perjudicará, sobre todo, a los europeos con la subida de precios, pese al compromiso americano de paliar esa situación. Probablemente EE.UU. sí mantenga las sanciones o, incluso, las endurezca, porque su objetivo es ahogar a su rival, no para debilitarlo en protección a Ucrania, sino como rival geopolítico.

*Luis Eduardo Pila Trenado es Analista Geopolítico