Comprendo que mantener permanentemente ilusionados y en tensión a centenares y centenares de miles de personas es algo realmente muy difícil, por no decir que poco menos que imposible. Sobre todo, claro está, cuando esto se produce no solo durante unos cuantos días, unas cuantas semanas e incluso a lo largo de unos cuantos meses, sino durante varios años, en concreto durante cinco largos años. Aún resulta mucho más difícil, naturalmente, cuando el objetivo prometido, la meta que alimenta esta ilusión colectiva, solo es un simple espejismo, algo inalcanzable o quimérico, como sucede en el caso del proceso secesionista emprendido en Cataluña, primero bajo el liderazgo de Artur Mas y luego por Carles Puigdemont, su sustituto en la Presidencia de la Generalitat.

Incluso así, y por mucho que es sabido que la primavera la sangre altera, hay límites que no pueden ser franqueados jamás, en ninguna circunstancia, y no únicamente por profundas razones morales sino incluso por una mínima exigencia intelectual. Carles Puigdemont ha franqueado estos límites de un modo tan evidente como grosero y burdo, cuando se atrevió a intentar comparar la larga lucha contra el terrorismo etarra con el combate político por la independencia de Cataluña. Con el agravante indecente de soltar tamaña barbaridad en un acto público de recuerdo y homenaje a las víctimas del criminal atentado que ETA cometió, treinta años atrás, en los almacenes Hipercor de la avenida Meridiana de Barcelona.

La meta que alimenta esta ilusión colectiva, solo es un simple espejismo, algo inalcanzable o quimérico, como sucede en el caso del proceso secesionista emprendido en Cataluña

Por mucho que lo he intentado, no he podido comprender cómo Carles Puigdemont pudo decir semejante despropósito. Un disparate de esta magnitud, además de constituir una nueva afrenta a todas las víctimas directas e indirectas del terrorismo, es inaceptable desde todos los puntos de vista. Más aún: es algo que solo es concebible desde la irracionalidad más absoluta, desde un fanatismo cerril.

Es muy cierto que la primavera la sangre altera. También es cierto que las altas temperaturas que padecemos estas semanas pueden provocar calenturas de todo tipo, incluso cerebrales. Asimismo es verdad que las comparaciones son odiosas. Pero nada, absolutamente nada puede no ya justificar sino simplemente explicar lo que Carles Puigdemont dijo. Si lo dijo tan solo para intentar seguir manteniendo encendida la llama de una ilusión que él sabe muy bien que es falsa porque está condenada desde su mismo inicio al fracaso, me niego a calificarle moral, intelectual, política y humanamente. Si lo dijo creyendo en lo que decía, mucho me temo que lo que se avecina en Cataluña puede ser muy grave.