Durante horas nos hicimos ilusiones. Francisco Correa tiraba de la manta. O eso parecía. Comenzó a testificar y desveló que hubo una época en la que prácticamente vivía en Génova. Tanto negocio con el PP no le dejaba tiempo ni a pasar por su empresa. Pero ese titular apenas duró, porque casi seguido reconoció que había cobrado mordidas y que se las había repartido con Bárcenas para que éste pagara sobresueldos y financiara en B al PP… Y así, perla tras perla.

Nos dejamos deslumbrar por la palabrería del capo, que parecía dispuesto a llegar a un acuerdo con fiscales y acusaciones para suavizar en lo posible su condena, ya que estaba claro que a la cárcel iba a ir sí o sí… Pero cuando la palabrería se posó en el fondo, al final quedó evidente que no había dejado apenas nada de sustancia después de horas y horas de cháchara y promesas de “estoy aquí para aclararlo todo”...

Pasadas las horas se ha visto que Francisco Correa no ha contado apenas nada que no estuviera ya en el sumario de la instrucción. Ha pisado algún cuello, sobre todo el de su viejo amigo Luis Bárcenas, y ha rematado a otros, como el de su viejo amigo Jesús Sepúlveda. Pero no ha cruzado ni una sola línea roja. No ha dado nombres. No ha implicado a nadie que no lo estuviera ya. No ha despejado las razonables dudas de que los centenares de millones de euros no se pueden levantar sin la colaboración de gente de peso de verdad, no de medianías y mindundis.

Es cierto que las fiscales, tan alabadas, y seguramente con razón, durante la instrucción, al final fueron modosas y no preguntaron por nombres, ni de políticos ni de empresarios, ni apenas repreguntaron o buscaron arrinconar a Correa. Y es cierto que, sin que se haya explicado por qué, se incumplió lo que durante días se dio por hecho, que Correa iba a contestar a las preguntas de al menos una de las acusaciones, la del PSOE de Valencia. Pero por unas razones o por otras, lo innegable es que Correa ha pasado por la silla del interrogatorio y nos han dejado, lejos de lo que pareció en su inicio, una sensación final de frustración.

Dudas que quedan flotando. Dudas que podemos agrupar en estas: