El capitalismo ya no es lo que fue, ni mucho menos: desde los años ochenta, determinadas decisiones políticas y cambios estructurales han incrementado enormemente la brecha existente entre los más ricos y los más pobres. Impulsada por dichos cambios, la presente crisis, casi una nueva forma de vivir y de entender la economía mundial, ha propiciado el surgimiento de nuevas formas de hacer política. Grecia es un ejemplo extremo (pues quedó financieramente embargada por el Banco Central Europeo y por el Fondo Monetario Internacional ya en plena campaña electoral antes de la victoria de Alexis Tsipras), pero países de economías más liberales como los Estados Unidos e Inglaterra están experimentando un crecimiento en la popularidad de líderes que serían denominados antisistema por los conservadores más cerriles. En este sentido, Jeremy Corbyn (Reino Unido) y Bernie Sanders (EEUU) representan ejemplos de dos postulantes políticos que, sin duda alguna, van a dejar huella.


¿Un rojo en la Casa Blanca?
Cuando los medios no hablan del temible Donald Trump -millonario xenófobo y machista que ha financiado parte de las campañas de la mayoría de los candidatos anteriores a la Casa Blanca-, prestan cada vez más atención a la competición que está teniendo lugar en el seno del Partido Demócrata. En este, Hillary Clinton sigue siendo la "frontrunner", la candidata con más posibilidades de concurrir a las elecciones presidenciales de otoño de 2016; no obstante, su ventaja decrece con respecto a un segundo contendiente, un "underdog" (caballo perdedor) que, no obstante, no tiene todas las de perder: de origen judío (sus padres fueron asesinados por los nazis), 73 años y la autodenominación de "socialista" -insulto supremo en la política norteamericana-, Bernie Sanders es un pequeño David de maneras rudas que carga diariamente contra la plutocracia corrupta de la política americana.


El candidato del 99%
Financiado por los sindicatos y por pequeños donantes -mientras que Clinton cuenta con el apoyo explícito y manifiesto de los banqueros de Wall Street y de los comités de apoyo político (PAC)-, Sanders denuncia la avaricia antidemocrática de la "clase corporativa" e impulsa un movimiento ciudadano capaz de transformar la forma de hacer política en los EEUU. El senador de Vermont es un punto de unión entre la América de las luchas étnicas y políticas de los años 60 y los protestatarios de Occuppy Wall Street. A falta de nuevas incorporaciones, el candidato del 99% es por ahora este senador independiente que, no obstante, no debe perder de vista los factores étnicos y de género de la campaña norteamericana, en los que la ex primera dama norteamericana se mueve con enorme soltura.


Mucho más que una anécdota
¿Se trata, entonces, de una simple anécdota para amenizar el verano? En absoluto. Aunque Clinton lleva la delantera en las primarias, Sanders comanda la intención de voto en el Estado de New Hampshire y se aproxima progresivamente en las encuestas. El insuficiente crecimiento económico y el debilitamiento de las relaciones laborales (empleo cada vez más barato para ser competitivos) han creado un caldo de cultivo propicio para reivindicaciones populistas como la del senador de Vermont. El tambaleante liderazgo de Clinton amenaza al partido, y ya se rumorea con la entrada en la competición política del vicepresidente Joe Biden (y, de paso, de la populista anti-Wall Street Elisabeth Warren, favorable al liderazgo de Bernie Sanders y azote de los banqueros). En todo caso, la retórica de Sanders ya ha modificado el discurso de Hillary Clinton, que ha tenido que hacer referencia a las desigualdades en numerosas ocasiones, mostrando un discurso económicamente más agresivo.


La nueva-vieja política
Partidario de subir el salario mínimo, de una fuerte regulación de los bancos, de una educación y una sanidad al alcance de todos (pero no gratuitas) y de la lucha contra proyectos que amenazan el equilibrio ecológico, Sanders decepciona en otros asuntos, como una política internacional de apoyo incuestionado al gigante Saudí -y, de paso, al Estado de Israel. No obstante, el mensaje del candidato de Vermont supone una ruptura con un paradigma liberal de izquierdas temeroso de la intervención estatal y de la lucha contra una lacra mundial como es la desigualdad de clases. La campaña norteamericana está viviendo, a un lado, el populismo racista del berlusconiano Trump y, al otro lado, el ilusionante resurgimiento de los movimientos sociales en apoyo a un candidato que, pese a su falta de carisma, bien podría figurar en la historia como el fundador de una nueva-vieja forma de entender la política en el gigante atlántico.


Ken Loach en Inglaterra
Un caso distinto es el del Reino Unido. Una vez dimitido Edward Miliband, el partido laborista necesitará elegir a un nuevo líder este mes de septiembre. Tres candidatos se distinguen entre sí por las distancias tomadas con respecto al legado de Tony Blair, pero un cuarto, que concurrió a última hora, presenta un discurso marcadamente distinto y estridente, calcado al de laboristas clásicos como Tony Benn y a la retórica de muchas de las películas del cineasta izquierdista Ken Loach. Su nombre es Jeremy Corbyn, tiene 66 años y el radicalismo de su discurso supera con creces el de Bernie Sanders. Pro-palestino (los medios conservadores le recriminan su supuesta simpatía hacia Hamas), socialista y defensor de causas altermundistas, Corbyn llega 35 años siendo una piedra en el zapato del partido socialdemócrata inglés, al haber encabezado decenas de iniciativas contra su propia formación desde su escaño.


Las corbynomics
Retirada de la política de austeridad, cambios profundos en política internacional (con un acercamiento a Rusia), nacionalización del tendido ferroviario, de la banca rescatada y de determinadas grandes empresas, Corbyn parece el candidato perfecto para una derrota impactante... O para una aplastante victoria Tory en las elecciones del 2020. Al menos eso creen los conservadores que, irónicamente, han creado un grupo de apoyo al candidato laborista: "Tories with Jeremy Corbyn". Entretanto, ex líderes como Blair y Gordon Brown alertan de la destrucción del partido en caso de una victoria de Corbyn, cada vez más probable. No obstante, Corbyn no habla de tonterías: hace una semana unos setenta académicos prestigiosos de la Economía apoyaban la mayoría de las medidas propuestas por el candidato izquierdista, e incluso el FMI ha reconocido en alguno de sus informes lo lesivo de la política de austeridad, el verdadero caballo de batalla de este veterano candidato.


¿Servirá de algo?
La cuestión clave aquí es discernir, para conocer las posibilidades de alternativas como la presente, dónde reside la pasada derrota del Laborismo de Miliband: ¿está esta en el rechazo a la austeridad (como se deduce de una importante encuesta reciente) o bien en el socialismo edulcorado de los líderes más recientes? De ser la primera opción, Corbyn estaría perdiendo el tiempo; de ser la segunda, los británicos podrían llevarse una enorme sorpresa: la socialdemocracia clásica volvería al poder en el futuro, dando un giro de 180 grados a la situación política.


Para no perdérselo
El tiempo lo dirá, pero este verano ha sido prolífico en la aparición de nuevos personajes políticos que parecen resucitar el espíritu de la ilusión en el cambio radical. En la revolución. Mientras Podemos se estanca demoscópicamente en España y Syriza se tambalea antes de las próximas elecciones, los dos otrora gigantes industriales ven cómo candidatos anti-establishment pugnan por hacerse fuertes. Y lo son cada vez más. Habrá que estar atentos a las noticias procedentes del mundo anglosajón: el espectáculo está servido.