Para quien haya acabado saturado de tanto amor el día de San Valentín, hoy nos ocupamos de unas gentes menos tiernas y desde luego menos agradables. Los haters.
Un fenómeno tan reciente como es internet ha creado nuevos términos que por ser anglicismos nos parecen nuevos pero que en el fondo son tan antiguos como la propia condición humana y una de las peores facetas es sin duda la de odiar. Es por ello que hoy nos ocupemos de los haters en la historia.

Las críticas negativas y con espíritu destructor son de todo tiempo y de todo lugar, ya Plinio despotricó sobre los médicos griegos en la antigüedad y milenios después Santiago Ramón y Cajal tuvo que hacer frente a esas mismas furias cuando publicó su libro 'Charlas de café' al que se le criticó tan duramente que tuvo que aclarar una y otra vez que la obra solo era un recopilatorio de reflexiones en las tertulias a las que acudía y jamás pretendió con ello sentar cátedra. Pero aun así fue vilipendiado por lectores “estomagados”.

Hasta Ramón y Cajal tuvo que lidiar contra los haters de su tiempo.

Los haters u odiantes se suelen caracterizar por su saña y centrarse obsesivamente en un individuo al que bien por envidia o bien por puro odio tratan de destruir a toda costa. Un caso especialmente llamativo es el de Valle Inclán cuyo ensañamiento con Echegaray rozó lo enfermizo. 

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El odio de Valle Inclán hacia otros escritores se concentró especialmente en José Echegaray ¿envidia? ¿celos? ¿o simple mala leche?

Valle Inclán, que podía competir en lo literario con Echegaray, estaba a años luz de los méritos científicos que su competidor logró, sin embargo eso no le impidió atacar al premio Nobel desde todos los ángulos posibles alcanzando incluso a lo personal.

En cierta ocasión la mala uva de Valle Inclán llegó a tal punto, que cuando le tuvo que escribir una carta a su amigo Nilo María Fabra se resistió a poner Calle Echegaray nº16 qué es donde vivía Fabra, y receloso de que la ciudad de Madrid hubiese homenajeado a su rival con una calle decidió poner “calle viejo idiota nº16” jactándose luego de que la carta llegó a su destino.

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Calle Echegaray nº 16 donde se supone que llegó la carta enviada a la calle “viejo idiota”.

Al final el odio de Valle Inclán se le volvió en contra y toda la antipatía que había vomitado contra el resto de escritores le regresó a modo de chistes sobre el brazo que le tuvieron que amputar, diciéndose por ejemplo que Ramón del Valle Inclán era el único escritor que no hablaba por los codos (ya que le faltaba uno) o que era tan pobre que cuando el escritor Jules Barbey d'Aurevilly le pidió encarecidamente que viajase a Francia para concederle el honor de estrechar su mano, Valle Inclán se cortó el brazo y se lo envió por correo.

En este sentido otro de los grandes haters teatrales fue Lope de Vega quien en el invierno de 1623 boicoteó una comedia de Ruiz de Alarcón poniendo una botella fétida entre el público que ante el nauseabundo olor abandonó el corral de comedias de la Cruz.

Por esa misma época destaca otro hater de todos conocido, Francisco Quevedo, que no escatimó en improperios y bilis hacia mujeres, judíos, protestantes, homosexuales, médicos e incluso contra sus propios protectores a los que difamó cuando no logró de ellos el favor que esperaba.

En el caso del odio a los herejes, Quevedo fue tan hater que en 1624 propuso al conde duque de Olivares matarlos en secreto evitando así que los condenados pudieran ser tomados por mártires, reconociendo que quizá… el trato que se les daba a los herejes no era muy diferente al que las leyendas y hagiografías contaban de cómo se habían comportado los malvados paganos con los santos cristianos.

Quevedo uno de los grandes haters de nuestra historia.

En el fondo bien por envidia o bien por pura maldad todo hater odia a los demás pero sobretodo a sí mismo, ya que al verse incapaz de superar a sus rivales no tiene más opción que roer reputaciones ajenas de tal modo que sin mejorar pueda quedar por encima de los  demás.