En estos días en los que estrenamos el verano, los corruptos están de celebración, se cumple el 410º aniversario de su tan valioso método de “hacerse el loco” ante los jueces. No lo digo en sentido metafórico, en el verano de 1607 el secretario y consejero de Felipe III, Pedro Franqueza, decidió hacerse el enajenado mental para no declarar por sus delitos de fraudecohecho y falsificación ante la ley. ¿Les suena?

En su afán de sorprender al ciudadano, habiendo robado ya a ancianos (con las preferentes), enfermos (en la sanidad) y niños (en educación), no son pocos los corruptos que dramatizan sus vidas cuando la justicia les echa el lazo.

Un lazo que aunque aprieta jamás ahoga, pues no viene mal recordar a estos delincuentes que tanto se amparan en lo rancio del pasado, que no hace muchos siglos también se ejecutaron corruptos provocando, por cierto, gran afluencia de público. 

Hubo muertes de corruptos que fueron todo un acontecimiento social.

Corruptos que por lo visto, tienen a disposición medios de comunicación donde hacer público su llanto, impidiendo dar así voz los verdaderos necesitados (por ejemplo, las víctimas de sus corruptelas). Convirtiendo en profecía los versos que Góngora escribió diciendo:

No hay persona que hablar deje
al necesitado en plaza;
todo el mundo le es mordaza
aunque él por señas se queje;

Aunque lo que tampoco es nuevo, son los llantos de los corruptos que,  como sucede con Francisco Granados, se atreven a hablar de “tragedia” como si sus dos años prisión fuesen los que sufrió el secretario de Felipe II, Antonio Pérez en Turégano, un castillo segoviano en el que se torturó a este político hasta que su vida corrió peligro.

A Antonio Pérez le hizo falta un doctor para que cesaren las torturas y cuando su familia lo visitó, fue solo para darle cuidados médicos.  A Francisco Granados le dan de comer galletas y lo llama “tragedia”.

Sin embargo aquellos “padres de nuestra corrupción” también dejaron a directrices claras a sus seguidores del futuro. Dar pena a los jueces.
Así lo intentó Rodrigo Calderón cuando no pudo “aforarse” como hizo su jefe, el Duque de Lerma, en el capelo cardenalicio, pues acabó degollado en la Plaza Mayor de Madrid. No sin antes demacrar su aspecto dejándose luengas barbas y aspecto de santurrón, como aplicaría siglos más tarde Julián Muñoz.

El lamentable aspecto de Rodrigo Calderón hizo crecer el mito de hombre honorable

Podríamos citar otros modus operandi de los corruptos, como pelearse entre ellos, por ejemplo a Franqueza lo detuvo Calderón y al final, uno acabó preso y el otro ejecutado, pero no daré ideas… no vaya a ser que los corruptos  no se autodestruyan.

Quizás la mejor enseñanza nos la aporte el libro del Conde Lucanor, donde un hombre arruinado se deja llevar primero por la desesperación y luego por la codicia para sucumbir a las malas artes de un desconocido llamado don Martin que siempre le protege de todas sus fechorías.

Este don Martín abandona a su protegido en el peor momento, justo cuando por sus robos es llevado ante la justicia, donde llora a moco y baba frente a un juez, que resulta ser tan corrupto o más que él, pues chantajeado por don Martin ahorca sin piedad al acusado. Finalmente don Martín, desvela su identidad que no era otra que la del mismísimo diablo, que cazando almas aprovecha la codicia como el mejor cebo para miserables.