Todas las encuestas conocidas estas últimas semanas coinciden en señalar que la ciudadanía española desea que las grandes fuerzas políticas, económicas y sociales dialoguen, negocien sin condiciones previas y lleguen a grandes pactos para que nuestro país supere los devastadores efectos de esta primera gran pandemia global. Unos efectos que ya ahora son terribles pero que, si no se alcanzan estos grandes acuerdos, pueden llegar a ser todavía mucho peores: mayor incremento tanto del número de personas desempleadas como del fin de la actividad de muchos trabajadores autónomos, el cierre de muchas pequeñas y medianas empresas, sin descartar que también puedan verse obligadas a cerrar algunas grandes empresas, con todas las consecuencias que todo ello puede llegar a tener de empobrecimiento general de la población, con afectación particularmente intensa en los sectores sociales más vulnerables y, como dramático colofón, el agravamiento de los ya muy elevados niveles de desigualdad preexistentes en nuestra sociedad.

Todas las encuestas, tanto las publicadas como las no publicadas, sea cual sea  la empresa demoscópica que la haya realizado y sea cual sea también quien ha encargado el sondeo, nos ofrecen unos resultados muy contundentes: existe un consenso amplísimo, casi unánime, a favor del diálogo, la negociación y el acuerdo para poder enfrentarnos a la imprescindible y urgente tarea de la reconstrucción de nuestra sociedad, tanto en lo económico como en lo social y lo cultural. Por esto resulta particularmente sorprendente, incluso escandaloso, comprobar cómo algunas fuerzas políticas se resisten a hacer frente a este gran reto.

Se trata de reconstruir una sociedad afectada de forma tan imprevisible como gravísima. Evidentemente no se trata, como de modo tan demagógico, retador y altanero pretende Vox, de llevar ahora a cabo una nueva Reconquista, con Santiago Abascal convertido en una suerte de nuevo Don Pelayo, un personaje tan mitificado por el más rancio españolismo como cada vez más cuestionado por historiadores que niegan su existencia y lo reducen a una simple leyenda patriótica.

No, España no requiere ahora una nueva Reconquista. Mucho menos aún si se trata de una reconquista encabezada por Santiago Abascal y los suyos. Nuestro país es ahora, por suerte, un Estado social y democrático de Derecho. Así queda definido en nuestra Constitución. Somos un país miembro destacado de la Unión Europea (UE), plenamente integrado en ella y en todas las principales organizaciones internacionales. Nada ni nadie debe intentar reconquistar ahora a España, aunque Vox lo pretenda y con ello aumente las dudas y los temores del PP, y en concreto a Pablo Casado, acongojado tanto por el galopar alocado del émulo de Don Pelayo como por las severas admoniciones de José María Aznar y las amazónicas e incontenibles salidas de tono de Cayetana Álvarez de Toledo.

No, afortunadamente España no necesita ahora una nueva Reconquista. La última, de tres trágicos años de duración, entre 1936 y 1939, se prolongó hasta 1977, y ningún ciudadano español en su sano juicio desea revivirla, antes al contrario.

Lo que España reclama ahora es su reconstrucción. No una construcción, como pretende ahora Quim Torra, que con su nueva propuesta tal vez intenta de alguna manera recuperar aquel “fer país” (“hacer país”) con el que Jordi Pujol basó su política como presidente de la Generalitat, para así proseguir la hoja de ruta de aquel ya definitivamente frustrado “proceso de transición nacional” con el que el secesionismo catalán apostó por la fracasada vía unilateral a la independencia de Cataluña, de consecuencias tan negativas para el conjunto de la sociedad catalana. Tanto Jordi Pujol en su momento como ahora Quim Torra, olvidan lo que uno de sus antecesores en la Presidencia de la Generalitat, aquel político experimentado y lúcido que fue Josep Tarradellas, repitió una y mil veces: “No hay que 'hacer país'. El país ya está hecho; el país ya existe. ¡Gobiérnenlo! ¡Gestiónenlo!”.

Ni Reconquista ni Construcción: Reconstrucción. A ser posible, con unidad.