Gabriel García Márquez, Ander Landaburu, Fidel Castro y Joaquín Tagar. Imagen tomada en La Habana por Susana Olmo. Foto de Joaquín Tagar

 

 


Lo conocí en Nicaragua al final de la guerra sandinista contra Somoza. Nuestro primer encuentro fue un encontronazo, no le gustó un comentario impertinente, de reportero aguerrido, que hice. Desde entonces, agosto de 1979, nos hemos visto en diferentes ocasiones y lugares: en su casa de la calle Fuego de México DF, en la mía de la calle Dickens -siendo corresponsal de RNE- en su casa de descanso en Cuernavaca, en la Habana, en Madrid...

En México nos veíamos con cierta frecuencia, pero recuerdo especialmente –noviembre del 82- el día que abandonó el Distrito Federal para viajar a Estocolmo para recibir el premio Nobel. Estaba de muy buen humor e incluso tarareamos alguna canción en el aeropuerto -la incluí en el reportaje que envié, en esa ocasión, a Radio Nacional- me contó que iba a recibir el premio de blanco. A su lado Mercedes, su mujer. Ella era y es el cincuenta por ciento de Gabo, por cierto, su crema de berenjena es deliciosa -no he conseguido que me dé la receta.

Gabo era un escritor genial que nos conmovía con sus novelas, sus artículos, sus historias habladas. Sabía escuchar y hacer la reflexión oportuna en cada momento. Recuerdo una charla de varias horas en su casa en la Habana, con Fidel Castro como interlocutor y tres periodistas españoles amigos: Susana Olmo -nos dejó tan joven- Ander Landaburu y yo, como constata la foto que sacó Susana. Él nos había invitado a comer y el comandante apareció por sorpresa, después de despedir a Felipe González en el aeropuerto de La Habana.
Era noviembre del 86. Hablamos de casi todo y Gabriel se mantuvo en un segundo plano viendo nuestra fascinación por el Comandante. Gabo y Mercedes eran los amigos y confidentes del líder cubano que se sentía confiado en su casa. En un aparte, me dijeron que Fidel iba a cumplir un deseo del presidente del Gobierno español: al día siguiente, en el avión de vuelta a Madrid, viajamos con Eloy Gutiérrez Menoyo.

En diciembre de ese año volvimos a La Habana, invitados por el gobierno cubano, al Festival Internacional de Cine. Me acompañó Soledad, mi mujer y, en casa de Gabo y Mercedes, Luis Alcoriza preparó un arroz en cazuela de barro que puso sobre la mesa del comedor, lacada en negro, causando un estropicio en el lacado. Asistimos a la inauguración de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños que Gabriel García Márquez había fundado -discurso de Fidel de tres horas, incluido. Era su forma de agradecer la hospitalidad de Cuba, algo parecido a lo que hizo en su tierra, Colombia, cuando puso en marcha la escuela de periodismo, otra de sus grandes pasiones.

Gabriel García Márquez en España
 

En Madrid me llamó un día, acababa de llegar de no sé dónde y quería ir a comer a un restaurante gallego. El País acababa de publicar un artículo suyo titulado “Viendo llover en Galicia” que empezaba: “Mi muy viejo amigo, el pintor poeta y novelista Héctor Rojas Herazo (…) se acercó para decirme en voz baja: "Recuerda que de vez en cuando debes ser amable contigo mismo". En efecto, fiel a mi determinación de complacer todas las demandas sin tomar en cuenta mi propia fatiga, hacía ya varios meses -quizá varios años- en que no me ofrecía a mí mismo un regalo merecido. De modo que decidí regalarme en la realidad uno de mis sueños más antiguos: conocer Galicia”.

Fuimos los dos al restaurante Combarro en la calle Reina Mercedes. Le dije que le invitaba porque me había gustado mucho el artículo y teníamos algo más en común y me contestó: “no te dejarán”. Así fue, vino a saludar el propietario y ya no hubo manera de pagar la cuenta.

Ahora, cuando se ha ido el amigo al que últimamente veía menos, aunque hablaba por teléfono con Mercedes -siempre interesados en las cosas de España- cuando iba a México, siento que se ha ido alguien muy de todos, al que de alguna manera tenemos en nuestra casa y nos ha enseñado tantas cosas de la vida… Gabo siempre estará en nuestro recuerdo y su obra seguirá enseñando a otras generaciones.