Sabemos también que la Ejecutiva ha sido votada por el 80,45% del electorado y que de sus 39 miembros se han proporcionado 9 sillas a los chaconistas.

Sin embargo la ponencia donde se plasmaba ideología y estrategia y líneas generales de oposición ha sido proclamada por unanimidad.

Me he lanzado sobre ella con avidez en busca de la doctrina económica salvadora que había logrado la unidad, que junto con el cambio y la fuerza exhibía el nuevo secretario general como la nueva Santísima Trinidad.

Semejante resultado podría encender las luminarias que mostrarían el camino a los partidos hermanos, a la socialdemocracia europea sumida por doquier en profunda crisis existencial.

Oh decepción. Leída la ponencia de arriba abajo he podido comprender la razón profunda de tan rara unanimidad, la unanimidad de la nada, o para ser más justos el consenso ante unos lugares comunes contra los que nadie puede estar en desacuerdo: crecimiento, diversificación, innovación etc.

No hay una alternativa metódica, bien tramada y elocuente frente a la teoría y la práctica de la derecha salvando unos pocos aspectos bien conocidos: impuestos a las grandes fortunas, tasas a las transacciones financieras, reticencias sobre la energía nuclear y poco más.

Y el capítulo sobre la forma de reducir el paro y especialmente el juvenil, la gran herida abierta en el corazón social, carece de propuestas novedosas más allá de liberar del cien por cien de las cotizaciones sociales a las pequeñas y medianas empresas y poco más.

Alfredo Pérez Rubalcaba que ha acreditado su competencia en tantas materias partía de una ventaja de cara al interior del partido sobre Carme Chacón.

Que encontrándose en el final de su brillante carrera podría proceder a un cambio más efectivo, como último servicio prestado a las cuatro letras sagradas del partido para el que ha trabajado toda su vida.

Es la gran paradoja: la vieja guardia promoviendo la necesaria renovación quizás con más eficacia que su contrincante que proclamaba el cambio más radical. Nadie cambia demasiado cuando una joven ambiciosa se clava en el sillón de mando.

Sin embargo el cántabro tiene un inconveniente de cara a la sociedad: que la gente no sintoniza con él, que ya puede decir las grandes verdades del barquero o recitar la Biblia en verso la gente simplemente no le escucha. Hay mala cobertura en el espectro electromagnético.

Quizás no ha querido que el programa económico representara una crítica a la gestión del Gobierno de Zapatero, que él vicepresidió  y que, por cierto, ha sido aprobada por más del 90 por ciento de los delegados.

El caso es que el hombre de Solares ha caído en el peor de los fantasmas que intuía para el PSOE. Ha situado su programa en la irrelevancia.

Ha conseguido con la ponencia la unanimidad de un congreso dividido por la mitad quizás porque nadie se ha tomado la molestia de leerla al estar los delegados afanados en la apasionada batalla entre los dos contendientes.

José García Abad es periodista y analista político