En el viernes santo de aquel año los ánimos estaban por los suelos en la costa levantina, la rebelión de las germanías no estaba saliendo como los valencianos esperaban, sobre todo desde que el virrey Diego Hurtado de Mendoza en nombre del rey Carlos I había ganado posiciones hasta acabar con el líder de las germanías, el vendedor de terciopelo, Vicente Peris.

En ese momento cualquier esperanza era buena antes de asumir la derrota y quizá por ello se escuchó aquel día en Xátiva a un refugiado de veinticinco años que había arribado en las costas valencianas con aspecto desgarbado, de acento andaluz pero excelentes modales.

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Reconstrucción en base a las descripciones físicas de cómo podría haber sido Enrique Manrique de Ribera, aquel “refugiado” en las costas levantinas del siglo XVI

Afirmaba este muchacho que siendo pastor en su infancia una misteriosísima aparición de los profetas Enoc y Elías, le auguró un terrible final para la humanidad pero que antes aquel pastorcillo participaría en una crucial revuelta, las germanías. Esto, evidentemente, llenó de ánimo a los valencianos (a los cuales prometió sacar el dinero de la iglesia de Xátiva) y sobre todo al hacerlos sentir verdaderos protagonistas del destino de la humanidad.

Ahora bien ¿quién era ese jovenzuelo mesiánico? Varios hombres del público (posiblemente conchabados con el muchacho) preguntaron insistentemente quién demonios era como para saber esas cosas y él haciéndose de rogar les reveló su identidad: era Enrique Manrique de Ribera. Nada menos que el nieto secreto de los Reyes Católicos y al que todo el mundo daba por muerto.

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Tumba del príncipe Juan ¿Pudo este hijo de los Reyes Católicos haber tenido un hijo secreto?

La historia era la siguiente: En 1497 el príncipe Juan, único hijo varón de Isabel y Fernando murió prematuramente pero al menos tuvo el detalle de dejar embarazada a su joven esposa Margarita de Austria. Según la versión oficial la descendencia no llegó pues la princesa parió una niña que murió a las pocas horas.

Pero esa era solo la versión oficial, aquel joven al que todo el mundo empezó a llamar el Encubierto ofrecía otra historia mucho más trepidante. En realidad la criatura era un niño pero nada propicio para los planes del ambicioso Felipe el Hermoso, el cual, compinchado con el influyente cardenal Mendoza trazó un horrible plan.

El niño aunque era hijo de su hermana tenía que morir, para de esa manera desviar la dinastía y hacer así que los Austrias reinasen en España, de modo y manera que como en el cuento de Blancanieves o en el mito de Edipo, el recién nacido fue entregado a unos cazadores que habían de matarle.

Estos, apiadándose del bebé, se lo entregaron a unos comerciantes quienes a su vez lo dieron a unos pastores de Gibraltar y así pasando de manos en manos, el niño creció hasta verse en su mocedad liado con la esposa de un mercader de Orán. Huyendo de aquel lio de faldas, recaló en Valencia, la tierra a la que le destinó aquella profecía que tuvo siendo un pastorcillo.

Con aquello se cumplía su destino y el de todo el reino, pues un rey malvado (como era visto Carlos I entonces) se las había de ver con su primo secreto y verdadero heredero al trono. Del mismo modo el virrey Diego Hurtado de Mendoza habría de hacer frente ¡oh casualidad! al niño que su padre el cardenal Mendoza no mató cuando pudo 25 años atrás.

Felipe el Hermoso y el cardenal Pedro González de Mendoza eran los malos ideales en aquella situación. Los padres de los enemigos de las germanías en ese momento

El guión era de auténtica película (de hecho el cronista valenciano Vicente Boix publicó una novela) y de ahí que pronto fuese acogido por los valencianos quienes lo tuvieron como el verdadero líder que esperaban.

Las mujeres le tenían  por un sex simbol (y eso que las descripciones que nos llegan son las de un tipo enclenque) y los hombres, incluidos buena parte de la población conversa, como un auténtico mesías, sobre todo cuando de pura chiripa, en la refriega de Alberique, salió airoso de una lluvia de flechas diciendo luego que solo podía morir en Jerusalén y fanfarronadas así.

Finalmente el virrey sobornó a varios personajes cercanos de “el Encubierto” los cuales le apuñalaron en Burjassot demostrando que era más mortal de lo que decía y que todo había sido un engaño. Según se supo el muchacho se llamaba Antonio Navarro y era un converso andaluz, efectivamente tuvo más cara que espalda y estafó a buena parte de la sociedad, pero no menos cierto es que desde aquel siglo XVI nos lanzó una pregunta al futuro que hoy en 2018 nos hace reflexionar ¿qué hubiese pasado si un refugiado de Valencia hubiese sido el nieto de un rey?