El 11 de febrero se conmemoró en todo el mundo el + Entonces, empezaron a surgir afirmaciones del tipo: ¿y por qué no un día del niño y los hombres en las ciencias? Fácil, porque eso ya lo son todos los días.

Corría el año 2015 cuando se instauró el 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia por la Asamblea General de las Naciones Unidas. El propósito es lograr el acceso, la plena participación y el empoderamiento de las mujeres y las niñas en la ciencia y visibilizar el trabajo de las científicas, así como fomentar la vocación investigadora en las niñas. Sin embargo, la ilusión de vivir en una falsa igualdad, lleva a algunas personas a preguntarse por qué un día específico para poner sobre la mesa la importancia de visibilizar a las mujeres en los saberes científicos y no un día también para visibilizar a los científicos. La respuesta es fácil y se comprueba con un simple gesto: abrir un libro de ciencias. ¿Dónde están las mujeres? La brecha de género en los sectores de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas sigue estando presente. En la historia de las ciencias, los hombres aparecen siempre como figuras destacadas. De hecho, si tuviéramos que nombrar a una científica que hayamos estudiado, difícilmente nombraríamos alguien más que Marie Curie. Las mujeres y sus logros apenas aparecen en los libros de texto, y las pocas veces que lo hacen es en secciones pequeñas o en un recuadro, dando a entender que el saber masculino es el universal y el de las mujeres una pequeña parte aparte de ese saber universal. Dicho de otro modo, las mujeres se representan como una parte complementaria y sus aportaciones no se valoran. Las mujeres solo representan el 7% en los libros de Historia y, peor aún, el 1% en la ciencia. Ignoramos sus aportaciones y, por tanto, al no tener referentes, no se puede elegir lo que se desconoce.

Pero es que no solo es que no estemos como sujetas de estudio. Es que tampoco estamos representadas en las imágenes. Según un estudio reciente de la Universidad de Valencia, un 74% de las fotografías en noticias científicas en prensa muestra únicamente a científicos frente a un 17% que muestra sólo a científicas. En muchas de estas fotografías las mujeres no son tan si quiera protagonistas de la información, sino un recurso fotográfico.

Lo que tienen en común los diferentes mecanismos de ocultación del pasado y presente de las científicas, es su carácter androcéntrico, fruto de una sociedad machista que ha puesto en los hombres la autoridad científica. Esta autoridad científica masculina ha sido y es responsable de la invisibilización del saber científico femenino, por lo que la historia de las ciencias es incompleta, falta la otra mitad y, por ello, debe ser revisada para tener una visión más amplia y con todos los talentos, no solo los de una sola parte de la población. Y es que, aunque no nos lo hayan querido hacer ver, las científicas no sólo existen en la actualidad, sino que siempre han estado presente en el devenir de la historia:

Desde la antigüedad, las mujeres sabias recolectaban las hierbas medicinales, tenían conocimientos en obstetricia y curaban, razones por las que fueron quemadas en las hogueras cuando aparecen las universidades en los siglos XII-XV, totalmente vetadas para nosotras. Así, a partir del siglo XVII, al institucionalizarse el saber científico dentro de las universidades, las mujeres dedicadas a la ciencia quedan relegadas como meras aficionadas, alejándonos por completo de la actividad científica oficial, ya que se consideraba que no poseíamos capacidades o facultades intelectuales para ello.

Ya en el siglo XII, aparece un fuerte movimiento religioso femenino. Muchas mujeres ingresan en los conventos, pero no por el fervor religioso, sino para poder acceder al conocimiento. Muchas de ellas, aprenden medicina, botánica, astronomía y otras disciplinas científicas que de otro modo les sería imposible. Un ejemplo es el de Hidegarde de Binger, quien tras estudiar ciencias en un convento de Alsacia, se convirtió en una de las primeras científicas reconocidas. O Herrad de Landsberg, quien hizo importantes contribuciones a la historia de la astronomía, geografía y botánica médica.

En el caso de las inventoras, las leyes prohibían a las mujeres patentar sus creaciones, por lo que debían hacerlo bajo el nombre o los apellidos de su marido, padre o hermano, siendo Mary Dixon la primera mujer en conseguir una patente independientemente de su marido. Tuvo que llegar la segunda mitad del siglo XIX para conseguir la incursión de las mujeres en las universidades, un derecho por el que se llevaba siglos luchando. Antes de ello, muchas se tuvieron que vestir de hombres para estudiar y ejercer su profesión. Fue el caso de James Miranda Stuart Barry, nombrada inspector médico en el sur de África como James Barry, nombre con el que vivió hasta el final de su vida, momento en el que a través de su autopsia se descubrió que era una mujer. O el de Sophie Germán, matemática que bajo el pseudónimo de Le Blanc desarrolló su teoría de números y elasticidad. Otras como Agnodice ya en el 300 A.C, Henriette Faver o Edwards Walter, se hicieron pasar por hombres para ejercer la medicina. Y una vez en las universidades, muchas otras tuvieron que recurrir a hombres para defender sus tesis doctorales. En cuanto a aquellas que se graduaron y consiguieron ejercer como científicas, fueron tratadas como simples ayudantas, la mayoría a la sombra de sus parejas, que disfrutaron de un prestigio que ellas mismas construyeron. Es el caso de Marie y Pierre Curie, Teano y Pitágoras o de Mileva Marić y Albert Einsten.

En la actualidad, la invisibilización de las mujeres en las ciencias sigue estando presente y se fundamenta en los estereotipos que se han ido generando en torno a cómo deben comportarse mujeres y hombres, y los papeles adjudicados. Estos estereotipos, como sabemos, son aprendidos a través de la socialización, un proceso por el cual nos enseñan a mujeres y hombres a asumir como natural y decisión propia diferentes capacidades, intereses, roles y metas. Y nos sirve, además, para analizar la realidad justificando ciertas actuaciones que no están contrastadas. Un ejemplo lo tenemos cuando en el lenguaje popular se dice que las ciencias son más propias de hombres que de mujeres.  En realidad, estamos justificando unas funciones sin que exista una justificación racional, ya que es algo que hemos aprendido desde nuestros primeros años de vida, pero con un grave peligro porque excluye, discrimina, ocultan e influyen en las actitudes y conductas. Esta es la razón por la que cuando preguntamos a las estudiantes sobre ciertas decisiones en torno a sus profesiones, suelen afirmar que es porque les gusta o porque no se ven capacitadas para otras áreas. Sobre esto, diferentes estudios han puesto de manifiesto que hombres y mujeres hacen sus elecciones profesionales de acuerdo con la idea de lo que es más correcto para cada género. Hechos como la ausencia de las mujeres en determinados saberes, hacen pensar que si las mujeres no están es que no son demasiado buenas para esa área. Sobre esto mismo, un estudio publicado en larevista Science, pone de manifiesto que la falta de interés en la ciencia y la tecnología por parte de las niñas tiene su origen en las edades más tempranas, en torno a los 6-7 años, cuando ya han interiorizado estereotipos como atribuir a los hombres más que a las mujeres el talento, la brillantez o la inteligencia necesarias para abordar materias abstractas y complejas.

Y todo ello a pesar de que un estudio realizado en EEUU por Ann Gallagher y James Kaufman, revela que no existen diferencias de género en el rendimiento de las matemáticas, datos que contrastan con que la matriculación femenina en estas áreas apenas supera el 27% en ingeniería y carreras técnicas. Él y la autora explican que lo normal es que las alumnas tengan una percepción errónea de sus aptitudes en matemáticas y asignaturas científicas porque son menos valoradas por el profesorado, familia, compañeros y compañeras, lo que explicaría la elección de estudios tradicionalmente masculinos en ellos, y tradicionalmente femenino en ellas. Esto explica por qué, a pesar de que la participación de las mujeres en las carreras de grado superior ha aumentado enormemente, están todavía insuficientemente representadas en estos campos. Este desequilibrio influye a su vez en las investigaciones científicas, donde apenas se abordan los temas que afectan a las mujeres.

Para avanzar es necesario educar en igualdad, crear relaciones de confianza y empoderamiento para romper estos estereotipos, ampliar la capacidad de elección y recuperar del oscurantismo la contribución de las mujeres en la ciencia, disciplina en la que somos realmente importantes, ya que podemos aportar nuestra visión del mundo. Si las mujeres hubiéramos estado presentes en los estudios de infarto de miocardio, no se habrían dado por universales los síntomas masculinos y por excepción los femeninos. Es necesario que estemos, y para estar necesitamos que nos valoren por igual y tener referentes femeninos.

*Jéssica Murillo es licenciada en periodismo, Máster en comunicación política. Máster en Igualdad e intervención en violencia de género, especializada en el ámbito de la comunicación y la formación con enfoque de género.

Este artículo es una colaboración de Tribuna Feminista