Escribe Gloria Steinem (Toledo, Ohio, 1934) en este libro entre el ensayo y las memorias que el indicador más fiable de si un país es o no violento –o si podría recurrir a la violencia militar contra otros países– no es la pobreza, la religión o los recursos naturales, ni siquiera el grado de democracia: es la violencia contra las mujeres. Ésta normaliza las demás formas de violencia. Varias sentencias como éstas, muy esclarecedoras, se pueden encontrar en Mi vida en la carretera (Alpha Decay, traducción de Regina López Muñoz), una especie de autobiografía en la que Steinem, escritora, feminista y reportera célebre, traza un recorrido por su activismo en pro de los Derechos Humanos, pero con la carretera como leitmotiv o hilo conductor del relato. Si Ulises sólo quería llegar a casa durante su viaje, Gloria, en cambio, no quería regresar a ella. Hace poco manifestó que no ha pasado más de ocho días seguidos en el hogar. Esa actitud es la contraria a la que pregona el machismo, donde se pretende que la mujer esté atada a la mesa de la cocina y sólo salga a la compra, dictadura conyugal y doméstica contra la que siempre se reveló: Tal vez el acto más revolucionario para una mujer sea emprender un viaje por iniciativa propia y ser bien recibida cuando vuelva a casa.

Durante años nos hicieron creer, erróneamente, que el feminismo era la otra cara del machismo, es decir, que era un machismo al revés (muchos lo confunden con el hembrismo, para que nos aclaremos). El feminismo es "la defensa de la igualdad de derechos y oportunidades entre todos los seres humanos, sin distinción". Insisto en citar la definición porque aún quedan adobes por ahí que no la conocen. Tal vez no hayan querido enterarse o no hayan prestado atención, o tal vez sea más sencillo: no leen. No leen textos como éste, o como Solterona (Kate Bolick), o como Todos deberíamos ser feministas (Chimamanda Ngozi Adichie), o incluso como H de halcón (Helen Macdonald), que no es un manifiesto al uso pero que nos habla de la necesidad de la independencia femenina. Pero no leen porque no les interesa saber que una mujer tiene los mismos derechos y oportunidades que ellos. Aunque se ha avanzado en los últimos tiempos, queda camino por andar: uno se cansa de ver, por ejemplo, el modo en que las cineastas son ninguneadas, o en que algunos dicen aquello de "Para ser una mujer, no escribe mal", o en que son atacadas en la calle o incluso en los transportes públicos por fulanos embrutecidos que no conocen la evolución de las especies (me refiero a que siguen siendo gorilas en vez de hombres).

Por ésta y otras razones me parece importante este libro. Porque aclara conceptos, despeja dudas, nos abre los ojos. Y no sólo respecto al feminismo. Por ejemplo, Steinem nos cuenta algo que pocos sabíamos: que la Confederación Iroquesa sirvió en parte como modelo para la Constitución de los EE.UU., o que la famosa frase de JFK No preguntes lo que tu país puede hacer por ti: pregunta lo que puedes hacer tú por tu país, en realidad la escribió Ted Sorensen (el hombre que redactaba los discursos de Kennedy)… Mi vida en la carretera, más allá de su vertiente nómada, también es un libro político. Habla de cómo la autora se implicó en la lucha por los derechos civiles, y de las conferencias que dio en solitario o junto a otras amigas y activistas, de sus viajes a la India, de su oficio periodístico al fundar la revista Ms., de su padre como "hombre errante y desarraigado" del que, en principio, no quería seguir sus pasos, de cómo su madre le enseñó que la política "forma parte del día a día", de cómo se la menospreciaba o minusvaloraba porque era guapa…

Todo eso y mucho más desvela Gloria Steinem en Mi vida en la carretera, un texto ameno, revelador, durante cuya lectura acompañamos a alguien que siempre estuvo en ruta, una mujer valiente, tenaz en sus principios y en sus convicciones, una activista convencida de que lo más importante es la memoria: para saber quiénes somos y de dónde venimos, es decir, de un tiempo en el que no existían estas desigualdades; para saber, sobre todo, que podemos cambiar las cosas.