De un tiempo a esta parte, nos estamos acostumbrando a oír declaraciones de personas que niegan la existencia de la violencia de género. Políticos, sí, pero también famosos y famosuelos de otros ámbitos que suelen combinar en el mismo pack ese negacionismo con lo que he llamado alguna vez “personismo” –no se consideran machistas ni feministas sino personas, como si los machistas o feministas fueran aliens procedentes de otra galaxia-

Lo peor de todo es precisamente eso, que nos estemos acostumbrando. Que ya no nos asombre, por más que la indignación continúe ahí, aunque, sin querer, baje su listón fruto del mismo hastío. Lo peor es que lo que antes no tenía discusión, ha vuelto a cuestionarse. Lo peor es que, si seguimos así, volveremos al punto donde nos hallábamos en 2004 y desandaremos todo lo avanzado. Y lo verdaderamente peor de todo es que entonces habrán conseguido su propósito, que no es otro que invisibilizar la violencia de género.

Lo acabamos de ver hace poco. Esa trampa de la violencia sin género se enarbola como bandera como si fuera un simple modo de opinar. Se olvida que es manifestarse en contra de nuestra legalidad vigente tanto de ámbito nacional como internacional, habida cuenta los convenios y declaraciones internacionales suscritos por España que condenan la violencia de género como un tipo de crimen diferenciado y merecedor de una protección especial. Es curiosa la diferencia de reacción ante la subversión ante la ley en otros casos en que la lay y el orden es lo esencial, o en este, en que se convierte en exactamente lo contrario.

Pero, más allá de eso, vamos a analizar ese negacionismo puro y duro de quienes se llenan la boca para gritar que la violencia no tiene género, que la raíz está en la maldad humana o en un montón de cosas a que acuden para apuntalar ese edificio enclenque que se les cae por todas partes. No advierten que los autores son inmigrantes, que padecen enfermedades mentales, adicciones y alguna cosa más, y tapan con ello el machismo más atroz.

Pues bien, apliquemos su teoría de la violencia pura y dura a un ámbito que todo el mundo conoce, el del nazismo, un ámbito que quienes sustentan esta teoría gustan de utilizar como paradigma puesto que usan constantemente como insulto el término “feminazi”. Así, imaginemos que le dijéramos a un superviviente de los campos de concentración o a quien perdió a su padre o su abuela en uno de ellos que les asesinaron porque quienes lo hicieron eran violentos, no porque fueran judíos. ¿Podríamos decir en este caso que la violencia no tiene raza, o religión? No solo suena absurdo sino que es ofensivo. Nadie en el mundo lo admitiría. Porque es, desde luego, inadmisible

Nadie admitiría decirle a un supervivientes de los campos de concentración que los nazis solo eran violentos y no les asesinaron por judíos

Ahora demos un paso más. En nuestra legislación, como en muchas otras y en el ámbito internacional, el negacionismo referido a determinados delitos, es, a su vez, delito. Nuestro Código Penal, en concreto, castiga en su artículo 510.1c) a quienes públicamente “nieguen, trivialicen gravemente o enaltezcan los delitos de genocidio, de lesa humanidad o contra las personas o bienes protegidos en caso de conflicto armado”. Así que esa expresión absurda a la que me he referido de “la violencia no tiene raza”, dicha en público respecto al genocidio nazi, sería un delito castigado con pena de hasta 4 años de prisión. Como no podía ser de otro modo si tenemos en cuenta la gravedad de los hechos cometidos y la causa de hacerlos, la manifestación más grave de las desigualdad y la discriminación.

Así pues, resulta que el negacionismo del genocidio nazi sería un delito, y un delito que tendría su razón de ser no solo en la violencia y crueldad extrema de sus autores, sino en que esa violencia y crueldad extrema tenían su origen en la vulneración radical del principio de igualdad de todas las personas, a quienes se discriminaba, en este caso, por razón de su raza o religión –también por ideología u orientación sexual-.

En nuestro Derecho, y en todos los ordenamientos de nuestro entorno, se equipara la discriminación por raza, religión u orientación sexual a la discriminación por género. De modo que, igual que ante un ataque racista u homófobo no sería admisible afirmar que la violencia no tiene raza o que la violencia no tiene orientación sexual, tampoco debería admitirse sin más ante un ataque machista una afirmación como la de que la violencia no tiene género. Porque lo que no tiene, en uno y otro caso, en sentido. Sin más. No caigamos en el error de admitir que no es más que una opinión porque es mucho más que eso, y no es en absoluto equiparable a la de quien defiende la lucha contra la violencia de género. Por eso, ni se trata de posiciones equiparables, ni se puede adoptar la equidistancia como sinónimo de equilibro. No admitir la existencia de la violencia de género es negarla, algo contrario a lo que establece una ley aprobada –no lo olvidemos- por unanimidad.

No obstante, no estoy afirmando que este negacionismo sea delito de odio. Que no se me malinterprete. Lo que digo es que comparte el fundamento, la igualdad, por el que el negacionismo o la trivialización de otros crímenes es delito. En este caso, no lo es porque el Código Penal exige que el delito negado sea de genocidio, de lesa humanidad o contra las personas o bienes protegidos en caso de conflicto armado, y la violencia de género no tiene esa consideración legal, al menos de momento. Pero, tal vez teniendo en consideración que el número de mujeres asesinadas desde 2003 supera ya las 1000 en nuestro país, podría en algún momento tenerse por tal, y las consecuencias serían diferentes.

Por último, no caigamos en el error -¿o debiera llamarlo manipulación?- de dar la vuelta a la tortilla y decir que la negación viene por nuestra parte, que negamos la existencia de la violencia contra hombres, contra ancianos o contra niños. Es radicalmente mentira. Exigir una regulación específica de la violencia de género no incapacita para exigir y perseguir los crímenes cometidos contra cualquier persona, incluidas las mujeres en casos ajenos a la violencia de género, en cualquier otra situación. Pero meterlos en el mismo saco que ellos es privarles de individualidad y, por tanto, de un tratamiento conforme sus características. Igual que no se puede criticar a un traumatólogo por no hacer trasplantes de riñón, ni se quita la consideración de especialidad a la traumatología para considerarla tan solo parte de la Medicina de familia, no debe privarse de especificidad a la Violencia de género. O volverá a aumentar sin que ni siquiera lo sepamos, porque habrán dejado de computarse estos crímenes como tales.

Nunca olvidemos lo que ha costado llegar hasta aquí, o nos arriesgaremos a regresar al pasado.