Una vez que hubo salido victoriosa en su particular lucha por la igualdad y por la dignidad de la mujer, se propuso un nuevo desafío: salir de la miseria y buscar nuevos horizontes en países que pudiesen ofrecerle mayores posibilidades. Y con este decidido propósito marchó a Etiopía, de allí prosiguió su camino a Sudán para, finalmente, recalar en Libia, donde embarcó en un cayuco con destino a Lampedusa. Y aunque el final de este viaje se produjo en el pasado mes de abril, hoy nos hemos enterado de que aquella embarcación se fue a pique y que su nombre figuraba en la lista de náufragos desaparecidos.
La historia, que por su excepcional dimensión humana de entereza, sacrificio y valentía debería haber protagonizado las cabeceras de todos los medios de comunicación, se ha quedado en una mera reseña en la sección de Deportes, tras las hazañas de los Messis y los Ronaldos, o en la de Ocio, entre la noticia de que Belén Esteban ha sido portada del periódico francés Le Monde y la imagen del verano: el primer baño como matrimonio de los Duques de Alba.
Pero aunque el protagonismo en los medios no haya sido relevante, Samia formará parte para siempre de esa exclusiva minoría que ha combatido por todos nosotros en la consecución de lo que, de otra forma, sería inalcanzable: el cambio del orden establecido y la tradición secular. Sin el coraje y la valentía de personas heroicas como Samia no conseguiríamos progresar ni liberarnos de las fuertes ataduras con nuestro propio pasado de ignorancia e irracionalidad. ¡Vaya mi rendida admiración por la grandeza de esta gran atleta somalí!
Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas