ELPLURAL.COM ofrece en exclusiva a sus lectores ‘Telemariano’, uno de los capítulos de ‘Conspiraciones’, (editorial Espasa), libro que salió a la venta el pasado 11 de abril y que ya puede adquirirse en las principales librerías. Se trata de una obra en la que el periodista desvela los mensajes lanzados entre unos y otros partidos, las conversaciones en la sombra, o los pactos y las alianzas acordados para hacerse con el Gobierno de España.

Mariano Rajoy gana buena parte de las elecciones generales con la política de medios informativos del Partido Popular. Los candidatos de la izquierda pican al seguirla. Rajoy logrará estar presente en las grandes televisiones, pero con entrevistas cómodas: de niños, de ciudadanos, paseos por la ciudad... Al presidente en funciones le conviene mucho más eso que enfrentarse a periodistas que le pregunten y le repregunten sobre asuntos delicados como la corrupción. Se entiende que Mariano apueste por estos formatos televisivos. Lo que se comprende menos es que el resto de los candidatos le siga.

Ver a Rajoy con chavalines o tomando unas cañas en la pantalla le viene bien. Le hace más cercano, más amable. Ver a Pablo Iglesias tocando los timbales, la guitarra o jugando a los dados no está mal, pero puede producir rechazo en un sector fiel de su electorado, que quizá le ve fuera de lugar. Pero, sobre todo, cuando se apuesta por estos formatos «amables», que tan bien le vienen al candidato del PP, se renuncia a otros de mayor profundidad sobre temas espinosos que podrían convenir más a sus adversarios.

Dicho de otra forma, a Mariano un niño no le va a repreguntar sobre los escándalos de corrupción. Ni se da pie a que lo haga un ciudadano en un plató. Aquellos tiempos en los que un periodista preguntaba y repreguntaba, con respeto, pero con interés por poner al candidato delante de sus contradicciones, parecen ya propios de otra época. Se ajustan perfectamente a los deseos de Rajoy, que desprecia las preguntas de la prensa y considera que plantearle asuntos que no le agradan es hablar mal de España.

El año de las dos elecciones generales también pasa a la historia por imponer en nuestro país el encuentro en televisión con el candidato y su lado más amable. No es algo que no se haya visto en países tan importantes como, por ejemplo, Estados Unidos, pero allí los presidentes también admiten entrevistas profundas... Salvo excepciones como la de Trump, claro.

Que Iglesias aparezca en una entrevista con el humorista Joaquín Reyes, en un seguimiento de dos días con Susanna Griso, rodeado de niños que preguntan junto Ana Rosa Quintana, con Pablo Motos y las hormigas... es normal en estos meses en los que el líder de Podemos apuesta decididamente por la presencia televisiva como forma de captar indecisos o nuevos votantes.

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Así que vemos a un niño comentar con Rajoy que por qué tanta gente se mete con él, o a una niña declararse como su «mayor fan». Él les explica la corrupción, porque «hemos tenido casos, nadie es perfecto, pero la inmensa mayoría de los políticos y de las personas son honradas, la mayor parte de la gente es buena». Vemos a Pablo Iglesias jugando a los dados eróticos con Susanna Griso y descubriendo que tiene la opción de «besar» y «chupar». También le toca una nana con la guitarra a María Teresa Campos y los timbales con Pablo Motos...

Otra clave mediática son los debates electorales. Rajoy ya ha reconocido, hasta con declaraciones públicas, que no le apetecen, que no le resultan cómodos y que suponen un esfuerzo. En charlas más informales incluso argumenta que le parecen solo un espectáculo. En los comicios del 20D, el presidente aceptó un cara a cara con Sánchez. Para los del 26J, opta por un único debate a cuatro. A Rajoy no le gustó que el candidato del PSOE le echara en cara los asuntos de corrupción. Jamás le perdonará. En la segunda campaña electoral, el Partido Socialista no lo hace público, pero intenta que ese debate a dos se repita. Rajoy lo rechaza.

Jorge Moragas, el jefe de campaña y de Gabinete de Rajoy, habla con el responsable del PSOE, Óscar López, y quedan en analizar las opciones dándose un tiempo de reflexión. En La Moncloa tardan en decidirse, pero, tras casi un mes de espera, acuerdan que habrá un debate con todos los candidatos. El PP esgrime que el duelo que se había impuesto desde el primer cara a cara de Felipe González y José María Aznar en 1993 ya no tiene sentido. Ahora los populares quieren defender «la pluralidad». Parece lógico y hasta más democrático debatir con todos los principales candidatos, aunque el motivo no es ese. El equipo electoral del PP considera que debatir a solas con Pedro Sánchez solo refuerza el perfil del candidato del PSOE. Hacerlo entre cuatro diluye protagonismos, reparte tiempos y Mariano espera que sus adversarios se enzarcen entre sí.

El debate cara a cara que enfrentó a Mariano Rajoy y Pedro Sánchez el 14 de diciembre, con 9,7 millones de espectadores y un 48,6 %, fue el último del bipartidismo. Pasará a la historia como el debate en el que a Rajoy le llamaron a la cara «indecente» y él respondió diciéndole a Sánchez «ruiz, ruin». En la segunda campaña, el PSOE no logra repetir la experiencia, Podemos está dispuesto a ir a todos los debates, Ciudadanos también quiere explotar la vena televisiva de Rivera y el PP lo fía todo a que se vea por primera vez a Rajoy con los nuevos candidatos.

El debate se presenta como histórico. En contra de lo esperado, los principales ataques al líder del PP los protagoniza el candidato de Ciudadanos. Una prueba de que lo que ocurre en un debate a veces no tiene nada que ver con lo que luego pasa tras las elecciones. Uno puede ganar esa contienda televisiva, pero luego quedar el cuarto en las urnas. O hacerle duras acusaciones al contrincante, pero luego pactar con él. Así puede ser la televisión.

Efectivamente, Albert Rivera asegura ante Mariano Rajoy que no apoyaría un Gobierno con él como presidente por los casos de corrupción. También le reprocha, periódico en mano, que enviaba mensajes a Bárcenas cuando estaba imputado «diciéndole que fuera fuerte». «La nueva política de España merece un nuevo Gobierno», sentencia Rivera. Puede que esa dureza con Rajoy ante el electorado de derechas y haber negociado con el PSOE castigue electoralmente a Ciudadanos más adelante.

Aunque aquel debate a cuatro tiene un punto determinante en la campaña electoral que apenas se destaca. Hay millones de españoles viéndolo y Pablo Iglesias renuncia a explicarles por qué no hubo acuerdo con el PSOE para gobernar. Pedro Sánchez le acusa insistentemente de haber evitado, junto a Rajoy, un Gobierno del cambio, e Iglesias, sorprendentemente, no responde. Es el debate en el que Podemos confunde no enfrentarse descaradamente con los socialistas con no dar explicaciones a la audiencia sobre lo ocurrido para que no gobernara la izquierda. Es un fallo garrafal.

Pablo Iglesias le dice a Sánchez: «Usted se equivoca de adversario [...], no soy yo, es Rajoy», o «estoy seguro de que los votantes nos quieren ver entendernos». No es casualidad. Hay una estrategia hablada con su jefe de campaña, Íñigo Errejón, por la que acuerdan no responder a lo que consideran una campaña del PSOE para confrontar con ellos. Podemos equivoca confrontación con explicación. Máxime cuando hay millones de espectadores delante. No puedes darles la callada por respuesta.

Mariano Rajoy sale vivito y coleando del debate. Como mucho, se ha perdido algún partido de la Eurocopa. Se estrena en la contienda a cuatro diciéndoles a los demás que habían ido «a hacer prácticas» y que «no estudian los temas». Y eso que, hace unos meses, el presidente en funciones reconocía que rechazaba estos formatos, porque «hay que prepararlos».

Rajoy afirma que la corrupción en España es «alguna noticia en algún medio de comunicación», que «se persigue y se castiga», pero pasa de puntillas por el blindaje a Rita Barberá, a su tesorero o al presidente de Murcia, vinculado a la Púnica, pero con quien acaba de arrancar oficialmente la campaña en un mitin. Niega que haya subido impuestos, tras la mayor subida de la democracia, o que haya habido rescate, a pesar del multimillonario «préstamo en buenas condiciones» para la banca. La estrategia de medios del PP le sale redonda, con el beneplácito de los formatos televisivos y con la astucia de Mariano, que ha vuelto a demostrar que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Él puede permitirse negar sus principales puntos negros ante toda España sin que ni siquiera le tiemble el pulso. Si acaso, le aparece ese tic que hace que mueva un poco más un párpado.