En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven pizpireta de 21 años se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada. Tenía un plan. Y lo ejecutó de una forma tan original, osada y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de 'reina del drama'. Hablamos de Cleopatra, la última reina de Egipto. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en el palacio de Julio César envuelta en una alfombra con el fin de ganar sus simpatías y de paso, salvar el cuello y el trono de Egipto. Pero veamos punto por punto qué llevó a esta joven a utilizar sus armas femeninas para seducir al César.

El caldo de cultivo

En el 58 a.C, Ptolomeo XII Auletes fue forzado a abandonar Egipto y huir a Roma tras una rebelión provocada por su propia hija Berenice IV, hermanastra de Cleopatra. Siguiendo la hostil saga familiar de asesinatos, intrigas y traiciones, ésta había matado a su madre y a su propio marido y le había arrebatado el trono de Egipto a su padre. Vamos, una joya de muchacha y un culebrón familiar. Cuando Auletes se exilió, se llevó consigo a Cleopatra. La pequeña sólo tenía 11 años.

Tres años después, Auletes abandonó Roma bien acompañado por Cleopatra y un amplio ejército. Sus intenciones eran claras. Nada más poner un pie en Egipto, lo primero que hizo fue ejecutar a su propia hija y recuperar el trono. Cleopatra, espectadora pasiva de la 'carnicería', había aprendido la lección: no había nada seguro ni podía confiar en nadie, pues sus hermanos eran tan capaces de matarla como cualquier desconocido. No en vano sería ella quién, a lo largo de su reinado y con la frialdad de un asesino en serie, mataría a los tres hermanos que le quedaban.

En el 51 a.C muere Auletes y designa a Cleopatra como reina de Egipto. Pero según una antigua ley egipcia, debía contraer matrimonio para poder reinar. Y no con cualquiera, debía ser con su hermano Ptolomeo XIII. Él tiene 10 años; ella 18. Como no podía ser de otra forma, aquello terminó en tragedia. Ptolomeo no se conformaba con ser rey solo en nombre y conspiró para asesinar a Cleopatra y quedarse el trono. Ésta, avisada a tiempo, huyó a Siria. Mientras tanto en Roma había una Guerra Civil: Pompeyo y Julio César luchaban por el control de la República. Como ya sabemos ganó el César y a Pompeyo le cortaron la cabeza los propios egipcios que un día le ayudaron al darse cuenta que apostaron por el 'caballo perdedor'.

Cuando el César fue a buscar a su enemigo a Egipto y le regalaron la cabeza, en lugar de alegrarse se echó a llorar. Estaba claro que no era un hombre vengativo. El hombre que se encontraba detrás de esta acción no era otro que el marido de Cleopatra intentando meterse en el bolsillo al general. Aunque a Julio César, haciendo gala de su agilidad mental y su inteligencia, no le hicieron falta más que unas horas en el palacio de los ptolomeos para darse cuenta de que la casa estaba dividida. 

Enterada Cleopatra de que el César estaba en Egipto, viajó a escondidas desde Siria, a pesar de la orden de su hermano de matarla si la veían merodeando por allí. Y aquí, es donde tiene lugar uno de los encuentros más memorables de la historia. 

La oferta que César no pudo rechazar

Partamos de la base de que Cleopatra no era una mujer cualquiera muy a pesar de lo mal que han escrito sobre ella los romanos. Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería a pesar de no tener sangre egipcia. El día que se presentó ante el César, sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del César antes de que incluso él mismo los supiera. Ese fue el truco genuino de Cleopatra: adelantarse a cumplir los deseos de aquellos hombres a los que quería conquistar mediante una observación calculada de su 'presa'.

Pero volvamos al palacio. En él, un César de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante hacia a todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico. Cleopatra, deseosa de reunirse con César, única jugada que le quedaba para recuperar el trono de Egipto, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella cortesía de su marido y hermano. Con una brillantez absoluta, Cleopatra le pide a una criada que la enrolle en una alfombra y la transporte hasta el palacio de Julio César. De esta forma, consigue llegar hasta las dependencias de éste sin ser vista por nadie. Allí Cleopatra salió de la alfombra y desplegó su famoso carácter arrollador seduciendo al César. 

Pero esta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que Cleopatra no solo apostó por sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria. Había ido a por todas y no iba a escatimar en picardía. Si la descubría Ptolomeo, moriría. Si no conseguía que César estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma. Es el sexo o la muerte.

La egiptóloga Gayle Gibson cree incluso que podría haber utilizado insinuaciones sexuales subliminales. "Los griegos y los romanos, que normalmente tenían los ojos claros, usaban una cosa llamada atropina, se extrae de la belladona y hace que las pupilas estén dilatadas y muy negras. La dilatación es un signo de deseo y hace que la persona a la que miras se percate de que la deseas". Y si eso, su juventud y su osadía no conquistaba al César, también podía simular la excitación con otros cosméticos, como zumo de alguna baya u ocre para los labios, que siempre deben parecer ricos y carnosos. "Estos brillos de labios en los tiempos de Cleopatra estaban destinados a eso. Después de un orgasmo los labios de una mujer se hinchan y ella quiere estar siempre radiante y orgásmica" afirma Gibson.

La historia cuenta que Cleopatra consiguió sus objetivos y que pasaron la noche juntos. Al día siguiente César arriesgaría todo por entrar en una Guerra Civil en Egipto y subir a Cleopatra al trono como una reina independiente. Lo consiguió, aunque su obsesión con la reina exótica le llevaron a creerse un mismísimo dios egipcio. Ambas cosas ofendieron a Roma, que acabaría asesinándole en el propio Senado que juró protegerle. Tras él, vendría la memorable conquista de Cleopatra a Marco Antonio pero esta, ya es otra historia.

Comprobando la historia de la alfombra

En el documental "Los malos de la Historia: Cleopatra" unos investigadores llevan a cabo un peculiar experimento

El Dr. Fred Galvan supone que las comodidades dentro de la alfombra no eran nada románticas, por lo que cuenta con la ayuda de una modelo para ponerlo a prueba. La enrolla en una alfombra e introduce un termómetro para ver cómo le afecta la temperatura fisiológicamente. 

La aventura de la alfombra de Cleopatra fue en octubre del 48 a.C. En esa época del año las temperaturas rondan los 20 grados y se cree que sus sirvientes la transportaron 800 metros hasta el palacio del César. 

Fred recrea este viaje con unas características similares. A pesar del sofocón y el calor que pasa la modelo, demuestran que podría haber sido posible. Puedes verlo en el documental que antes citamos (minuto 8 aproximadamente):