El viaje a ninguna parte emprendido por el independentismo en Cataluña sigue con su proceso de depuraciones y purgas. En lugar de buscar el mínimo común denominador común del catalanismo histórico, de siempre integrador, transversal y plural, se impone el sectarismo puro y duro desde todas las instituciones públicas que están controladas por las fuerzas independentistas. Unas fuerzas que no cuentan con el apoyo mayoritario de la ciudadanía catalana pero que tienen mayoría absoluta en el Parlamento de Cataluña y, por tanto, gobiernan con mano de hierro la Generalitat y también sus medios de comunicación, así como muchas otras instituciones que de un modo u otro dependen del gobierno presidido ahora por Carles Puigdemont.

Una de las últimas víctimas de todo ello es el CIDOB. Se trata del Centro Internacional de Documentación de Barcelona, uno de los más prestigiosos “think-tanks” existentes en todo el mundo. En España solo existe otro de su importancia, el Real Instituto Elcano. Ambos son reconocidos internacionalmente por su solvencia y rigor. Pero el CIDOB puede perder este reconocimiento mundial si, como parece, prospera su definitiva pérdida de neutralidad y pluralismo. Su hasta ahora máximo responsable, el exeurodiputado convergente Carles Gasòliba, ha renunciado al cargo, harto ya de las imposiciones que le llegaban desde el gobierno de la Generalitat, en especial desde su excolega en el Parlamento Europeo por ICV y hoy consejero de Asuntos Exteriores de la Generalitat Raül Romeva, pero también desde la misma Presidencia y de las fuerzas independentistas.

Querían y quieren poner al CIDOB al servicio partidista y exclusivo del proceso independentista catalán, y Gasòliba, buen conocedor tanto de la legalidad como de las instituciones internacionales, en particular las de la Unión Europea –fue también presidente del Patronato Catalán Pro Europa-, se ha negado a ello y al final no le ha quedado otra solución que dimitir. El CIDOB puede quedar herido de muerte si queda subordinado a los intereses exclusivos del independentismo. Entre otras razones, porque perdería su propia razón de ser. Fue creado en las postrimerías del franquismo, en 1973, al abrigo de una entidad, Agermanament, fundada por algunos sacerdotes catalanes que habían trabajado como cooperantes en varios países de América Latina y África. De aquel pequeño y voluntarioso CIDOB creado por Josep Ribera se ha pasado al CIDOB actual, con más de cuarenta años de trabajo riguroso, independiente, plural y muy influyente a nivel mundial.

Sin embargo, no deja de ser lógico que los independentistas quieran apropiarse del CIDOB e instrumentalizarlo a su exclusivo servicio. En especial porque la “internacionalización del conflicto catalán”, tan reiteradamente anunciada, hasta ahora se ha saldado con fracasos rotundos.

Como ejemplo de estos fracasos reiterados bastará citar el primer viaje oficial de Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat. Fue a Bélgica, visitó Bruselas, Amberes y Gante, pero a pesar de intentarlo no fue ni tan solo recibido por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ni por el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, ni tan siquiera por el comisario de Inmigración, Dimitri Avramópulos, al que solicitó también una entrevista. Puigdemont mintió al afirmar que estas solicitudes no habían sido formalizadas y fue desmentido por los portavoces correspondientes. Y como saldo global de su primer viaje oficial al extranjero se trajo, eso sí, una entrevista con el ministro-presidente de Flandes, el independentista flamenco Geert Bourgeois, y una reunión con el presidente de la Alta Autoridad del Puerto de Gante.