Hace unos años, cuando empezamos a abrir blogs personales y a seguir la actualidad de la industria televisiva de Estados Unidos, veíamos todas las series que se estrenaban. Bueno, casi todas; en esa época en la que teníamos ganas, y tiempo, de ver cualquier serie ya desechábamos muchas de ellas, sin darles la mínima oportunidad, basándonos únicamente en prejuicios del tipo: “mi época de series de instituto ya pasó” , “la ciencia ficción no me interesa” “los procedimentales son todos iguales y me aburren”.

Yo lo he hecho muchas veces. Cuando empecé a ver series en serio: siguiéndolas a ritmo de emisión y siendo conscientes de que existían las temporadas, un concepto que nos era ajeno cuando veíamos la televisión tradicional, veneraba todas las producciones de cable. Todo lo que viniera con el sello de HBO o Showtime, y luego FX, adquiría un estatus automático de calidad. Lo mismo pasaba con las series que ya estaban finalizadas.

Y así he seguido hasta hoy, ha pasado el tiempo y me descubro cayendo en la misma trampa. Juzgo y descarto series antes de verlas basándome en mis prejuicios, en su sinopsis o si es multicámara. Hasta que un día, por casualidad, porque no tenía otra cosa que ver, por insistencia de conocidos o, simplemente, por la vanidad de pretender que mis argumentos a favor o en contra le interesan a alguien, les doy una oportunidad. Esos momentos los recuerdo como las epifanías de Gregory House con las que descubro un nuevo mundo y entro en una especie de comunión cósmica con las personas que supieron ver sus virtudes mucho antes que yo: “¿por qué no la vi antes?”.

Porque rectificar es de sabios, porque más vale tarde que nunca, porque nunca es tarde si la dicha es buena, y cualquier otra frase cliché que encaje aquí, éstas son las series que descarté y luego hicieron que me comiera mis palabras.