Cualquier hijo de vecino puede declarar la independencia de Catalunya desde el balcón del Palau de la Generalitat de la Plaça de Sant Jaume de Barcelona y ser aclamado por las masas allí congregadas. Basta con sacar una entrada del Museu d’Història Contemporània de Catalunya, subir al segundo piso y allí encontrará una réplica del balcón con un micrófono y, enfrente, la foto a 180 grados y el sonido de la multitud congregada el 14 de abril de 1931 cuando Francesc Macià declaró entre fervorosos aplausos la constitución de la república catalana, integrada en la “Federación de Repúblicas Ibéricas”, según su propio discurso. Los visitantes se hacen fotos y selfies en el decorado.

Lo podría haber hecho hoy tranquilamente el president Puigdemont y sus fieles acompañantes en lugar de tener entretenida a media España con su inútil y aburrido filibusterismo parlamentario para tratar de arropar con un falso manto de legalidad un próximo referéndum que, como los de Franco, ya sabemos ahora mismo el resultado: abrumadora mayoría de síes. Con el proverbial sentido catalán de lo práctico, si Puidedemont lo hubiera decretado como lo hizo Macià, el nivel de ilegalidad subiera sido el mismo que lo practicado hoy – y en días venideros – en el Parlament de Catalunya. No se comprende este interés por vestir la muñeca cuando sabemos que quien la viste la descuartizará sin más.

Hace unos meses me fascinó el cara a cara entre Junqueras y Borrell. El socialista desmontó uno por uno, con la precisión de cirujano que la caracteriza, los argumentos políticos y económicos del líder de Esquerra Republicana, quien se limitó a colocar mil veces la apostilla de “bueno, usted dirá lo que quiera pero, por encima de todo, el pueblo catalán tiene derecho a decidir su futuro”­. Al menos ese se ha ganado el respeto porque no disimula ni tiene muñecas.

El héroe de la jornada, el Trapero del referéndum, ha sido Antoni Bayona, Letrado Mayor del Parlament de Catalunya quien, como buen profesional y recto funcionario, ha dejado claro y sin despeinarse que toda la merienda de hoy en la cámara gozaba de la más absoluta ilegalidad, de la A la Z. Parece una obviedad, pero decirlo ante quien manda en el Parlament ahora mismo es toda una hazaña. Los tiene bien puestos.

La jornada también ha sido animada por la vice del Gobierno, Sáenz de Santamaría, que ante las cámaras ha hablado de un espectáculo “avergonzante” por pana del corrector. También ha catalogado la sesión parlamentaria catalana como “patada a la democracia” sin acordarse que durante la mayoría absoluta del PP en el Congreso salían a “putada a la democracia” a diario.

Vivimos uno de los escasos episodios políticos de los que nadie sabe cómo acaba. Todo son interrogantes, aunque la presencia de toda la familia Murphy en los alrededores del Parlament da una idea.