Los españoles hemos tenido trece alfonsos, siete fernandos, seis felipes y una sola Juana, a la cual, sin necesidad ninguna, llevamos siglos llamando “la loca”. Y no es que no lo estuviese, pero también hubo dos isabeles de Portugal a las cuales nadie diferencia porque una estuviese chiflada y la otra no. Entonces… ¿por qué llamamos “loca” a Juana?

Mucho se ha debatido si la hija de los Reyes Católicos estaba o no loca, defendiendo, los que avalan el trastorno, las causas más diversas, desde el amor a la genética. Sin embargo, hay un aspecto poco tratado ¿estaba loca o la volvieron loca?

Ciertamente Juana pudo heredar la demencia de su abuela Isabel de Avis, pero no quita para que los malos tratos a los que fue sometida le volvieran loca (a ella y a cualquiera). Es verdad que Juana fue una niña rebeldona y caprichosa ¿pero no fue también rebelde su madre que se apropió de la corona de su hermano? ¿o no fue caprichoso su padre que tuvo hijos bastardos desde los 18 años?

Los Reyes Católicos con su hija Juana en una de las ilustraciones del Rimado de la Conquista de Granada

Juana no fue más antojadiza, ni más contestona que cualquier otra infanta de su tiempo, de hecho fue considerada en aquel tiempo como la más inteligente de los hijos de los Reyes Católicos. Quizá por ello, no supo nunca encajar su lamentable destino: ser moneda de cambio en las tareas del gobierno.

La visión romántica de la historia nos ha hecho ver que Juana se volvió loca por celos de su esposo, pero en absoluto fue el único motivo. Felipe de Austria (al que tampoco había necesidad ninguna de llamar el guapo ya que no había habido otro Felipe en España) fue un maltratador de manual. Lo vemos en faltas de respeto como abandonar a su suerte a Juana cuando llegó a Middelburg y una serie de comportamientos que evidencian una y otra vez el carácter despótico y cruel del joven archiduque de Austria.

Desde que en 1496 Juana llegase a los Países Bajos, Felipe se dedicó sistemáticamente a aislarla, empezando por comprar literalmente la lealtad de sus sirvientes españoles, hasta terminar por anular las rentas que por ley correspondían a su esposa.  Pedro de Torres que conoció de primera mano la situación llegó a decir: “traía a la reina, su mujer, como cautiva, en que no le dejaba ver si no a quien él quería (…)”

No contento con ser un esposo nefasto, Felipe el Hermoso se granjeó la enemistad política de su suegro, Fernando el Católico. De este último se ha llegado a especular con que fue el autor de la repentina muerte del archiduque de Austria.

Con apenas veinte años Juana ya estaba aislada de su familia, amigos e incluso de sus hijos, los cuales le fueron retirados siendo apenas bebés. Su situación era tan desesperante que el embajador Gutiérre Gómez de Fuensalida llegó a decir de ella que “si su alteza no fuese tan guarnecida en virtudes no podría sufrir lo que ve, más en persona de tan poca edad”. Añadiendo un dato clave, “no creo se ha visto tanta cordura”.

Es decir, que era evidente hasta para un hombre pragmático como Fuensalida, que la situación era como para volverse loco. Pero no cesaron aquí los malos tratos. Los Reyes Católicos sabedores de la situación intentaron retener a Juana, pero el chantajismo de Felipe el Hermoso llegó a su cenit, forzando al pequeño Carlos I (que tenía 4 años) a que firmase una carta diciendo cuanto echaba de menos a su madre.

Carlos I retratado por Jan Van Beers con la edad aproximada con la que fue utilizado por Felipe el Hermoso para seguir manipulando a la desesperada Juana

Juana, que no se había cortado lo más mínimo en reprochar públicamente a su esposo los devaneos en la corte borgoñona, volvió a sacar su genio en Castilla haciendo huelgas de hambre con tal de regresar a los Países Bajos.

Tras la muerte de Isabel la Católica, Juana fue vilipendiada por su padre el cual determinó encerrarla en Tordesillas e incluso autorizó a los carceleros a “darle soga” a la reina refiriéndose, claro está, a maltratos físicos, que terminaron por minar la salud física y mental de una mujer, maltratada por su esposo, por su padre y finalmente abandonada por su propio hijo. Todos ellos amén de políticos y demás personal del gobierno rara vez vieron en ella algo más que un medio para alcanzar el poder.

Sirvan pues estas líneas para extender a la historia la lucha contra todo tipo de maltrato. Con lo cual, no tiene sentido y sobre todo es injusto, que sigamos llamando a Juana como “la loca”, pues fue así como la titularon precisamente sus maltratadores.