P: ¿Como cree que  Carlos Dívar, presidente del Poder Judicial y del Tribunal Supremo,  puede compatibilizar  su condición de católico, de la cual  hace gala,  con la conducta manifestada  en sus 20 viajes a Málaga, con 24 cenas y 8 comidas a cargo del erario público?
R:
Bueno, viene como anillo al dedo el que, en una sociedad mayoritariamente católica, puede ponerse a debate esto de ser católico, porque una cosa es ser católico y otra que uno diga que lo es. Y lo que voy a decir vale para todos, incluso para muchos que ahora señalan con el dedo al señor  Dívar. ¿Cuántos católicos de verdad, con una fe  personalizada, culta y actualizada  hay hoy en España? ¿Cuántos no hemos incurrido en los mismos defectos que ahora nos provocan indignación?

P: Usted extiende el caso a otras personas y sectores.
R:
Claro, pero quiero aclarar  cuatro cosas: 1. Yo no voy a juzgar al señor Dívar. Pero toda persona tiene una dimensión pública que alcanza a los demás y ella debe ejercerse con respeto de los derechos de todos. Y eso sí lo podemos juzgar. 2. Me interesa más que el caso  concreto del señor Dívar, el sistema o  condiciones culturales y sociopolíticas que hacen posible  una actuación irregular y reprobable como ésta y que aparece retratada en la conducta de muchos ciudadanos de la gestión pública y privada, que son los que mayormente perciben pingües  remuneraciones. 3. La condición de ser católico está nítidamente expuesta en los principios y valores del Evangelio, que desde siempre nos advierte contra posibles falsificaciones,  manipulaciones o  exterioridades que no cuadran con el seguimiento de Jesús de Nazaret. 4. Somos muy dados a alzar la voz  cuando alguien  cae en desgracia  y practicamos a la ligera la  crueldad, en lugar de  aplicar el hacha a donde de verdad  está el mal y que, de hacerlo,  nos comprometería seguramente  a todos.

P: ¿Qué le sugiere entonces la tormenta levantada en torno al Consejo General del  Poder Judicial?
R:
Pues mire, que era necesaria para derribar el endiosamiento de los  jueces. Son hechura humana como los demás y, cuando fallan, se creen intocables. La institución judicial es una de las más importantes de la democracia, pero han abusado. Se creyeron estar por su profesión a la par de los dioses, pero se dejaron encandilar por la sierpe  de su egoísmo y vanidad humanos.

P: ¿Qué señala como pieza clave de este asunto?
R:
Me importan los hechos. Si  hay miles y miles de españoles que no  cobran al mes los mil euros; y otros miles y miles que no llegan ni a eso, ¿cómo es posible que los miembros del Poder General Judicial cobren al año 84.000 € y  su presidente 130.000 €, más que los mismos presidentes del Gobierno? Ahora se les ha visto que pensaban así: ellos mismos se hacen la ley para aprobar que no están obligados a declarar los motivos y gastos de unos viajes que pagamos todos; corporativamente han ocultado comportamientos  y abusos que eran denunciables; y han declarado a través de su portavoz que ellos siempre han procedido con independencia y responsabilidad   y consideraban una ofensa toda suerte de crítica.

P: ¿A qué se debe esa prepotencia de los gestores públicos?
R
:No entiendo que, en una sociedad democrática, profesionales públicos del sector que sea, puedan cobrar por su trabajo veinte, quince o diez veces más que el resto de los ciudadanos. Y no entiendo que no sean ellos los que, desde su propia conciencia  y ética civil, promuevan una reforma de esa desigualdad escandalosa. Siendo así, todas sus  palabras se las lleva el viento, pues no hay nadie que, viendo a prójimos cercanos en situaciones de  necesidad y miseria como las que estamos viviendo,  se cruce de brazos y no se sienta  solidario.

P: Luego, no son solidarios.
R:
Todos ellos tienen  esa capacidad solidaria, les sobra mucho de lo que a otros les falta y, no obstante, en lugar de bajar apuntalan más sus sueldos y no piensan que su nivel de vida, amasado con lo impuesto   (sustraído o robado) al común de los ciudadanos, no les pertenece y se convierte en insulto. Los  representantes de las instituciones abundan en grandes palabras y prometen  mucho, pero no son creíbles, porque nada como el ejemplo convence. Palabras sin obras no tienen dignidad.

P: De estos puntos que señala,¿ cuáles considera de mayor urgencia  en este asunto que comentamos?
R:
La desigualdad, el despilfarro, la injusticia y la insolidaridad que estamos viviendo provienen de un sistema que fomenta  el egoísmo, la competencia agresiva y el afán insaciable por lo material y el dinero. Ese sistema opera a nivel global, nos mercantiliza, está en manos de unos  grupos financieros terribles y nos deshumanizan. Obviamente, es en este mundo neoliberal globalizado donde se plantea el papel que juega la fe en un ciudadano católico. Y ahí vienen las interpretaciones de los mismos católicos,  unas en línea con el Evangelio y otras no tanto.

P:¿Cómo saber las que están en línea y las que no?
R:
Se puede discernir en qué consiste ser  católico simplemente con abrir  el Nuevo Testamento y leer las enseñanzas  de Jesús de Nazaret. Le indico una que determina la identidad precisa de quien quiera ser seguidor de Jesús:

Un jurista le pregunta a Jesús qué debe hacer para heredar la vida eterna. El mismo jurista, a instancias de Jesús,  contesta “Ama a Dios con todo corazón y al prójimo como a ti mismo”.  “Perfecto”, le responde Jesús. “Pero, ¿y quién es mi prójimo?” le replica el jurista. Y  sigue la respuesta del Nazareno: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, lo asaltaron, lo molieron a palos y lo dejaron medio muerto. Pasaron por allí un sacerdote y  un clérigo. Y los dos hicieron lo mismo: dar un rodeo  y pasar de largo. Pasó un  samaritano, lo vio, sintió lástima, lo atendió y lo llevo a una posada y lo cuidó”.  “Jurista amigo, concluyó Jesús, ¿cuál de estos tres se hizo prójimo  del que cayó en manos de los bandidos?”  “El que tuvo compasión de él”, contestó. “Pues anda,  terminó Jesús, haz tú lo mismo”.

Si alguien  se muestra perplejo entre  seguir esta pauta u otras para ser un buen católico, que lo diga.

P: Hablamos de personas que realizan muchas prácticas devocionales pero no conectan con las necesidades de la gente.
R:
Ahí está la clave. Un culto desconectado de la vida, desposeído de la pasión por la justicia, en un cristiano es pura herejía: separa el amor a Dios del amor al prójimo. Hace unos días, me encontraba en Zaragoza, visité a la Virgen del Pilar y, al salir, me encontré con un pequeño círculo de gente  que, en silencio,  a medias entre la Basílica y el Ayuntamiento,  mostraba pancartas que decían: “Iniciativa no violenta, ningún ser humano es ilegal” . Me sumé y observé cómo los devotos del Pilar, muchos, salían y casi con miedo, apenas miraban, pasaban y pasaban. ¿Qué era mejor y más católico arrodillarse ante la Virgen y, a solas o entre rezos y cantos  alabarle o también  reconocerle y apoyar aquella iniciativa de tanto hermano proscrito y desatendido en esta Europa  financiera y desalmada?

P: O sea que el culto por sí mismo no vale.
R:
El también es esencial. El  culto es hermoso, pero cuando va acompañado y transido de amor y de justicia.,…Pero, me temo, que muchos católicos viven refugiados en el templo, en los rezos, en las plegarias rutinarias, en las velas e inciensos ,  en la adoración nocturna, en las novenas,  en las procesiones, en las misas,  sin que oigan el grito que ya los profetas lanzaban en el Antiguo Testamento: “No os habéis vuelto a mí, porque practicáis la hipocresía de un culto vano” ( Am 5,21-23 Y en la misma línea se pronunció el gran profeta de Nazaret: “Ay de vosotros,  juristas, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros ni las rozáis con el dedo” (Lc 11,46)

P: Señala usted que hay quien alardea de catolicismo y actúa poco.
R:
La buena intención y sinceridad de muchos católicos, de las que yo no dudo, necesita confrontarse con la práctica y enseñanza de Jesús.  El católico de verdad no es ñoño ni piadosista, sino que trata de proceder como Jesús: con amor, que supone la justicia, la coherencia y la solidaridad. Muchos católicos de nuestra sociedad, que militan en los grandes partidos,  debieran exorcizar los demonios de su política y, por lo  menos, no pasar como católico lo que en modo alguno cuadra con el Evangelio: la desigualdad, la injusticia, la insolidaridad, la  prepotencia y la inmisericordia están en la antítesis del Evangelio.

BENJAMÍN FORCANO


Aragonés, de Anento (Zaragoza), sacerdote en 1962, incardinado con cinco         compañeros de su comunidad  a  la Prelatura de Pedro Casaldáliga. Teólogo moralista, director por trece años de la revista Misión Abierta, miembro de la Directiva de la revista EXODO, confundador (junto con nueve compañeros más) de la  Asociación de Teólogos Juan XXIII; profesor de Teología Moral por más de 25 años en diversos Centros. Como escritor podemos citar los libros "El Sueño de los Pobres”, “Nueva  Etica Sexual”,  "Leonardo Boff", "El Evangelio como Horizonte" (3 vol.), “Bernard Häring: su obra y personalidad”,  “Yo creo en la resurrección”,   “Homenaje a Pedro Casaldáliga”,   Por qué el terrorismo”,   “ Otra perspectiva más tuya”, “Con la libertad del Evangelio: temas   de nuestro tiempo” , “Educación para la ciudadanía y los      derechos humanos”.