Llevo ya cinco largos años denunciando una y otra vez, tanto en artículos como en tertulias de radio y televisión, los graves errores políticos cometidos por el movimiento secesionista catalán, y en concreto por el Gobierno de la Generalitat presidido primero por Artur Mas y luego por Carles Puigdemont.

En todas o en casi todas estas ocasiones he denunciando también los también los muchos errores, tanto o más graves, cometidos por el Gobierno de España, que en todos estos largos e interminables cinco años ha estado siempre presidido por el aparentemente incombustible Mariano Rajoy. No obstante, conviene recordar que en el principio de todo esto estuvo precisamente el PP, y en concreto Mariano Rajoy. Resulta muy revelador recordar cómo nada de lo que viene ocurriendo con el secesionismo catalán hubiese sucedido, al menos con la gravedad con la que sucede, si el PP, ya con Rajoy a la cabeza, no se hubiese lanzado al monte al grito de “¡España se rompe!”, primero con aquella escandalosa recogida de firmas “contra Cataluña” en las calles de media España, luego con su recurso contra el nuevo Estatuto catalán previamente aprobado en las Cortes y refrendado por la ciudadanía catalana.

Aquellos polvos trajeron estos lodos, todo este inmenso lodazal que a todos nos afecta y del que nos será francamente difícil salir airosos, sin más víctimas que las estrictamente necesarias y a ser posible sin que haya vencedores y vencidos. Porque en toda España –y por tanto, también en Cataluña- estamos más que hartos de acabar siempre con vencedores y vencidos. Sabemos cuánta razón llevaba aquel gran poeta catalán llamado Jaime Gil de Biedma cuando dejó escrito que “de todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España porque termina mal”.

Es muy cierto que el secesionismo catalán tiene una muy importante parte de culpa en la situación en la que nos hallamos. Sus errores han sido y son innumerables, y me temo que seguirán acumulándolos. Han sido, son y serán casi tantos como sus despropósitos, sus provocaciones absurdas, sus hojas de ruta desnortadas, sus improvisaciones constantes y, lo que sin duda es mucho más grave, su desfachatez en la pretensión de saltarse las normas básicas de un pleno Estado democrático y de derecho como por suerte es y sigue siendo España desde hace ya casi cuarenta años.

Ya sé que es un mero ejercicio de ucronía, pero me he planteado muchas veces qué hubiese ocurrido en Cataluña si el PP, con Mariano Rajoy al frente y con la única intención política de echar de la Moncloa al socialista José Luis Rodríguez Zapatero, no hubiesen hecho de la catalanofobia una indigna arma política de destrucción masiva. ¿Qué hubiese sucedido si aquel nuevo Estatuto catalán que había sido refrendado por la ciudadanía catalana tras su aprobación en Cortes no hubiese sido injustificadamente vaciado y estuviese hoy plenamente en vigor?

Claro está que al PP siempre le ha ido muy bien recurrir al espantajo del anticatalanismo, a la excitación de las viejas y peores pasiones del nacionalismo españolista más rancio y cerril. Así les va y así nos va. Consumados aprendices de brujo, expertos bomberos pirómanos, han sido absolutamente incapaces de apagar el incendio que ellos mismos prendieron. Un incendio que en Cataluña otros nacionalistas no han dejado de animar.