Adolf Hitler y Francisco Franco, durante su encuentro en Hendaya.

 

 


Lo digo siempre cuando hablo en público de las conclusiones de mi trabajo periodístico acerca de Franco, el franquismo y el Holocausto: para este periodista ha sido imposible leer documentos secretos nazis relativos a España y la Shoah y no sentirse muy mal. Es así. Me gustaría que la historia reciente de España fuera otra. Que no contara con una guerra incivil, que no hubiera habido una dictadura, que no acaeciera una represión de postguerra de una dimensión que no conocemos y que el franquismo no hubiera sido un colaborador activo del peor genocidio de la Historia. Y digo peor por varias razones que van más allá del número de muertos que los últimos cálculos del Yad Vashem acerca a los siete millones.

Es el peor es porque se trató de una operación de limpieza planteada desde un Estado moderno y en teoría civilizado; de un  plan de exterminio industrializado efectuada en pleno Siglo XX desde y por la sociedad que contaba con la cultura y las mentes más avanzadas y refinadas de Europa. Magníficos ingenieros diseñaron campos de exterminio que abarataron la muerte siguiendo el proceso fabril de las cadenas de montaje, químicos excelentes encontraron que el barato y asequible Cyclon B mataba bien y así hasta llegar a la característica más perversa que proporciona a la Shoah una dimensión única y aterradora: juristas de primer orden mundial dieron forma durante años a una serie sucesiva de leyes que terminaron por despojar legalmente a colectivos de personas de su condición humana. Esa es la gran inmoralidad que encierra ese genocidio sin parangón al que llamamos Holocausto. De hecho es casi es más duro leer las leyes antisemitas y su evolución hasta la Solución Final que la propia aplicación de la solución final. Nadie que se precie a sí mismo puede leer aquellas leyes y reflexionar sobre ellas sin estremecerse y sin sentir rabia e impotencia y un profundo sentimiento de injusticia insondable. Unas leyes que para mayor horror sirvieron para acallar las conciencias de millones de personas que viendo desaparecer a sus vecinos alemanes judíos, muchos de ellos héroes por Alemania en la Gran Guerra. Unos ciudadanos que dejaron por ley de tener derechos, de ser sabios, músicos, artistas, comerciantes, pensadores o amas de casa mientras otros alemanes se confortaron con aceptar una legislación que les dijo que aquel que hasta entonces había sido su amigo o su abogado, su médico o el hombre o la mujer que amaba, era literalmente una bacteria sin derechos. Y mientras esas leyes crecieron, los líderes mundiales miraron hacia otro lado.

En España no se tiene idea de qué fue el Holocausto. Preguntas al azar y apenas aciertan a citar algún campo de exterminio y una vaga noción sobre qué sucedió con  los judíos y los nazis. Todo ello deslavazado y sin consistencia. Y si la ciudadanía poco sabe de la Shoah, menos conoce su relación con España, por cierto ocultada con toda intención aún en pleno siglo XXI.

En los archivos de EE.UU. y muy especialmente en los del Reino Unido hay un fondo de miles y miles de papeles hallados en Alemania que muestran tozudamente que Franco y algunos de sus ministros fueron cómplice por acción y omisión del Holocausto. El dictador pudo salvar a miles o millones de personas y no lo hizo. Los nazis se lo ofrecieron y lo rechazó. “Si son enemigos de Alemania lo son de España” alegó y los dejó morir en las cámaras de gas. No hay excusas. No sirve de nada decir que Franco no sabía lo que sucedía con los judíos. Es mentira. Lo supo hasta por conducto oficial.

Es más, los nazis, que fijaron con precisión industrial sus plazos de exterminio, tuvieron con su amigo Franco la deferencia de otorgarle varias moratorias para que el régimen pudiera hacerse cargo de los judíos que los censos nacionalsocialistas consideraban españoles e incluso de los que Franco tuviera a bien salvar fueran españoles (sefarditas) o no. No quiso salvarles la vida pero en cambio exigió sus bienes por escrito.

Puede argumentarse que hubo judíos salvados por españoles e incluso por Franco.  En efecto, los hubo en un número difícil de calcular pero en todo caso ínfimo en relación a la magnitud de la catástrofe. Pero además, sucede que los judíos que se salvaron por mediación española lo fueron por la actitud heroica y estrictamente personal de un puñado de diplomáticos y funcionarios españoles que actuaron en contra de las directrices del Gobierno español por mucho que haya quien quiera demostrar la bondad franquista en este y otros temas. Pero la realidad es obstinada. Sólo hay que preguntarse ¿qué sentido tiene la existencia de caminos clandestinos de salvación por el Pirineo hasta Barcelona o Madrid o grandes redes secretas de resguardo a través de España si Franco ayudaba a los judíos?

Sin embargo, es cierto que hubo algunos judíos salvados por mediación gubernamental franquista, pero ¡atención! después de que Estados Unidos y Gran Bretaña presionaran a Franco tras grandes errores políticos suyos cometidos en la torpeza de su falsa neutralidad. Nunca fue neutral. Fue un pro nazi, admirador del III Reich. Fue, un antisemita que creyó en un contubernio judeo masónico y comunista hasta el fin de sus días.

Una anécdota sobre este extremo. Cuando, tras un error político grandioso se produjo un ultimátum aliado contra Franco, éste, asustado por la amenaza, intercedió ante sus camaradas alemanes para que le entregaran 360 judíos de Salónica que estaban encerrados en el campo de Bergen Belsen y vivos gracias a la actividad heroica del diplomático español Sebastián Romero Radigales, Justo entre las Naciones desde 2014. Los nazis aceptaron la propuesta para evitar (sic) ser “acusados de crueldad” y entonces el gobierno español pidió que los entregaran de 15 en 15, de tal suerte que cuando llegaran los 15 primeros, los siguientes 15 judíos ya se hubieran marchado del territorio peninsular español.  La petición fue considerada absurda hasta por los nazis. Finalmente estos judíos procedentes de Bergen Belsen llegaron a Barcelona en dos trenes y sus ocupantes creyeron que le debían la vida a Franco. Y así, con medias verdades y falsedades, se construyó una leyenda de Franco salvador de judíos que paradójicamente se compaginó con el tedioso mensaje acerca de su contubernio judeo-masónico-comunista sin que nadie se hiciera nunca preguntas sobre qué sucedió en realidad.

Eduardo Martín de Pozuelo es periodista. Autor de El franquismo cómplice del Holocausto y de Los Secretos del franquismo.

Este artículo se ha publicado simultáneamente en la web de la FUNDACIÓN INTERNACIONAL BALTASAR GARZÓN. www.fibgar.org