Este primer encuentro proporcionó, en efecto, el tono, el estilo y el diapasón del primer enfrentamiento en que cada cual tanteaba a su opositor.

Mariano Rajoy compareció ayer en el Congreso de los Diputados con una triple misión: las dos que aparecían en el orden del día, o sea dar cuenta de la reunión del Consejo Europeo del 30 de enero y someterse al control parlamentario de cada miércoles y el pago de una deuda: dar la cara sobre las medidas adoptadas en la primera semana del Gobierno, especialmente la inesperada  subida de impuestos.

Alfredo Pérez Rubalcaba pudo percatarse de la que ya suponía: tenía que moverse con mucho cuidado pues cada puñetazo lanzado era devuelto a su rostro con fuerza proporcional.

Si golpeaba el cántabro, como golpeó,  lamentando el incremento de parados, el gallego respondía con sorna si es que le iba a dar lecciones de cómo reducir el paro.

Si afeaba el de Solares al de Pontevedra, como afeó,  por incumplir su palabra de no subir impuestos, este le replicaba que se vio obligado a ello porque los socialistas ocultaron déficit.

Si atizaba el opositor, como atizó,  con el argumento de que el gallego castigaba fiscalmente a los trabajadores y clases medias salvando a los ricos, el jefe del Ejecutivo devolvía el golpe sin que se le moviera un pelo recordando que tampoco grabaron los socialistas a las clases altas y que no fueron ellos, los populares,  quienes eliminaron el impuesto sobre el patrimonio.

Se veía que ni el uno ni el otro querían golpear demasiado fuerte.

Rajoy ha prometido no explotar la Funesta Herencia Recibida reconociendo que al Gobierno se le juzgará por sus resultados pero con sus respuestas daba a entender que su propósito se desvanecería si el opositor se salía de las líneas marcadas.

Y aunque ha dejado claro, con la retranca que le caracteriza, de sentirse cómodo con la mayoría absoluta que disfruta desea obtener el máximo consenso posible por parte de las oposiciones.

Muy consciente de ello Rubalcaba utilizó un tono conciliador propio de un hábil equilibrista. Es un personaje de gran cintura que debe conjugar una oposición convincente con salvar al Ejecutivo del que formó parte prominente y a la vez animar a un grupo parlamentario al que, por ejemplo, tuvo que sacar con fórceps aceptar la reforma exprés de la Constitución en un extremo difícil de tragar para la izquierda.

La primera gran prueba será la reforma laboral que el Gobierno aprobará mañana sobre aquellos puntos en los que no se pusieron de acuerdo patronales y sindicatos: la intermediación, la contratación, la flexibilidad interna y la estructura de la negociación colectiva.

De dicha reforma Rajoy sólo ha proporcionado tres pistas: que será amplia, profunda y equilibrada. Lo que no será es consensuada.

José García Abad es periodista y analista político