La gente que no somos creyentes, que somos ateos, de la religión económica y de cualquier otra religión, contemplamos con el mismo estupor a esa gente que salta verjas, que se azota con un cilicio o que se dedica a pasar cuentas de un rosario mientras musita oraciones, que a estos políticos que, cada vez más nerviosos y pálidos, recitan mandamientos económicos que la realidad se empeña en desmentir día sí y otro también. Con la diferencia de que si bien no se puede demostrar que dios existe tampoco se puede demostrar que no existe, mientras que sí se puede demostrar empírica y científicamente que la prima de riesgo no baja, que la economía no crece y que la recesión no se acaba, por muchos ajustes que se apliquen, sino que ocurre lo contrario. Así que la religión económica no sólo es irracional como todas las religiones, es que parece –con perdón- para tontos (aunque me temo que siempre que hay muchos tontos, detrás debe haber algún listo).

Los políticos, los medios de comunicación casi unánimemente, siguen manteniendo que la austeridad es el camino y, día tras día, parecen sorprenderse muchísimo cuando los mercados pasan olímpicamente de tales medidas y no cejan en sus ataques. Más austeridad, más ajustes, más pobreza, menos derechos y mamandurrias y al final el bien triunfará y, aunque ahora nos parezca imposible, todos seremos felices. Y si la cosa no funciona, porque no funciona, no es culpa de la religión, que es mentira, ni de que hacemos las cosas al revés, no, la culpa es nuestra porque no hemos hecho bastantes sacrificios; la culpa es del pecador, que no se ha arrepentido lo suficiente, el dolor de la penitencia no ha sido bastante. Y más ajustes, más austeridad, más dolor.

Por si el caso de Grecia no fuera bastante, que tras años de ajustes y de seguir las recetas alemanas es un país cada vez más pobre y más endeudado, tenemos a Cataluña, que nos queda más cerca. Además, el caso de Cataluña es muy parecido al de España con la diferencia de que allí van un poco por delante porque empezaron antes. Examinar de cerca la situación, el pasado, el presente y me temo que el futuro, de Cataluña, es ver pasado, presente y futuro de España entera. Después de cinco duros ajustes, cinco, Cataluña ha pedido el rescate a España. Sus medidas de austeridad no han hecho sino aumentar su déficit, aumentar la pobreza de la población, impedir el crecimiento, hundir la economía, en definitiva. No hay mucho más que decir, Grecia, Portugal, Irlanda, Cataluña, España y antes, en los 80, la mayoría de los países latinoamericanos, que sólo comenzaron a prosperar cuando abandonaron la senda marcada por el FMI y siguieron la de la razón: gasto público, políticas de crecimiento, políticas de izquierdas, en definitiva. ¿Por qué nos fijamos en los que han fracasado y no dejan de fracasar y, en cambio, no miramos a los que han tenido éxito?
Porque obviamente alguien gana con la fe de los creyentes. Y en la religión económica, como en todas las religiones, los que ganan son los más poderosos. En este caso, con nuestros ajustes y nuestra pobreza, quienes ganan son los bancos alemanes, los ricos alemanes. Pero los ricos, los ultra ricos de verdad, nunca pierden y saben moverse en río revuelto. Aprovechando que el dios mercado manda austeridad y aunque eso no acabe de ser del todo bueno para algunos financieros o políticos españoles, siempre se puede aprovechar la credulidad de los creyentes para imponer medidas que no tienen nada que ver con los ajustes pero que siempre desearon imponer: las mamandurrias, que dice Aguirre. Así, aprovechando la conmoción, devolvemos a las mujeres a su lugar de ciudadanas de segunda, les negamos el derecho fundamental a su cuerpo y su sexualidad; acabamos con lo público que ahí hay un negocio para los amigos y, además, educamos siervos que trabajen y no ciudadanos libres; dejamos a la gente sin una sanidad digna de ese nombre, que ya ha dicho el FMI que vivimos demasiado…, les desempoderamos, les convertimos (nos convierten) en trabajadores y trabajadoras callados, explotados y sumisos; imponemos un orden represivo etc. En fin, cercenamos fundamentalmente la democracia en la que nunca han creído y a la que llegaron obligados y sin ganas. Ahora es su momento.

Dejemos de mirar obsesivamente la información económica, de escuchar al Vaticano de la economía, que no dice más que sandeces y atendamos a la razón y a la justicia. Las cosas no van a cambiar por mucho que las miremos porque, por ahora, los políticos no están dispuestos a hacer un llamamiento al ateísmo económico y a derribar estos dioses. Pero es exactamente lo que tenemos que hacer, volvernos ateos de esta religión, y sólo en ese momento comenzaremos a entenderlo todo. Ese es el miedo que tienen, que los sacerdotes y los poderosos, los dueños de todo, siempre han tenido, que los creyentes dejen de creer y comiencen a entender, porque en ese momento también entenderemos que nosotros y nosotras somos el 99% y que podemos cambiar las cosas.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)
http://beatrizgimeno.es