Feministas, pro-feministas, compañeros o simplemente aliados del feminismo.

¿Diferentes etiquetas para diferentes formas de vivir y sentir la implicación con el feminismo o por el contrario diferentes etiquetas para diferentes formas de querer ubicarse dentro de un movimiento que tenemos claro que como tal, no “nos pertenece” ni debería simplemente pasarnos por la cabeza el querer comandarlo/protagonizarlo?

¿Qué se esconde detrás de esa imperiosa necesidad (masculina) de querer autodenominarnos de una u otra manera?

Antes de responder de forma repentina y visceral, deberíamos ser capaces al menos, de reflexionar y razonar debidamente nuestra respuesta a esta pregunta, y por supuesto, demostrar un respeto a las diferentes sensibilidades que las mujeres feministas puedan legítimamente sentir, frente a nuestro posicionamiento ¿intelectual? en un movimiento del que deberíamos ser capaces de hablar más por nuestros actos, que no por nuestras palabras.

La conocida frase de Kelley Temple es bastante rotunda en este aspecto:

“Los hombres que quieren ser feministas no necesitan que se les dé un espacio en el feminismo. Necesitan coger el espacio que tienen en la sociedad y hacerlo feminista”

No creo que esté dentro del debate ni mucho menos cuestionada, la tan esperada (por ausente históricamente) y necesaria presencia de los hombres dentro del movimiento feminista (fundamentalmente para dirigirse, concienciar y hablar a los “suyos”), pero sí creo que deberíamos matizar y cuidar al máximo nuestra “presencia” dentro del mismo.

Recuerdo en los alrededores de la celebración del Día del Orgullo, un debate similar en el que se decía que los heterosexuales no deberían utilizar (o usurpar según las personas y sensibilidades que iban entrando en el debate/discusión) la bandera multicolor, ni siquiera en el caso de ser decididos aliados y compañeros de la lucha por la consecución real de los legítimos derechos de la comunidad LGTBi.

También era y es un debate (como todos los que se desarrollan en las redes) que no solo levanta ampollas sino opiniones tremendamente enfrentadas (difícil en cualquier caso contentar y convencer a todas las partes implicadas).

Hasta la propia definición del debate o tema a tratar (con todas las cosas “importantes” que quedan por conseguir y alcanzar y por las que merece la pena invertir nuestras a veces limitadas energías) genera no pocas controversias.

Lejos de querer ubicarme en uno u otro bando (al final, siempre todo lo acabamos reduciendo a “un bando” y esto es lo que a veces sentimos que sale perdiendo de este tipo de debates, que da la sensación que acaba por desmerecer y diluir las luchas tan necesarias) sí sentía, que podía entender y empatizar con cualquiera de los dos razonamientos.

Entendía a aquellos/as –como yo- que querían portar la bandera multicolor (o en el caso que nos ocupa, el declararse decididamente feminista) en sus respectivos muros de Facebook aunque fuera solo para dar visibilidad a una lucha que tendría que ser de todos/as y generalizada; y común en todos los ámbitos sociales y culturales.

Pero también entendía y entiendo perfectamente a todas aquellas personas que no respondían a la categoría heteronormativa dominante, que sentían que se apropiaban de “su” símbolo, incluso de su propia identidad como colectivo, en un único día en el que se mostraban a la sociedad en el despliegue y protagonismo que todos (re)conocemos (entendida esta celebración como el único reducto donde se les permite la conquista “eventual” del espacio público).

Y lo mismo me pasa con el movimiento liderado y comandado por las mujeres.

Entiendo que es una lucha que llevan protagonizando ellas en solitario prácticamente 3 siglos.

Entiendo que es una lucha, a la que el hombre, todavía en una ínfima cantidad de individuos, se ha incorporado tarde y mal.

Entiendo la desconfianza de ellas ante el nuevo hombre feminista recién llegado al que miran de reojo y cuestionan de arriba a abajo, con todas las alertas puestas en cuál va a ser su siguiente movimiento y si va a responder a estímulos propiciados por el feminismo, o si por el contrario, va a confirmarse como la enésima adaptación y apropiación de otro movimiento al que ellos quieren darle su particular “toque personal”.

No entiendo la obsesiva necesidad de los hombres de otorgarse una etiqueta, una identidad, como si de un valor añadido de nuestra lucha o acompañamiento se tratara.

No entiendo que a veces no demostremos sentir la necesaria empatía y sensibilidad por aquellas mujeres a las que molesta (y con razón) la presencia “adelantada” de hombres en un movimiento que les pertenece a ellas de forma clara y decidida (ya sabéis, la presencia y el discurso de los hombres siempre es mucho más aplaudida que la similar de cualquiera mujer que lleva en esto mucho más tiempo que nosotros, ¡¡¡y esto ocurre incluso en el propio movimiento feminista!!!).

Así que, aunque aparentemente lo parezca, no creo que se trate ni mucho menos, de un debate estéril.

La importancia, la fuerza y el poder del lenguaje, es fundamental.

Y yo cada vez me muestro más cauto (y deberíamos tenerlo siempre en cuenta) con el mensaje/ejemplo que transmitimos.

Consciente e inconscientemente.

Sobre ese mensaje personal que transmitimos hacia fuera, se construye muchas veces la opinión de personas que nos leen, nos escuchan y se forjan su idea o razonamiento correspondiente, ayudadas (o no) por nuestros argumentos.

De la misma manera que nosotros hacemos lo propio con aquellas personas que en determinados asuntos tomamos como referente en su más avanzado camino recorrido.
Creo que es un debate que habla de sensaciones, sentimientos y sensibilidades que es necesario no tomarse a la ligera.

Las mismas sensibilidades que deberíamos ser capaces de reconocer los hombres (en las mujeres) por una vez en la vida.

No se trata simplemente de que nos llamemos de una forma u otra.
¿Realmente necesitamos llamarnos de alguna manera en particular?
¿Otra vez estamos “igual” que siempre –nuestra imperiosa necesidad de reconocimiento público y halagador-?
Por otra parte, ¿estamos los hombres en posición de poder ser considerados el perfecto ejemplo aliado feminista con nuestros pasados –en mayor o menor medida- poblados de referencias y comportamientos machistas?
Siguiendo con un cierto paralelismo “tramposo”, ¿dejaríamos que un político condenado por corrupción en el pasado (y aunque habiendo mostrado arrepentimiento y cumplido su condena particular –hipotéticamente, es un ejemplo únicamente-) liderar o acompañar cualquier movimiento/campaña/lucha contra la corrupción en política, ni siquiera como compañero aliado?
No parece muy razonable desde luego.

Y a mí sinceramente, toda esta cuestión de las etiquetas feministas, me resuena deliberadamente a algo que no va ayudar necesariamente a nuestra credibilidad e implicación con el movimiento violeta.
Pero no quiero ni mucho menos que eso signifique una versión más light de mi lucha o compromiso.
Significa simplemente un reconocimiento y un convencimiento de que yo no necesito ni espero un lugar o una etiqueta adecuada a mi categoría o nivel de concienciación dentro del movimiento feminista.
Me encantaría no necesitar llamarme de ninguna manera.
Parece que necesitamos un nombre o etiqueta con el que sentirnos reconocidos por “ellas” (y por nosotros mismos) y así calmar un poco nuestros particulares egos con nuestra particular dosis de reconocimiento público (y palmadita en la espalda).
Me quedo sin duda con una respuesta que me encontré la semana pasada en uno de los muros de facebook donde se debatía precisamente este tema.

Respuesta que por supuesto provenía de una mujer (no podía ser de otra manera). Cito textualmente:
“…Yo, de un tío que habla con tíos, prefiero que use (el término) feminista. Para mí es otra forma de llevar la lucha a sus espacios, ampliando el término y desdemonizándolo. Si hablas conmigo o con personas feministas, prefiero que uses aliado…”
Y a mí, sinceramente, esta propuesta me suena rematadamente BIEN.

(Este post surgió a raíz de la lectura de un hilo sobre el tema, en el muro de Facebook de Dani Fernández la semana pasada. La última frase señalada en cursiva, pertenece a un comentario incluido en el mismo hilo, de Ro de la Torre)

Víctor Sánchez es Promotor para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres. Co-Autor del libro "Diálogos Masculinos. La masculinidad tarada"

Este artículo es una colaboración de Tribuna Feminista