El estereotipo ha pasado a mejor vida tras su actuación trepidante en menos de dos meses de Gobierno. Rajoy se ha convertido en Alberto Contador, no sé si dopado con clembuterol procedente de res gallega o a puro músculo.

Sus proyectos, no confesados en tiempo electoral han pasado en horas veinticuatro de las musas al teatro como las comedias de Lope de Vega.

En horas veinticuatro ha incumplido sus promesas de no subir impuestos, abaratar el despido o recortar derechos sociales para lo que José Luis Rodríguez Zapatero necesitó unos cuantos años.

Tampoco ha tardado mucho su gobierno en mostrar síntomas de descoordinación interna y de conseguir la adhesión inquebrantable de su prensa de la que, antes de alcanzar el poder desconfiaba profundamente.

Es su turno. Ahora le toca gobernar a la derecha tras unas elecciones en las que ha obtenido la mayoría absoluta tras la decepción provocada por la gestión de la crisis que hiciera el anterior inquilino de La Moncloa.

Las encuestas muestran que Mariano Rajoy mantiene las distancias con la izquierda, un desfase en el que algo tiene que ver la penosa situación en la que se encuentra el Partido Socialista.

Su reforma laboral ha generado inquietud entre los trabajadores y felicidad entre los empresarios lo que, de entrada parece indicar que no ha sido “equilibrada” contra lo que el Gobierno ha anunciado.

Sí responde a otro de los adjetivos prometidos. Es “profunda” si lo entendemos como radical aunque no podía esperarse otra cosa.

Hay que reconocer  que el gobierno anterior había abierto el camino con su reforma laboral en la que ya aparecía el abaratamiento del despido y que por este camino ha galopado el gallego sin complejos.

Queda por demostrar que la Reforma Rajoy es “útil” que será la prueba del nueve.  Ha reconocido que por sí sola no creará empleo y que este año el paro aumentará pues, como ha proclamado: la cosa no puede estar peor.

Nuestro presidente ha trocado su imagen de Indeciso y Lento por la de sprinter pero se arriesga a obtener un nuevo mote: el de “Cenizo”, o sea la enmienda a la totalidad del “Optimista Patológico”. Para eso está la alternancia en el poder.

La reforma laboral, que había sido descrita por gente del PP como la madre de todas las reformas no creará, ciertamente, empleos como efecto directo.

A lo que se acoge el Gobierno es a la creencia en su efecto indirecto o derivado. La idea motor es la del pensamiento conservador, la creencia de que dando a los empresarios todo  lo que piden, consiguiendo que estos se sientan cómodos y protegidos por su Gobierno terminarán invirtiendo y creando empleo. Siempre, naturalmente, que consiga que los bancos den crédito.

Es la fórmula de la derecha que hoy está al mando en la Unión Europea. La gente, asustada y desilusionada por el gobierno de la izquierda parece esperanzada o resignada a probar la medicina de la derecha.

Los sindicatos, conscientes de este estado de ánimo, se abstienen de la huelga general a la que les animó Rajoy y han puesto en marcha todo un road show de explicaciones y de protestas muy medidas.

De momento, Mariano Rajoy no teme una explosión social a la griega.

José García Abad es periodista y analista político