Unos cuantos lectores, entre los que me cuento, siempre agradecen las innovaciones técnicas de los escritores, poetas y periodistas, e incluso ensayistas (en este último caso pienso en David Shields y su Hambre de realidad o en John D'Agata y Sobre una montaña), que prefieren apartar los modelos habituales y las estructuras clásicas para contar las cosas de otro modo. Añadiendo invenciones a la no ficción, o incorporando material visual a sus páginas, o incluso poemas, dibujos, collages de géneros y otras artimañas para esquivar el esqueleto narrativo tradicional.

Renata Adler es una autora que, al menos en las dos novelas citadas, ha cambiado las reglas. Primero fragmenta los textos, de tal manera que nos va sirviendo pequeñas piezas que pueden funcionar por sí solas, pero también dependen del resto del cuerpo de la historia. Luego las dispersa, como si hiciera una especie de cut-up, a lo William S. Burroughs, pero en otro sentido: de una manera quizá menos caótica. El lector, así, y aunque le entregan por lo general una trama sencilla, debe convertirse en un detective de lo narrado, uniendo las pistas y desentrañando las claves para comprender el argumento en su totalidad. Pero que nadie se asuste: Adler no funciona a un nivel tan complejo y exigente como el de, por ejemplo, Thomas Pynchon. Lo suyo podría equipararse, salvando distancias y diferencias, con lo que hizo Alejandro González Iñárritu en sus primeras películas: el narrador va proponiendo fragmentos narrativos dispersos, que no parecen tener sentido ni orden, hasta que poco a poco el espectador los va montando en su cabeza y ordena la trama y todo encaja. Muriel Spark define así esta novela atípica (traducida con pulso firme por Javier Guerrero) en el posfacio del libro: es un género en sí misma, una narración discontinua en primera persona.

Adler nos presenta a Kate Ennis, una mujer que podría ser su álter ego, y el eje sobre el que gravitan las demás narraciones: su ruptura con un hombre casado, Jake, y el amor roto y el sentimiento de pérdida que siguen a la separación, sentimiento de pérdida que, en realidad, Kate ya había sufrido porque Jake es uno de esos hombres que siempre prometen divorciarse de su mujer pero nunca lo hacen y sus amantes lo intuyen día a día. Allá donde Noah Solloway daba el paso (en la serie de televisión The Affair), y cambiaba una vida por otra, Jake es incapaz de hacerlo: Dijiste: Podemos vivir así. Dijiste todas esas otras cosas. Vivimos así. Sólo necesitamos algo que nos saque del pozo, del pozo diario de no saber si uno o el otro va a irse. Kate también nos narra lo que ocurre a posteriori: los viajes que hace sola, las llamadas del hombre que le pide que vuelva, su sensación de desamparo al verse conduciendo, de noche, por una tierra extranjera, sin compañía, adentrándose en una oscuridad total… Resulta increíble que hayan tardado décadas en traducir a Renata Adler al castellano. Cuando uno acaba la lectura de sus obras, sus estribillos, los que repite a menudo, nos quedan dentro como los versos de una canción sobre el desamor y la desesperanza.