Agosto de 1643. Una comisión presidida por el alcalde mayor de Cuenca, don Juan Enríquez de Zúñiga, llegó a la playa de la Caleta en Málaga, no iban precisamente de vacaciones, su motivo era otro mucho más inquietante, desenterrar una arqueta maléfica.
Los operarios de la misión comenzaron las afanosas excavaciones dirigidos por un personaje singular como pocos, el expresidiario Jerónimo de Liébana. Don Juan como director de la expedición no daba crédito a las confusas órdenes que daba aquel tipo al que había conocido doce años antes en las cárceles de Cuenca.

Antigua cárcel inquisitorial de Cuenca. Fotografía de Alberto González Nieto

En la lúgubre celda donde le conoció, Jerónimo de Liébana parecía ser un simple preso condenado por hechicerías, sin embargo guardaba un terrible secreto que haría tambalear al estado.

Desesperado ante la injusta condena que cumplía, el preso reclamó hablar con el alcalde de Cuenca a quién confesó su secreto. Impactado por la noticia don Juan Enríquez no pudo por menos que remitirla a Madrid, donde llegó a oídos del todopoderoso Conde Duque de Olivares.

Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, su omnímodo poder le hizo ser un rey sin corona.

Tras leer con detenimiento la declaración, el valido y su equipo de gobierno hicieron traer a Liébana desde el presidio conquense para así comprobar que lo que decía era cierto. ¿Pero qué era ese gran secreto? ¿De qué se trataba?

Básicamente lo que Liébana reveló es que unos quince años antes, en el año 1627, se orquestó un contubernio contra el Conde Duque, para que éste perdiese el apoyo del rey y quedase libre la plaza de valido. En tales artimañas habrían participado: Antonio Domingo Fernández de Córdoba (marqués de Valenzuela y enemigo público de Olivares); don Marcos de Figueroa; Juan Bautista Quijada; el licenciado Gabriel García y Pedro Bautista.

Lo cierto es que aquella reunión no solo fue una confabulación política, entre ellos se encontraba un clérigo francés al que llamaban el doctor Guñibay especialista en artimañas mágicas que fue quien terminó realizando un peligroso sortilegio, según el cual pasado un plazo establecido Olivares caería en desgracia por efecto de la magia.

De este modo, el gobierno tuvo la providencial ayuda de encontrar al único hombre que después de tantos años sabía cómo desactivar el maleficio, era sin duda Jerónimo de Liébana. 

Liberado de su prisión conquense, se le sometió a vigilancia secreta mientras vivió en Madrid, dando siempre síntomas inequívocos de ser un ciudadano modélico, al que era fácil encontrar en los sermones y en el teatro.

Jerónimo de Liébana pudo disfrutar de un Madrid en esplendor como nos muestra este cuadro de Jusepe Leonardo

Visto lo visto, no había duda de que Líebana estaba en lo cierto, él era una víctima más de la confabulación contra Olivares y lo que es más importante todavía, de él dependía resolver el maleficio. El gobierno en pleno estaba a su disposición.

La decisión de Jerónimo de Liébana fue ir en busca de una arqueta en la que se guardaron los bártulos mágicos del ritual para así poderlo desactivar. Le acompañaría en la misión su redentor, don Juan Enríquez de Zúñiga, el cual pasadas unas horas de funesta búsqueda se dio cuenta de que algo raro pasaba en aquella playa malagueña.

¿Qué estaría pasando en la malagueña playa de la caleta en el año 1643?

Las continuas excusas de Liébana terminaron por desquiciar a los demás funcionarios que completaban la misión, hasta quienes no dudaron en examinar el pasado de aquel supuesto ciudadano ejemplar. Liébana era en realidad un pícaro de cuidado que solo estaba tratando de ganar tiempo, posiblemente para escapar. Procesado anteriormente por la Inquisición a raíz de supuestos pactos diabólicos, contrabando de amuletos… consiguió que un sinfín de patrañas mágicas fructificasen en  la mente crédula de sus víctimas.

Tomarse lo sobrenatural a chufla fue una constante en el barroco, tal y como muestra este autorretrato de Pieter Van Laer

Así acabó en Cuenca donde apostando a doble o nada decidió engañar a la cúpula misma del reino, sabedor de lo eficaz de un instrumento que han usado infinitos gobiernos. El miedo.

Una herramienta mediante la cual los gobernantes atemorizaban al pueblo llano para dominarlo mejor pero que también tenía su contrapartida pues el mismo miedo que los súbditos tenían del fin del mundo (hoy podríamos sustituirlo por la llegada de un nuevo partido político) lo tenían los gobernantes ante la pérdida del mando.

Finalmente Jerónimo de Liébana acabó con 400 latigazos a sus espaldas y arresto perpetuo, pero gracias a no dejarse intimidar y hacer que el miedo cambiase de bando, se libró de 12 años de presidio en las mazmorras de Cuenca  y otros tantos en las infectas galeras del Mediterráneo viviendo alegremente en Madrid, disfrutando del teatro.