A veces, la naturaleza recuerda con dureza dónde empieza su fuerza y dónde acaba la nuestra. En octubre de 2024, la DANA golpeó con virulencia la Serranía Baja de Cuenca, dejando cicatrices visibles en el pequeño municipio de Mira. Pero este pueblo, rodeado de pinares y barrancos, no se resignó al silencio: se levantó con la determinación de quienes saben que su identidad no se mide en muros, sino en raíces.
Hoy, mientras el río Ojos de Moya vuelve a fluir con calma y los campos de almendros recuperan su esplendor, Mira reivindica su esencia como destino de naturaleza, cultura y memoria. Un lugar donde el pasado y la tierra se entrelazan para contar una historia de resistencia y belleza rural.
Mira, en el corazón de la Serranía Baja de Cuenca, es uno de esos lugares que parecen dibujados con calma. Sus calles, de piedra y aire limpio, descienden hasta el cauce del río Ojos de Moya, mientras las montañas que lo rodean actúan como un anfiteatro natural. Es un pueblo pequeño, pero con una energía que desmiente su tamaño: aquí la vida late al ritmo del campo, de las estaciones y de las voces que aún se saludan por su nombre.
El paso de la DANA del 29 de octubre de 2024 marcó un antes y un después, recordando con crudeza la fuerza de la naturaleza. Pero la historia de Mira no se detuvo ahí. La misma tierra que se anegó volvió a florecer. Los vecinos se organizaron, las calles recuperaron su pulso y el municipio supo transformar la adversidad en impulso. Hoy, Mira se muestra como ejemplo de resiliencia rural, pero, sobre todo, como un refugio de autenticidad y belleza natural.
Apenas un año después, sus paisajes recuperan el verdor, sus rutas invitan a caminar sin prisa y su entorno vuelve a ser punto de encuentro para quienes buscan una Castilla-La Mancha más verde, más viva y más humana. Mira ha aprendido a mirar hacia adelante, orgullosa de sus raíces y abierta al visitante que llega con ganas de respirar naturaleza y verdad.
El paisaje de Mira es un mosaico de contrastes donde el agua, la piedra y el pinar conviven en armonía. El río Ojos de Moya serpentea entre huertos y vegas, ofreciendo rincones donde detenerse a escuchar el rumor del cauce o sumergirse en un baño reparador en los meses de verano. A su alrededor, una red de caminos invita a perderse sin prisa, descubriendo fuentes, barrancos y antiguos molinos que aún conservan el eco de otras épocas.
Las montañas que rodean el municipio forman parte del entorno natural de la Serranía Baja, un espacio de transición entre las tierras altas de Cuenca y los valles del Cabriel. Es territorio de senderistas, cicloturistas y amantes del aire libre. Las rutas que parten desde el pueblo conectan con miradores naturales como el de la Peña del Castellar, desde donde se abren vistas infinitas de bosques y sierras que cambian de color con la luz del día.
Aquí la naturaleza no es un decorado, sino parte de la vida cotidiana. Los vecinos la respetan, la trabajan y la disfrutan, conscientes de que este entorno es su mayor tesoro. Desde los paseos al amanecer entre pinares hasta las noches limpias en las que el cielo se convierte en un manto de estrellas, Mira ofrece una naturaleza que abraza y reconcilia, donde cada paso devuelve una sensación de equilibrio.
En Mira, las piedras hablan. El casco antiguo conserva el trazado irregular de los pueblos serranos, con calles estrechas que parecen diseñadas para protegerse del viento y fachadas encaladas que brillan al sol. En lo alto, la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción domina el paisaje, recordando la importancia que tuvo este enclave como punto estratégico entre los caminos que unían Castilla con Levante.
El pasado se respira también en los restos del castillo de Mira, una fortaleza medieval que aún conserva parte de su torre y muralla, y que ofrece una panorámica impresionante sobre el valle. Desde allí se comprende mejor la historia de un pueblo que fue frontera, que conoció épocas de esplendor y otras de resistencia, y que ha sabido mantener su identidad sin renunciar al paso del tiempo.
Las fiestas y tradiciones completan ese legado. Cada verano, las calles se llenan de música, luces y encuentros durante las celebraciones patronales, donde la devoción se mezcla con la alegría popular. Y a lo largo del año, los talleres de artesanía, las visitas culturales y los proyectos educativos mantienen viva la conexión entre el pasado y el presente. Porque en Mira, el patrimonio no es una reliquia: es una herencia en uso, un hilo que une a quienes fueron con quienes siguen construyendo su historia.
La cocina de Mira es un reflejo fiel de su entorno: sencilla, sincera y llena de matices. En sus casas y restaurantes, el recetario tradicional se mantiene vivo gracias a quienes siguen preparando los platos de siempre, con productos locales y el mismo respeto que sus abuelos tenían por la tierra. El cordero segureño, las gachas, el morteruelo o los guisos de caza son parte de una gastronomía que huele a hogar y a fuego lento.
El aceite, el vino y la miel completan el paisaje culinario, elaborados de forma artesanal y con el sello de calidad que caracteriza a la provincia de Cuenca. En las mesas de Mira también se cuelan los productos de temporada: setas, trufas, almendras y hierbas aromáticas que se recogen en los alrededores y llenan de aromas los mercados locales.
Comer en Mira es mucho más que alimentarse: es participar en una forma de vida que entiende la mesa como punto de encuentro. En las fiestas patronales o en los días de invierno, cuando el frío aprieta, el calor del guiso y la conversación se mezclan en un ritual que une generaciones. Aquí, cada plato cuenta una historia, cada sabor es memoria, y cada comida, un acto de celebración compartida.
Mira no solo se visita, se vive. Quien llega atraído por sus paisajes o su gastronomía descubre pronto que este rincón de la Serranía Baja es también un refugio emocional, un lugar donde el tiempo se ralentiza y cada jornada tiene el ritmo que marca la naturaleza. Los alojamientos rurales, las casas rehabilitadas con mimo y las iniciativas de turismo activo —rutas de senderismo, ciclismo o barranquismo en los alrededores del río Ojos de Moya— ofrecen una manera distinta de disfrutar del entorno: más consciente, más cercana, más humana.
El visitante que se queda una noche comprende por qué los cielos de Mira son tan valorados por los amantes de la astronomía. En ausencia de contaminación lumínica, el firmamento se abre en un tapiz de constelaciones que invita a mirar arriba y recordar que, incluso tras los temporales, la luz vuelve a imponerse.
Hoy, Mira es un ejemplo de resiliencia y de amor por la tierra, un pueblo que, tras la DANA de 2024, ha vuelto a levantar cabeza con la fuerza de su gente y la belleza intacta de su entorno. Entre montes, agua y memoria, Mira late como símbolo de una Castilla-La Mancha que no se rinde, que transforma las dificultades en oportunidad y que sigue abriendo caminos a quien llega con los ojos bien abiertos.
A apenas media hora de Mira, Moya se alza sobre una colina imponente que domina el paisaje de la Serranía Baja. Sus murallas medievales y su castillo evocan el esplendor de un pasado fronterizo, cuando esta villa fue uno de los enclaves más importantes del Reino de Valencia. Caminar por sus calles en ruinas es viajar atrás en el tiempo, un recorrido melancólico y majestuoso por la memoria de piedra de Castilla-La Mancha.
En dirección opuesta, Enguídanos ofrece una cara más viva y vibrante de la comarca. Sus Chorreras del Cabriel, declaradas Monumento Natural, son uno de los espectáculos de agua más sorprendentes de la región: cascadas, pozas y formaciones de toba que dibujan un paisaje perfecto para el baño o el senderismo. Aquí, la naturaleza se siente cercana y salvaje, un refugio ideal para quienes buscan aventura o descanso a partes iguales.
Muy cerca también, en el corazón de la Serranía de Cuenca, Villar del Humo esconde un tesoro único: sus pinturas rupestres declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO. Estas escenas prehistóricas, grabadas en abrigos naturales, son testimonio de la vida en la Edad del Bronce y conforman uno de los conjuntos de arte levantino más importantes del país. El entorno que las rodea, de pinares y barrancos, prolonga esa sensación de estar ante un paisaje intacto, donde el tiempo se mide en milenios.
Un poco más lejos, a una hora escasa, Alarcón completa el mapa de las escapadas imprescindibles. Su castillo, suspendido sobre el río Júcar, y su recinto amurallado forman uno de los conjuntos monumentales más reconocibles de Cuenca. Aunque su monumentalidad podría eclipsar a los pequeños pueblos de alrededor, su visita complementa el viaje por la comarca, recordando que toda esta zona —desde Mira hasta la Serranía— comparte una misma raíz: la del arte, la historia y la calma que define al corazón de Castilla-La Mancha.
Hay lugares que no necesitan levantar la voz para hacerse oír. Mira es uno de ellos. Aquí, entre montes de pino y horizonte de piedra, el tiempo parece fluir con la calma de los ríos que la rodean. Cada amanecer devuelve la vida a un pueblo que ha aprendido a resistir y a empezar de nuevo, mirando siempre hacia adelante sin olvidar sus raíces.
Las huertas recuperadas, las casas restauradas y las nuevas generaciones que vuelven a abrir sus puertas al visitante son la mejor prueba de que esta tierra se reinventa sin perder su esencia. En Mira, la naturaleza no es solo un escenario, sino parte de la identidad colectiva: una forma de estar en el mundo, de convivir con él.
Y cuando cae la noche, bajo un cielo tan despejado que parece infinito, todo cobra sentido. Porque Mira no es solo un lugar al que se llega: es un lugar al que se pertenece, aunque sea por unos días. Un rincón donde la calma tiene nombre propio y donde cada regreso promete empezar otra historia.
Fotos: ©Turismo de Castilla-La Mancha, David Blázquez
