El reciente escándalo de Cristina Cifuentes y la universidad Rey Juan Carlos nos hace rememorar las corruptelas universitarias de nuestra historia. Episodios que van desde el racismo al soborno, pasando incluso por la estafa.

Desde tiempos medievales sabíamos en España que los títulos universitarios se podían comprar, lo dijo el Arcipreste de Hita también al hombre necio y rudo labrador, dineros le convierten en hidalgo doctor y lo recalcó Góngora siglos después hasta la sabiduría vende la Universidad.

Arcipreste de Hita y Góngora ya alertaron de la corrupción universitaria hace siglos

Costumbres tan arraigadas en nuestros días como invitar a comer al tribunal examinador, tienen su origen en siglos pasados donde el alumno que se doctoraba tenía que sufragar la compra de un toro que sus compañeros lidiaban y del que daban cuenta los profesores en un opíparo festín.

Como era de esperar el número de alumnos aprobados era parejo al número de estudiantes que tuviesen los medios económicos suficientes como para costear aquel banquete, sin embargo, en ocasiones el mérito de los alumnos pobres era tan evidente que no había más remedio que aprobarles, tuviesen o no dinero. 

Esto hacía que en los días posteriores a su aprobado los alumnos pobres se viesen mendigando con un gorro, o lo que es lo mismo, siendo unos gorrones (que de ahí viene la expresión), porque pobres o ricos… la comilona era imperdonable.

Pero el dinero no era el único distingo en la universidad, también el linaje era importante. Hasta el siglo XIX era imprescindible en España el expediente de limpieza de sangre. Un documento en el que se acreditaba que el alumno no era descendiente de judíos provocando así que se perdieran infinidad alumnos brillantes por puro racismo.

También se ha dicho que por esta medida tan injusta, universidades como la de Salamanca perdieron profesores como Abraham Zacuto que tuvo que huir de las persecuciones de 1492, pero no es del todo cierto, Zacuto si fue perseguido pero nunca llegó a ser realmente profesor, la razón es tan simple como lamentable, ese mismo racismo impedía según el derecho canónico que los judíos fuesen profesores en la universidad. 

Universidades como Salamanca perdieron eminentes figuras por la expulsión de los judíos

Incluso las bajezas humanas, que uno imaginaría lejanas al luminoso mundo de la educación también estaban presentes en los cargos de la universidad, así lo vemos en el enjuiciamiento a  fray Luis de León por pura envidia, y que acarreó cuatro años de prisión para este profesor que luego se demostró ser inocente.

En ocasiones los títulos académicos eran por puro aparentar, lo vemos en Lope de Vega cuando dice  “bachilleréme, y aun estuve de ser clérigo á pique”, sin embargo hoy sabemos que nunca obtuvo el título de bachiller ni ningún otro.

Otras veces los títulos universitarios tenían más de político que de académico, como pasó en el curso 1603-1604 con el estudiante Gaspar de Guzmán el cual, con apenas 17 años, fue nombrado rector de la universidad de Salamanca. Algo que quizá se explique sabiendo que era hijo de don Enrique de Guzmán y Ribera, es decir, conde de Olivares y del tesorero mayor de Castilla. 

Llegado el siglo XIX los serviles aduladores de los poderosos como Francisco Tadeo Calomarde acabaron dirigiendo reformas educativas y ganando destacados puestos en el mundo académico

No es por tanto de extrañar que en el siglo XIX acabase siendo nombrado “académico de honor” Francisco Tadeo Calomarde, un personaje que llegó a elaborar una reforma educativa en 1824 y a quien Galdós definió como servil, adulador de poderosos y maestro de bajas lisonjas. No hace falta aclarar que dicha reforma brilla por su dogmatismo, control policial de los alumnos y ausencia absoluta del espíritu crítico.