La historia ya la conocemos todos: en la última edición del Premio Nobel de Literatura, éste recayó en Bob Dylan por haber creado nuevas expresiones poéticas en el marco de la gran tradición musical americana. Y, salvo los que llevamos años siguiendo su trayectoria o al menos escuchando algunos de sus discos y estando atentos a cuanto inspira (documentales, películas, biografías, biopics experimentales, reportajes…), todo el mundo se escandalizó. No era posible que un músico, que ni siquiera estaba calificado como escritor, ganase un galardón tan pretendido. Lo absurdo es que los afectados (y no hablo de los escritores que optaban al premio) se sintieron dolidos como si el Nobel se lo hubieran dado a un dictador o a un mercachifle. Lo vieron como una especie de afrenta personal. Pero la Academia ha sido clara: se lo concedieron porque su aportación a las evoluciones de la música tradicional norteamericana es incuestionable. Si Dylan no existiera, no existirían montones de obras impecables que se forjaron gracias a él y a su influencia en otros artistas: filmes, libros, discos, canciones, estilos, modas, interpretaciones… Se trata de un cantante que ha aportado su grano de arena en la lucha contra las miserias, las injusticias y los atropellos de las minorías, en parte gracias a los numerosos temas que compuso en sus tiempos de protesta (que no ha abandonado, pues Dylan sigue dando guerra de vez en cuando): canciones para ayudar a otras razas perseguidas, a gente metida injustamente en la cárcel, a vagabundos o a personas que estuvieron bajo la bota del poder o caídas en desgracia en la sociedad.

Pero, por si lo anterior fuese poco, por si no bastara con que los caminos que ha ido tomando en la música hayan supuesto avances, por si no es suficiente con que aportase su grano de arena a épocas y modos injustos, resulta que Bob Dylan también es un notable escritor de memorias (Crónicas. Volumen I, que pronto reeditará Malpaso), un novelista de vanguardia (su experimental Tarántula) y un poeta-cantante excepcional (estas Letras completas 1962-2012, en edición bilingüe, con prólogo de Diego Manrique, traducción de Miquel Izquierdo, José Moreno y Bernardo Domínguez Reyes y notas de Alessandro Carrera y Diego Manrique). Lo primero que aconsejaría para degustarlas es tener a mano el Spotify para ir escuchando las canciones, al menos los primeros dos o tres minutos, y alternando entre la versión española y las letras en el original inglés, dado que las traducciones presentan algunas variantes y hay versos cuyo sentido se pierde en el traslado al castellano. Sólo así puede descubrirse al poeta, al músico, en su magnitud completa.

Para quienes sólo habíamos leído en inglés (e intentado traducir) unas cuantas letras de Bob Dylan, este volumen (edición ampliada del que Global Rhythm Press publicara años atrás) constituye una sorpresa especial en el apartado de notas y comentarios a los temas. El libro se estructura en el orden cronológico de los álbumes de estudio que fueron editándose a partir de su disco de debut en 1962, e incluye las letras que se quedaron fuera de cada obra, pero que luego han ido apareciendo en bootlegs o en recopilaciones o en bandas sonoras. Esta organización nos permite ir viendo las evoluciones del músico, las temporadas bajas, los años en que encadenó varias canciones ya míticas, su amplia variedad de intereses, la influencia del catolicismo o de esos tiempos que estaban cambiando. Apuntábamos antes que las notas son una sorpresa, y lo son porque los autores nos desvelan el mundo secreto que late bajo cada canción, es decir, todas las citas bíblicas, teatrales, literarias, poéticas, musicales o cinematográficas que ha ido encajando en sus composiciones, además de las alusiones a otros músicos y a otros tracks, los diálogos de películas clásicas, las referencias históricas, las menciones a noticias de la época en que fueron escritas, los guiños autobiográficos, los dardos dedicados a la clase política… Para quienes dudan del talento de Dylan como poeta les recomiendo leer algunas letras de los primeros álbumes, los de la etapa de los 60-70, y luego leer con asombro esas anotaciones de Carrera y Manrique para percibir que la gran mayoría de las canciones de Robert Allen Zimmerman funcionan como relatos con una fuerte carga tradicional y norteamericana. No creo que muchos poetas actuales introduzcan tantas referencias y alusiones en sus textos. Pero ni siquiera la concesión del Premio Nobel ha convencido a los escépticos o a sus detractores: habrá que esperar a que se muera para que sea reconocido por completo…