Los árboles enfermos presentan una mayor vulnerabilidad frente al fuego, elevando el riesgo de incendio forestal y multiplicando el rango de acción de las llamas. Ésta podría ser una de las consideraciones que explicarían los últimos megaincendios que se han dado en Portugal y que amenazan con extenderse por el resto de la península este verano.

El Servicio de Protección contra Agentes Nocivos de la Dirección General de Conservación de la Naturaleza realizó hace unos años un estudio de las arboledas ibéricas en el que se demostraba que el 20 % de los bosques ibéricos está enfermo.

Los procesos de defoliación (pérdida de hojas) están afectando a más de la mitad de las especies de árboles peninsulares, mientras que la decoloración (palidez de las hojas) afecta ya a casi un 20% de la superficie forestal ibérica.

La mayoría de los procesos de deterioro de los ecosistemas forestales están provocados por el aumento de la contaminación atmosférica y los estragos que causan períodos de sequía como el que estamos atravesando, unas sequías que serán cada vez más recurrentes en el tiempo y mucho más severas, con intensas olas de calor que favorecerán el desarrollo de algunas plagas forestales como la procesionaria del pino.

Asimismo, cuando las temperaturas aumentan de manera precipitada, los árboles sufren un proceso de desecamiento debido a que la pérdida de hidratación por los poros de las hojas (estomas) no compensa la absorción de agua de las raíces, lo que les provoca un alto estrés hídrico que obliga al árbol a soltar hoja para atajar el desequilibrio. Cuando eso ocurre de manera generalizada, como este año, se multiplica el riesgo de incendio en el bosque y constituye una grave amenaza para algunas especies.

Debido a estas causas (entre otras) en los últimos años han desaparecido la práctica totalidad de los olmos ibéricos, afectados por la grafiosis, mientras el chancro amenaza con arruinar las principales castañedas del norte peninsular. De igual manera la mitad de los robles y casi tres cuartas partes de las hayas también están enfermos.

En España contamos con más de 30 millones de hectáreas de superficie forestal, lo que nos convierte en el segundo país de la Unión Europea, por detrás de Suecia. Asimismo la superficie arbolada por habitante es mayor en nuestro país que la media de la UE: 0,4 hectáreas de bosque por habitante frente a las 0,3 en el conjunto de la UE. Sin embargo la práctica totalidad de todo ese patrimonio permanece sin custodia, pues apenas un 4% de los bosques españoles dispone de algún tipo de protección.

Pero es que además de acoger a buena parte de nuestra rica biodiversidad, los ecosistemas forestales representan una de las mejores herramientas para hacer frente al cambio climático y la más eficiente para mitigarlo.

Si tenemos en cuenta que una sola hectárea forestal fija alrededor de 15 toneladas de CO2 al año, caeremos en la cuenta de que, además de aumentar el riesgo de sufrir grandes incendios forestales, el abandono de nuestros bosques nos resta capacidad de acción en la lucha contra la mayor amenaza que se cierne sobre nuestro futuro.

Por todo ello, además de combatir la amenaza de los incendios forestales con mayores y mejores medidas de control y extinción, es urgente apostar por una política forestal mucho más preventiva, que devuelva la salud a nuestras arboledas. Algo que, además, podría constituir una oportunidad de empleo y un impulso al desarrollo sostenible vinculado al cuidado del medio ambiente.