Leía hace unos días una columna de opinión de El País del 24 de septiembre en la que el autor afirmaba literalmente: “¡Dichosa manía de politizar la tauromaquia!”, como si la tauromaquia no fuera política pura y dura, y de la peor calaña. Por supuesto, en un país adoctrinado en el loor a la tortura, en un país que desciende de inquisidores, de encendedores de hogueras, incluso algunos que se creen o se llaman progresistas deciden cerrar los ojos ante una barbarie que, como decía literalmente el biólogo y naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, es la máxima expresión de la agresividad humana. Hay que ser muy primario o estar muy adoctrinado en la crueldad para no verlo.

Esa reflexión me hizo sentir vergüenza. Sí. Vergüenza. Vergüenza con mayúsculas. No por una opinión particular de un ciudadano español, quien puede pensar como le dé la gana, sino por vivir en un país en el que a estas alturas, en el siglo XXI, se sigue defendiendo la tortura, la crueldad y la insensibilidad suprema que es la terrible y mal llamada Fiesta Nacional. Vergüenza, como la del actor Dani Rovira, quien hace unos días declaraba en una entrevista de un programa de radio que se avergüenza de ser de un país en el que todavía se celebran corridas de toros. Por supuesto, media España se le ha echado encima por poco patriota. Aunque realmente si ser español es ser un bestia insensible que goza presenciando la tortura y el horror del asesinato con saña y alevosía de un ser vivo e inocente, renuncio a serlo.

Mi España no es la de las corridas de toros, la de los corruptos, la de los voraces inclementes, la de misa de domingos y fiestas de guardar, la de los catetos, burdos y cotillas, la de la una, grande y libre, que es estrecha, negra, ignorante, inconsciente y sometida. Mi España es otra; la de Picasso, la de Lorca y Buñuel, la España hermosa e inocente que percibo en muchos lugares a los que voy; la España de Bardem, de Alberti y de Salinas, y la de Machado y Kent y Campoamor..., la de tantos y tantos españoles que amaban y aman al país mucho más que esos que dicen amarle mientras abren cuentas corrientes millonarias en otros lares extranjeros.

Vergüenza con mayúsculas por vivir en un país en el que a estas alturas, en el siglo XXI, se sigue defendiendo la tortura, la crueldad y la insensibilidad suprema

La tauromaquia, que es “a lo que voy”, forma parte, de manera clara, rotunda y evidente, de ese pensamiento totalitario, primario, dogmático e inclemente que es el pensamiento fascista, franquista en este caso. Y para muestra, un botón: el pasado día 16 el torero Juan José Padilla se paseó por la plaza de toros de Villacarrillo (Jaén) enarbolando una bandera española con el águila bicéfala del franquismo, enalteciendo el fascismo. Ante la repercusión que este hecho tuvo a través de la difusión de las imágenes por las redes sociales, el torero (mequetrefe torturador en terminología del filósofo animalista Jesús Mosterín) emitió un comunicado manifestando que no había visto el símbolo franquista en cuestión, lo cual es difícil de creer ni aun cuando tuviera una presbicia de campeonato y necesitara, como yo, gafas de cerca.

Lo importante del asunto no es que tal o cual torero sea fascista o no. Eso carece de importancia realmente. Lo que importa es la identificación de ese esperpento de crimen y sangre que llaman toreo con lo que realmente es: una manifestación más del pensamiento especista, totalitario y soberbio de quienes se atribuyen la potestad de matar a otros seres, de otras especies o de la misma, quizás eso no sea lo importante. Lo importante es esa insensibilidad terrible que convierte a este país maravilloso en una vergüenza para cualquiera que tenga un mínimo de moral, o de sensibilidad, o de sentido común.

Existen numerosísimos documentos de todo tipo que muestran la alianza estrecha entre fascismo y tauromaquia. Uno de ellos, recordemos, fue la matanza de cuatro mil republicanos en la plaza de toros de Badajoz por orden del general Yagüe, a quien aún se le sigue homenajeando en calles de toda España. El columnista de El País al que me refiero no dio una en el clavo en esa columna de opinión que pretendía perpetuar y defender lo indefendible a estas alturas de la historia humana; por muchísimas razones que requerirían de cientos de páginas, pero sobre todo porque el respeto del hombre hacia los animales es inseparable del respeto de los hombres entre ellos mismos.