El terrorismo yihadista en Europa se ha convertido en puro espectáculo. Sangriento pero espectáculo. Su efecto personal en las víctimas y en sus familias es devastador, pero su efecto político en el devenir de las sociedades a las que pertenecen esas víctimas es minúsculo. En ese sentido político, sus efectos reales no van más allá de los derivados del espectáculo mismo. Consiguen que la gente tenga miedo y que los turistas se vayan a otra parte durante algún tiempo, pero nada más.

Los yihadistas matan a gente de verdad pero los logros políticos de sus matanzas son ficticios. Podrían estar haciendo durante los próximos cien años lo que hicieron ayer en Barcelona y su sueño pueril de un mundo férreamente regido por Alá seguiría estando igual de lejano. En realidad, el objetivo final es lo de menos. En realidad, la realidad es lo de menos.

¿Musulmanes cegados por las páginas menos compasivas del Corán? En efecto, son musulmanes: pero no más musulmanes que vascos eran los terroristas de ETA o que norteamericanos los miembros del Ku Klux Klan. Quienes, como Alfonso Rojo o Isabel San Sebastián, demonizan obtusamente el islam porque los asesinos son islamistas yerran tanto como lo hacían quienes demonizaban el País Vasco o los Estados Unidos debido a la filiación nacional de los miembros de ETA o del supremacismo blanco.

En términos políticos, los atentados de Barcelona, París, Londres o Niza son pura impotencia disfrazada de ofensiva militar; en términos psicológicos, puro narcisismo camuflado bajo ciertas págians del Corán. Los soldados semisuicidas de esta última hornada de ‘terrorismo low cost’ son poco más que pobres tipos a los que alguien ha conseguido engañar para que sientan que forman parte de algo más grande que ellos mismos.

Es gente peligrosa, por supuesto, pero no en un sentido político: son peligrosos porque en un momento determinado pueden hacer daño a algunas personas y perjudicar a algunas ciudades y porque ese daño y ese perjuicio son replicados incesantemente por las pantallas de medio mundo. El fortísimo impacto mediático de sus acciones es pura ficción: colma su narcisismo, pero no los acerca a su victoria.