Pasamos una noche junto a José (nombre ficticio), un camello madrileño que cada fin de semana reparte gramos de cocaína por la capital española. Como un vendedor ambulante de caramelos, bajo la luna de Madrid, se pasea en su coche vendiendo un producto que el público le reclama. Así ha sido:

 “¿Miedo? A mí me pilla coca un policía, tío. Hazte a la idea, en España se pone todo el mundo”. De manera contundente e irónica contesta José cuando el periodista le pregunta sobre posibles temores a ser arrestado como traficante de cocaína. España es líder junto a Reino Unido en consumo de cocaína entre los jóvenes. Alrededor de 2,3 millones consumieron esta sustancia en el último año según el informe anual del Observatorio Europeo de las Drogas. A pesar de estos datos, España sigue siendo el país en el que mayor cantidad de cocaína se incauta (26,7 toneladas).

La noche empieza en la casa del camello, en un céntrico piso de Madrid. José se dispone a mezclar su material: “Cojo mi coca y le añado lo que comúnmente se conoce como ‘corte’. Existen muchos tipos. Hay veces que lo corto con algún tipo de producto químico. Incluso con ibuprofeno, harina o tiza; lo que sea con tal de sacar más tajada. Porque el objetivo es ese, ganar más dinero. Tampoco me puedo pasar porque luego no vendes a nadie. Hay que tener mano. Una cosa te digo, si la peña supiera lo que está metiéndose por la nariz, no se pondrían en la puta vida”. En laboratorios gallegos de la Guardia Civil y la Policía Nacional, tras analizar muestras incautadas, se han encontrado restos de pesticida, matarratas e incluso detergente. Al fin y al cabo, cuando un usuario introduce un billete en su nariz y aspira el polvo blanco, la mayor parte de lo que se introduce en su cuerpo no es cocaína.

 

La primera parada la hacemos en Ciudad Universitaria, donde cada fin de semana salen cientos de jóvenes de toda España. “En los colegios mayores están los mejores clientes. Tienen dinero, pagan al momento y puedo vender gramos más cortitos sin que digan nada. A los que tienen mucha calle, es imposible engañarles. A alguno de estos chavales le vendo cantidades mayores que él mismo se encarga de repartir entre sus amigos. Si yo se lo doy cortado, imagínate cómo lo dará él”.

Uno de ellos vive en un conocido colegio mayor. Se mete al coche y existe la posibilidad de conversar con él. Ante la pregunta de por qué consume cocaína su respuesta es clara. “Yo saco buenas notas, voy todos los días a clase y estudio como el que más. Luego llega el fin de semana y me apetece desfasar, pasármelo bien”. ¿Consumes todos los fines de semana? “Casi todos”, responde, tras haber esnifado su primera raya de la noche. Es sorprendente el intento de justificar su responsable vida entre semana con su continuado consumo de drogas. El mecanismo de autoengaño del ser humano resulta admirable.

Son las 12 de la noche y José ya ha vendido 4 gramos. ¿Suele ser así todos los fines de semana? “Casi todos, yo funciono de jueves a sábado. Tengo mi trabajo fijo, pago mis impuestos como todo el mundo. No soy un macarra ni un tipo peligroso. Sé que vivo dentro de la ilegalidad y que cabe la posibilidad de que me pillen, pero es un extra cojonudo. Gracias a esto puedo irme a lugares mejores de vacaciones, comprarme diferentes caprichos, pero nunca hacer ostentación. Quien se las da, es imbécil; además, a ese le cazan siempre”. ¿No te molesta el hecho de estar vendiendo un producto perjudicial para la salud, que crea dependencia y que puede suponer un drama para el consumidor? “A mí eso me la suda. Cada uno hace con su vida lo que quiere. Sólo le vendo a gente adulta y doy por hecho que cada uno es libre para elegir qué hace con su vida. Pregúntale al dueño de Philip Morris, de Johnny Walker o de una empresa de tragaperras si tiene remordimiento. Te dirán que lo único que importan son los billetes, igual que a mí”.

Durante este rato, una hora aproximadamente su teléfono no ha parado de vibrar. “No uso ‘whatsapp’, ni nada, no me fío. Llevo este Nokia de hace 1.000 años y sólo lo enciendo para trabajar. Parezco un empresario, siempre con dos móviles”. Recorremos Madrid haciendo paradas por varios puntos de la ciudad. Le compran chavales en chándal, hombres trajeados, metaleros y niños pijos con ropa de Ralph Lauren. Bares de moda, antros oscuros, casas particulares o en mitad de una luminosa calle. Parece que José lo hace a propósito. El periodista está viendo con sus propios ojos eso de que “se pone todo el mundo”.

Después de quitarse todo lo que tenía encima y con casi 1.000 euros en el bolsillo, la pregunta es la siguiente: ¿Y ahora qué? “Ahora, a tomar algo y esperar hasta que abran los after. En ese momento, la mitad de los que me han llamado hoy, lo volverán a hacer y algún otro también”.

¿Tú consumes? “Hace años que no lo toco. Es una droga muy peligrosa, además convivir con los consumidores y ver determinados comportamientos te hace darte cuenta de que esta droga es muy jodida. Y por encima de todo, así gano más dinero.”

Ya es casi de día y José y el periodista se despiden. Resulta estresante y agotadora una noche así.  Mientras el periodista se va a casa, el camello sigue trabajando. Uno de ellos lleva apenas en el bolsillo lo justo para desayunar y el otro habrá ganado en un fin de semana lo que el primero en un mes de trabajo tras haber estudiado una carrera. En Madrid se consume cocaína. En España se consume cocaína. ¿Qué van a hacer nuestras instituciones para revertir esta situación que cada año arroja unos datos más desalentadores? ¿Por qué no existe un debate a nivel nacional que trate este fatídico problema social? El periodista cierra los ojos con la sensación de que el consumo de cocaína es tabú porque España se droga.