La extrema derecha es una realidad en España. La icónica fotografía de Santiago Abascal subido a un banco altavoz en mano pidiendo el voto ha dado paso a carteles de sold out en cada acto de campaña, poder orgánico en gran parte del mapa, júbilo entre sus homólogos europeos y una creciente radicalización en el argumentario político.

Al más puro estilo Steve Bannon (ideólogo de la campaña de Donald Trump e impulsor de The Movement en Europa), los ultras no tardaron en poner sus ases sobre el tapiz. Mensajes incendiarios, medidas que parecían enterradas y soflamas compartidas a la sombra de grandes símbolos patrióticos. El descontento generalizado con la clase política, la evidente corrupción instalada en nuestro país, el caciquismo en las diferentes organizaciones y el conflicto catalán han servido a Abascal y su pléyade para pasar del ostracismo a encarnar un profético mensaje seguido por millones de ciudadanos.

El germen de la extrema derecha no había desaparecido, pero, a tenor de los resultados electorales y de la situación en nuestros países vecinos, España se relajó en la repulsa de sus mensajes, observaba desde la lejanía el histriónico gesto de los adalides de esta nueva hornada de política atrabiliaria y guardada bajo llave en el baúl de los asuntos superados.

Vistalegre sirvió como aviso, Andalucía fue la puesta de largo y Colón materializó la evidencia. Más allá de si los resultados fueron todo lo positivos que se esperaban, de que la derecha pagara los platos rotos de la división y del desdén que les profesan los naranjas en su intento de blanquear sus actuaciones a Macron y los escépticos, Vox ha conseguido su objetivo: documentos compartidos, apretones de mano y la sensación de pertenecer a un bloque que los ha incluido inconscientemente por pura necesidad parlamentaria.

Ortega Smith, Espinosa y Santiago Abascal en la manifestación de Colón

 

Más allá de banderas

Con todo, la “España viva y de los valientes” ha tenido que reconvertirse. Agitar la bandera e insultar al prójimo sirve en campaña, pero cuando se le piden cuentas a nivel programático las carencias se perciben y las especulaciones y miedos se personifican.

Militares suscribiendo manifiestos franquistas, nazis en las listas y una hoja de ruta marcada por la seguridad patria y reaccionaria exclusiva para “hijos nacionales” que han de luchar contra el diferente. De Fernando Paz, cabeza de lista al Congreso por Albacete, negando el holocausto judío a Javier Ortega Smith a los mandos haciendo loas a Primo de Rivera y su repulsa a “los enemigos de España”.

Pero no han sido los únicos. La actitud cainita y revanchista contra todo aquello que no comulga con su ideario provoca reacciones de lo más atípicas. El talante democrático que se presupone a los representantes del pueblo no coincide con algunos de sus plenipotenciarios. Horas después de que el Tribunal Supremo condenara a los miembros de La Manada a 15 años de prisión por agresión sexual, el Juez Serrano, cabeza de lista de la formación en Andalucía, incendió la opinión pública con las siguientes declaraciones: "Desde ahora, la diferencia entre tener sexo gratis y pagando es que gratis puede salir más caro […] Si una mujer dice sí, pero en cualquier momento posterior dice no, inclusive varios días después, el denunciando será condenado por violación […] Hasta un gatillazo o no haber estado a la altura de lo esperado por la mujer podría terminar con el impotente en prisión".

Tampoco se quedó atrás el portavoz de la estructura en Murcia, Juan José Liarte, calificando a la ministra Dolores Delgado como “puta” y “tiparraca”. Viendo que aquello generó una repulsa compartida con luz y taquígrafos, frente a las cámaras, quiso recular y otorgar los insultos a un dirigente de EH Bildu.

Ahora bien, si algo preocupa y se observa con lupa desde fuera, son las medidas que se incluyen en cada uno de los escritos en los que se especifican sus requisitos: derogar la Ley LGTBIQ+ ("Si mis hijos son homosexuales, prefiero no tener nietos”), fomentar la adopción de “hijos nacionales”, eliminar la sanidad pública para inmigrantes, repatriar a los MENAS, suprimir chiringuitos, implantar un PIN parental para que los padres impongan sus “criterios morales” a sus hijos o tratar el aborto como “suicidio”, entre otras cosas.

Rocío Monasterio es la viva representación del análisis levítico de la situación: que no falten los centros para reconducir orientaciones sexuales, pasando por mandar el Orgullo a las afueras de Madrid y especulando con películas propias a riesgo de frivolizar sobre la inclusión de las personas con Síndrome de Down: “Todos nos emocionamos al ver la película Campeones pero pocos denunciamos el plan de exterminio eugenésico de niños”. 

Vox presente y con mando en plaza. Que nadie olvide que ellos, por sí mismos, no suman.