Pues justamente en eso está el mayor pecado, Majestad. Haciendo abstracción de lo feo de la imagen del Rey cazando elefantes desde perspectivas ecologistas o de sensibilidad social,  lo más relevante es que sea un regalo.

Si se tratara de cualquier  otro viaje de recreo, por ejemplo a Disneylandia con sus nietos,  pagado por el sueldo del monarca, que por cierto se mantiene en secreto, o un viaje a Kuwait a cargo del presupuesto de la Jefatura del Estado si el objeto fuera la diplomacia real o la promoción empresarial, no habría objeción alguna.

Lo verdaderamente objetable es que la cacería sea gratis total, que no le costara nada al Estado pues la experiencia demuestra que lo que no le cuesta nada al Estado termina costándole muy caro.

Quien hace fastuosos regalos al monarca trata de cobrárnoslo de una forma o de otra. La historia de los obsequios al rey es pródiga en malos ejemplos: desde el barco pagado a escote por empresarios hasta las invitaciones a cacerías o regatas, o el regalo de relojes o coches y motos de gran prestancia.

De estos “detalles” proporciono numerosos ejemplos en mis libros: La Soledad del Rey y El Príncipe y el Rey.

El hecho de que España sea el único país europeo donde no exista una norma que prohíba los regalos a los cargos públicos se debe a la resistencia del monarca a prescindir de los suyos, que son algo mas que un detalle social, como un bolígrafo, un libro o una botella de vino.

Finalmente se va a legislar al respecto en la Ley de Transparencia pero la norma no afecta al Jefe del Estado con el curioso pretexto de que no forma parte del Estado, una tautología que me remite al misterio de la Santísima Trinidad.

La monarquía es un sistema atípico en el que la institución es también una persona. El Rey disfruta de muchos privilegios pero debe apechugar con serlo las 24 horas del día y los 365 días del año.

La Familia Real es el espejo en el que nos miramos los ciudadanos que esperamos ejemplaridad. En una monarquía parlamentaria, en la que el rey no tiene poderes cuentan mucho los gestos.

La caza de elefantes en Botsuana nos recuerda la película La Escopeta Nacional. Luis García Berlanga muestra en su deliciosa película como un avispado empresario del ramo de los porteros automáticos aprovecha una cacería franquista para vender su producto.

Al rey le debemos mucho en el desmontaje de la dictadura franquista y en la restauración de la democracia pero no ha roto con la escopeta nacional.

Habría que ver qué porteros automáticos le han tratado de vender los anónimos empresarios que le han pagado la última escopeta.

José García Abad es periodista y analista político