Los diputados electos de la CUP y los exdiputados en la primera fila, durante Asamblea Nacional abierta que la CUP celebrada en Sabadell (Barcelona) para someter a votación si sus diez diputados en el Parlament deben facilitar la investidura de Artur Mas, una decisión de la que depende que CDC y ERC puedan formar gobierno o Cataluña se vea abocada a unas nuevas elecciones anticipadas en marzo. EFE



El asamblearismo tiene sus riesgos. Siempre puede surgir el imprevisto. Las cosas no se controlan como en el congreso de un partido “al uso”. Ahora bien, que la asamblea que las CUP han celebrado en Sabadell estaba “trabajada”, se veía venir. De entrada, cuatro propuestas, dos que se inclinaban por investir a Artur Mas y dos que no, por simplificar. Se elimina en primera votación la más radical, que decía no a Mas y al programa de Junts pel Sí. El conocido método de la “escalera”, una vez apartada la posibilidad más radical, todo queda entre decir que sí pero no, o no pero sí.

Las mismas posibilidades de que te toque el gordo
Lo que ha sido de traca es el resultado: empate. Un catedrático de exactas me decía que, con tanta gente, la posibilidad de empatar era casi como la de acertar con el premio de una lotería. No si los bombos están trucados, ha añadido. Ciertamente, de las más de cuatro mil personas que se habían inscrito en la asamblea, la propia CUP depuró a más de quinientas, aduciendo que no tenían los avales de las asambleas territoriales y que podían ser personas que viniesen a desestabilizar.

Esta misma mañana ya circulaban por las redes sociales imágenes de algunas personas, que sí se habían acreditado como miembros de la asamblea, descalificándolos como “agentes españolistas”. La consigna era comunicar a algún miembro de confianza de las CUP cualquier acto o persona sospechosa.

 

 

 

 

Voto secreto
Para remachar el clavo, se decidió a primera hora el voto secreto, en lugar del voto a mano alzada que, por otra parte, es el más lógico en una asamblea. Como con solo el 25% se obtenía, se aprobó. Y ya tenemos una asamblea cerrada a la prensa - aislada en un centro a varios minutos del local -, con los asistentes depurados, voto secreto, cuatro propuestas para votar y las miradas inquisitivas de los celosos custodios de las esencias.

¿Y todo esto para qué? ¿Para decidir si una formación antisistema, radical, anticapitalista y anti burguesa inviste como president a un hombre que ha practicado las políticas más de derecha de toda Europa? Pues sí. Para eso nada más y nada menos. La cosa es que, a la tercera votación, ha salido empate. Y ahí es cuando se ha desatado la indignación de los propios miembros de las CUP.

El presidente de la CUP en el Parlament, Antonio Baños, y su portavoz parlamentaria, Anna Gabriel (d), durante la comparecencia  para anunciar el empate. EFE



“¡Esto es un cachondeo!”
La cúpula de las CUP, que ya sabía los resultados definitivos a las seis de la tarde, había prometido darlos en rueda de prensa, pero sin derecho a preguntar. ¡Menos mal que los dirigentes cupaires Antonio Baños y David Fernández son periodistas! Después de retrasar la hora un par de veces, Baños ha salido, nervioso, diciendo cuatro cosas, les ha cedido el micrófono a Anna Gabriel y a una persona que ha hablado de lo bien que había ido la organización y se acabó. Eso sí, han dicho que todo era muy democrático, que se reunían el próximo dos de enero para ver qué deciden y que a dormir que ya era tarde.

La indignación entre algunos de los miembros de a pie de las CUP ha sido notable. Gritos de “tongo, tongo”, “pucherazo” o “qué vergüenza” no han podido dejar de ser oídos por Baños y sus compañeros. Un independentista de edad provecta decía, francamente enfadado, que no alcanzaba a comprender como en una formación como las CUP podía haber la mitad dispuesta a investir a Mas, y que eso olía muy mal. Otro aseguraba que toda la gente que él conocía había votado rotundamente en contra de Mas y el resultado le parecía, si más no, extraño. La más triste era una chica de apenas veinte años que se enfadaba consigo misma, por haberse creído lo del proceso asambleario. “Mucha asamblea, mucha comedia, mucho rollo, pero ahora se lo van a guisar y a comer ellos solitos en un consejo político. Como no ha salido lo que les pedían sus amos, a decidirlo todo en petit comité. Todos son iguales”.

Por su parte, Mas y los suyos están completamente satisfechos de lo que ha pasado hoy. Su táctica de esperar a ver quién acaba gobernando España y si la coalición entre PSOE y Podemos les pone más cerca de un referéndum, les daría oxígeno. Lo que quieren es que escampe antes del nueve de enero, fecha límite en la que Mas, caso de no haber sido investido, debe enfrentarse a la convocatoria sí o sí de nuevas elecciones. Con una Ada Colau crecida. Cosa que no quieren ni Esquerra ni las CUP, claro.

Quizá tenía razón la chica desengañada y al final, todos son iguales. Aunque uno esté tentado de pensar que unos que son más iguales que otros.