El Sr. Wert, que es sociólogo y sabe de estadísticas, seguro que también sabe que los números, así dichos, apenas dicen nada de nada. Y seguro que sabe que a la selectividad (que ya no se llama así, sino PAU –pruebas de acceso a la universidad-) sólo se puede acceder habiendo aprobado todo el 2º de bachillerato, o sea, no llega a ella quien quiere, sino quien es bachiller. Y seguro que sabe que ese 2º de bachillerato, en números redondos, lo aprueban en la convocatoria de mayo en torno al 50% de los alumnos, o sea, que ese 94% lo es de la mitad de los alumnos que han cursado 2º. Y seguro que sabe que entre ese 50% de aprobados suele haber un número significativo de alumnos repetidores, que han necesitado dos años para aprobar todas las materias.

Si la PAU no funciona –que seguramente no funciona como debería- no es por ese 94%.

La enseñanza comprensiva que rechaza el ministro consiste en entender que todos tienen derecho a estudiar, no unos pocos, sino todos independientemente de su condición. Más claro, en mis clase hay alumnos y alumnas, estudiosos y poco o nada estudiosos, con interés y sin él, españoles y extranjeros, con problemas de audición o de visión o de movilidad o incluso con trastornos psíquicos. Ya sé que al ministro ese panorama le debe de dar un cierto repelús, tanta mezcla sin distinción, tanta promiscuidad. Pero seguro que también sabe que para casi todos ellos hay adaptaciones curriculares, o sea, adaptaciones de los contenidos –o de los accesos- a sus necesidades. Ya sabe, ministro, los ACNEE (alumnos con necesidades educativas especiales). O sea, que en vez de separarlos (a los niños de las niñas, a los estudiosos de los vagos, a los sordos de los oyentes, etc.) se procura que se eduquen juntos. Ya sabe, ministro, es una cuestión de derechos.

Detrás de esas declaraciones –y otra tantas- a veces parece que hay falta de información o de preparación del ministro, y siempre parece que hay exceso de ideología: que solo tengan derecho a la educación los que demuestren rendimiento adecuado; que el rendimiento adecuado sea el estrictamente académico en el peor sentido: las calificaciones (lo que califica al alumno, el número que le adjetiva); que las élites lo sigan siendo y los demás (siempre los mismos, por cierto), que se conformen con ser mano de obra. Yo mientras seguiré dando clase como mejor sepa y pueda a mis alumnos y alumnas, que son los que tengo en clase, no otros, con la esperanza de que sean ciudadanos que sepan ejercer y defender sus derechos y libertades. Cosas de la Constitución, ya sabe, ministro.

Jesús Pichel es filósofo