2017 ha sido, sin duda, un gran año para el feminismo mediático. Hemos sido espectadores y espectadoras de un boom de denuncias públicas ante situaciones de abuso en ámbitos donde el morbo generalizado está asegurado y, por lo tanto, también la trascendencia del caso.

Esto que en principio puede considerarse como un triunfo para el movimiento feminista por la visibilidad que le repercute, puede que se asemeje más a un espectáculo de fuegos artificiales que explota y deslumbra ante las miradas atónitas del público para después perderse en la oscuridad dañando únicamente a aquellos que han tenido la mala suerte de ser alcanzados por la pólvora de la explosión.

Estamos asistiendo a una denuncia masiva de casos “aislados”, individuales, que parecen formar parte de un negocio corrupto o de hombres que casualmente han ido a coincidir con otros tan “depravados” como ellos, como es el caso de la manada, pero ¿realmente está la sociedad interesada y trabajando para acabar con esto?, ¿Son casos individuales y personales sin conexión entre sí? ¿Estamos dispuestos como sociedad a afrontar y ponerle nombre al problema?

Si analizamos el tratamiento mediático de toda esta casuística, desde el acoso en Hollywood hasta las manadas españolas, observaremos una nula referencia a cualquier sistema ideológico, teórico y político que analice, ponga nombre y solución a tales conductas, es decir, ninguna referencia al feminismo más que para utilizarlo como reclamo mercantil.

Las manadas no existirían sin un hábitat que permita su supervivencia.

Hablar de feminismo es hablar del problema, es hablar de la solución y es, por lo tanto, cuestionar y remover el sistema, un sistema absolutamente acomodado al negocio que supone la jerarquía entre los sexos, que se nutre moral, cultural, económica y sexualmente de la violencia de los hombres sobre las mujeres.

¿Qué obtiene la sociedad patriarcal mediatizando casos como la manada?

Conseguir cabezas de turco que sirvan para crear la ficción de avance, una mera apariencia de rechazo a un problema, cortando las cabezas de aquellos que han tenido el sino de encontrarse ante el foco mediático. Las apariencias importan. No pretendo quitar ningún tipo de gravedad a estos hechos, simplemente exponer la utilización de los mismos para mantener todo igual o con diferencias que no afectan realmente al núcleo del sistema en el que se sustenta la desigualdad.

El patriarcado o sistema sexo-género es un sistema social caracterizado por basarse en una división sexual jerárquica de la sociedad en la cual el poder le pertenece a los varones quedando las mujeres sometidas a él. Este sistema se ha adaptado a la situación histórica, económica y cultural existente en cada momento para subsistir. Ha sacrificado cosas y ganado otras según el caso.

Estamos en un momento histórico de cambios sociales, de globalización económica y cultural, de información basura que crea opiniones masivas y de consumo, el patriarcado también evoluciona con la sociedad y sabe que es necesario incorporar ciertos discursos de cambio integrados en la mentalidad común para poder mantenerse. Esto lo realiza apropiándose de un discurso político y vaciándolo de contenido. Nos es frecuente ver como macro empresas como Inditex comercializan con camisetas de un movimiento anticapitalista como es el feminismo, como concursos de belleza que tienen su único sustento en una sociedad machista se manifiestan en contra de la violencia de género o en como los medios de comunicación presentan noticias de agresiones sexuales sin mencionar en ningún momento los motivos por los cuales suceden y por qué son siempre hombres los agresores.

No podemos hablar de acabar con las agresiones machistas sin acabar con aquello que lo produce, sin afrontar que esto forma parte de un todo, que es una manifestación más de las múltiples facetas que componen la masculinidad. Cada hombre usa el poder que le otorga la sociedad de forma diferente, cómo y cuándo pueden. Vivimos en una sociedad que tiene la idea originaria consistente en encontrar el crédito y valor de los varones subordinando a otros, una masculinidad que se satisface concibiendo y convirtiendo en un instrumento de realización personal al otro, especialmente a las mujeres que, como Simone de Beauvoir establece en “El segundo sexo”, son siempre lo otro, la alteridad, una condenada a ser medio y no sujeto.

Si no ponemos de relieve la problemática generalizada de la sexualidad masculina y en cómo se está radicalizando por medio de la prostitución y de la pornografía creando la conciencia de derecho al poder sobre las mujeres, a la cosificación femenina, a la impunidad y normalización de estas mentalidades, esto se seguirá dando todos los días.

Las manadas no existirían sin un hábitat que permita su supervivencia.

*Elena de la Vara es graduada en Derecho, activista feminista, miembro de la Red Feminista de Albacete