Aunque difieren en los datos, todos los estudios son coincidentes: la automatización afectará a Estados Unidos más que a otros países industrializados. Según el último estudio sobre el tema, publicado por la consultora  PricewaterhouseCooper la semana pasada, más de un tercio de los empleos pueden correr alto riesgo de desaparecer en los próximos 15 años. Calcula en un 38 por ciento los puestos de trabajo que podrían ser sustituidos por robots en tan corto plazo de tiempo, con el consiguiente varapalo para la ya muy castigada clase media norteamericana.

La evolución es imparable y ni siquiera Trump, autoproclamado dios de la creación de empleos el día que juró su cargo, podrá remediarlo. Si se espera un poco es posible que ni siquiera tenga que construír el famoso muro para frenar la entrada de inmigrantes desde México, porque la escasez de empleo podría llegar a ejercer un efecto disuasorio.

Un estudio anterior cifra en nueve millones la cantidad neta de empleos que se pueden perder en EEUU hasta 2025, siendo este el resultado del número total de puestos de trabajo destruídos menos los que creará la industria de la robótica, que también serán bastantes.

No son los empleados menos cualificados, sin embargo, los únicos que corren peligro. También entran en el lote de futuros parados quiénes trabajan en aseguradoras y en el sector financiero, en general menos preparados que quiénes lo hacen en la City londinense, los empleados del sector de almacenaje e incluso los conductores de camiones, que no tardarán en circular sin tripulante por las enormes e interminables autopistas norteamericanas.

Robots tirados de precio

El avance ha sido espectacular en pocos años, pero lo que está por venir puede sobrepasar todas las expectativas. Se calcula que el ritmo de construcción de máquinas inteligentes aplicables a la industria crecerá en torno a un 10 por ciento anual en la próxima decada. Y Estados Unidos está a la cabeza. Uno de los motivos es el abaratamiento de los costes de producción de robots, de hasta un 10 por ciento y bajando, lo que aumenta cada vez más su rentabilidad frente al empleo de personas humanas.

Los nuevos "trabajadores" son discretos y no piden aumento de sueldo. Y por muy malvados que puedan llegar a ser, como  vaticinan algunas películas futuristas, su eficacia superará con mucho cualquier posible "traición" al género humano que, según esas mismas cintas, siempre será fruto de la maldad humana que habitualmente acaba por castigarse y corregirse.

Golpe al calvinismo norteamericano

Sería un auténtico "mundo feliz" de no ser por las nefastas consecuencias, económicas y psicológicas,  que puede llegar a tener para millones de norteamericanos. Porque la economía seguirá creciendo a buen ritmo gracias a los robots, pero todo indica que el salario del trabajador medio, el del "milagro americano" del siglo pasado, seguirá estancado. A partir de ahora será debido a la robotización, pero lleva así desde los años 90.

Aumentará el descontento y podrán repetirse en el futuro salidas políticas alocadas como la extravagante "solución Trump", con los riesgos que comporta. El flamante presidente no es un lince en política, pero conoce bien a los norteamericanos y por eso una de sus grandes promesas ha sido crear puestos de trabajo. Resulta curioso en un país que disfruta de una situación próxima al pleno empleo, pero refleja muy bien cuáles son las prioridades de los norteamericanos.

Trump ha presumido recientemente al asegurar que su política medioambiental, contraria a la de Obama y negacionista del cambio climático, contribuirá a mantener empleos en la minería. Es algo que está por ver, pero él seguirá intentándolo por otra razón​ que también conoce y asume: la sociedad norteamericana ha girado desde el principio en torno al concepto calvinista de la necesidad del hombre de trabajar. Primero fue la tierra y después las fábricas. Pero si los robots les desplazan como fuerza laboral se derrumbará para muchos el sentido de la vida. Ya hay datos de localidades donde ello está conduciendo a un aumento del número​ de suicidios.

La única solución posible, apuntada ya por algunos expertos, es una redistribución de la riqueza en función del nuevo binomio: crecimiento económico mantenido, pero con una participación cada vez menor de los trabajadores. Pero eso ya entra en el ámbito de la política, que no siempre está en manos de la ciudadanía.