En estos días en los que se plantea la confrontación como única alternativa, desempolvar libros de historia parece que solo puede ser para buscar reproches, pero no, no iremos por esa vía, abriremos las viejas páginas en busca de otra senda por la cual se consiguieron geniales proezas que nacieron precisamente de la unión entre catalanes y madrileños.

Para ello nos remontaremos la ciudad india de Goa en el año 1589, en aquellas fechas al haberse anexionado Felipe II la corona portuguesa había convertido a esta floreciente ciudad en el epicentro de la actividad española en Asia. 

Goa, por lo tanto, servía de plataforma para los viajes al ignoto océano Pacífico. Allí arribó san Francisco Javier y no tardó en convertirse en un punto neurálgico de las misiones jesuíticas, siempre tan interesadas por todo lo que se cociese en Oriente. En ese ambiente fue donde coincidieron nuestros protagonistas, dos jesuitas que dejarán su huella en la historia y la geografía.

El primero fue Antonio de Montserrat, un experimentado viajero de 53 años nacido en Vich allá por 1536. Su prolongada trayectoria le permitió ser autor de un libro maravilloso titulado Mongolicae Legationis Commentarius.

En él narró todos sus viajes como emisario en la corte del gran emperador mogol Akbar, gracias al cual, pudo conocer desde de Delhi a Afganistán pasando por Cachemira, el Punjab e incluso aproximarse al Tíbet de tal manera que realizó el primer mapa occidental del Himalaya.
Estos documentos junto a su otra obra Relaçam de Akbar, rey de los mongoles revolucionaría para siempre la visión de la India en el mundo.

Antonio de Montserrat (a la izquierda) junto con con Rodolfo de Acquaviva  en la corte mogola de Akbar. Fuente biblioteca de Chester Beatty. Dublin

Por otro lado, en el puerto de Goa había desembarcado un año antes un joven madrileño de apenas 25 años. Se llamaba Pedro Páez y había nacido en el pueblo de Olmeda de la Cebolla (hoy Olmeda de las Fuentes) pero su vocación viajera era tan grande que tras estudiar en Belmonte y en Coimbra, solicitó a sus superiores le enviasen a la misión más remota posible pues “cuanto más trabajosa y difícil sea con mayor contento y alegría la acepto”.

Olmeda de las Fuentes, el pueblo en el que nació Pedro Páez y que hoy tiene a gala a tan insigne vecino, al cual han homenajeado repetidas veces

Y desde luego que lo era. En febrero de 1589 ambos viajeros partieron de Goa con rumbo a Etiopía, allí apenas quedaban misioneros y las negociaciones entre el reino de Felipe II  y un posible aliado cristiano en pleno África eran más que necesarias.

Montserrat y Páez trazaron un plan, según el cual, camuflados como comerciantes armenios les permitirá ir hasta el estrecho de Ormuz desde el que partirán por vía terrestre hasta Irak pasando por Siria y Egipto para remontar luego el Nilo.

Sin embargo llegados a Omán descartaron de la idea terrestre al ser totalmente inviable, solo quedaba ir por mar y eso implicaba las peligrosas costas de Yemen. De este modo, en el puerto de Dhofar (actual Salâlah) el capitán del barco en el que viajan les traicionó, vendiéndoles sultán de Hadhramaut, el cual a su vez les enviaría al gobernador turco de la región en Sana´a.

En ese deambular por los desiertos de Arabia se convirtieron sin saberlo en los primeros europeos en cruzar el terrible desierto del Rub al-Jali e incluso a ser los primeros en probar una bebida llamada “cahua” y que hoy llamamos café.

Entre tanto traslado Monserrat desfalleció en varias ocasiones, no en vano llevaban más de cinco años de miserable cautiverio en el que finalmente fueron llevados al puerto de Mokka. Para desilusión de ambos, su destino no era regresar a la India, si no ser galeotes en la armada turca.

Las aventuras jesuíticas a menudo acababan en martirios o en la más absoluta desesperación

Por fin 1596 fueron rescatados pudiendo regresar en agosto de ese mismo año a Goa. Allí, Antonio de Monserrat viviría cuatro años más falleciendo en 1600, por su parte Pedro Páez marchó de nuevo a la aventura logrando alcanzar las costas de Etiopía. El joven aprendiz de Montserrat se convertiría con los años en el descubridor de las Fuentes del río Nilo, dejando en sus escritos constancia de su apreciado mentor:

“(…) se llama Antonio de Montserrate. Es catalán, muy inteligente para estas cosas y con singular gracia para tratar con estos reyes; fue uno de los que permanecieron en la corte del reino mogol y domina perfectamente las lenguas necesarias.”

Lamentablemente hoy día, Pedro Páez y Antonio de Montserrat no tienen una calle en Madrid o Barcelona. Pocas ocasiones mejores vamos a tener para homenajear a ambos en cada ciudad, pues el uno sin e otro jamás hubiesen conseguido sus proezas.