Es inconcebible que una novela como ésta, publicada en el 76 y posteriormente adaptada al cine por Ivan Passer con Jeff Bridges y John Heard, haya permanecido tanto tiempo inédita en España. Cutter y Bone no es sólo uno de los libros más sólidos sobre las heridas que dejó Vietnam a sus soldados: también es una novela que en el año 2016 todavía está de actualidad (volveremos sobre ello más tarde).

Alex Cutter y Richard Bone son amigos, aunque no son de esa clase de colegas que darían su pellejo para salvar al otro. Se soportan, se hacen favores y se enemistan de vez en cuando. Bone es un tipo que una vez abandonó a su familia y es incapaz de mantener un empleo; pellizca algo de dinero ejerciendo de gigoló con mujeres que puedan mantenerlo un par de días para seguir tirando y, por el momento, reside en la casa de su amigo Alex porque carece de domicilio. Cutter es un veterano de Vietnam fracturado por las cicatrices físicas (perdió un ojo, perdió medio brazo, perdió una pierna… y así va por la vida: con montones de remiendos, con un parche, con una manga de chaqueta vacía, con una pierna "de plástico y acero") y por las cicatrices emocionales (Me encuentro mal todo el tiempo. Por eso pienso en la muerte. Pienso que más me valdría estar muerto, le dice a Bone. Y también: No siento demasiado, ni pérdida, ni dolor, ni ninguno de esos bonitos sentimientos normales. A lo mejor es porque recogí demasiados tíos a paletadas y los metí en bolsas, no lo sé. A lo mejor había demasiados pedazos). Pero Cutter, aunque tenga un cuerpo descuartizado, al menos cuenta con algo que le falta a Bone: un techo, una esposa y la pensión de invalidez que siempre acaba gastando en alcohol. Una noche, Bone ve a un individuo bajar de un vehículo y deshacerse de algo: al día siguiente, en las noticias, anuncian que han encontrado el cadáver de una chica. Y Bone cree que se trata del hombre que vio, que se parece a un empresario millonario cuyo coche voló por los aires esa misma noche. A partir de entonces, a Cutter se le ocurre un plan para extorsionarlo y conseguir la pasta que tanto necesitan para comenzar de nuevo. Durante toda la novela, ni los personajes ni los lectores sabrán si Bone está en lo cierto, si el magnate es el culpable, o si todo son paranoias de ambos. Sólo en el último párrafo del libro sabremos la verdad.

Cutter y Bone funciona a varios niveles

El primer nivel nos ofrece una historia simbólica sobre el regreso de Vietnam, sobre cómo tantos hombres volvieron trastornados y tullidos y no encontraron hueco ni comprensión en la sociedad (pensemos por ejemplo en el John Rambo de la novela Primera sangre y de la película Acorralado; en los protagonistas del filme El cazador; o en esa gran novela de Robert Stone: Dog Soldiers). En un segundo nivel tenemos una aproximación al noir, con dos hombres capaces de hacer lo que sea para conseguir dinero, que suele ser uno de los motores de las novelas negras junto con las mujeres fatales y la venta de droga; dos hombres que empiezan a moverse en territorios de paranoia y sospecha. Y en un tercer nivel encontramos un preciso estudio de lo que significan la desesperanza y la falta de oportunidades, la pérdida de valores y la angustia existencial, pero también lo absurdo de trabajar tantas horas para otro cuando podrías morirte al salir de tu jornada laboral diaria: Siempre llegaba esa opresión en el estómago, la sensación de encierro, y por último la bronca con un jefe gilipollas u otro. Y luego la calle de nuevo, las mujeres de nuevo, su única seguridad real. Es aquí, como apuntaba antes, donde Cutter y Bone se convierte en un libro que casi parece retratar nuestra sociedad: gente que no tiene oficio ni dinero, que no encuentra dónde caerse muerta, que empieza a estar de vuelta de todo.

Cutter y Bone es una novela formidable y nos descubre a un escritor, Newton Thornburg, que no conocíamos en castellano y cuyo dominio de la narrativa y del suspense resultan asombrosos. Thornburg posee esa destreza propia de otros grandes autores norteamericanos (como John Cheever, Richard Ford, Tobias Wolff o John Fante) que, aunque nos estén contando cómo un tipo va a desayunar, nos mantienen en vilo y nos introducen tanto en el ambiente como si estuviésemos viendo una película. Uno acaba sintiéndose cómplice de los desvaríos de Cutter y Bone, se acaba inmiscuyendo en su mundo y por eso el final resulta demoledor. Y a ello contribuye la fluida y estupenda traducción de Inga Pellisa, cuyo nombre en un libro ya es sinónimo de calidad y de buen gusto: léanse algunos de las obras traducidas por ella, caso de Bowie, Dog Soldiers, Recordando los sesenta, Cuarenta y un intentos fallidos o El show de Gary. En la publicidad de Sajalín sobre esta novela se dice que no olvidaremos a Richard Bone y a Alex Cutter: y es cierto.