Mientras los encuentros entre ciudadanos violentos no cesaban, el presidente Pedro Sánchez lo dijo sin rodeos en el Congreso de los Diputados, “se está utilizando el virus para derribar a un Gobierno”. Encabeza esta estrategia de acoso el presidente del Partido Popular, quien aprovechó la oportunidad para anunciar que le aguarda una legislatura que será un calvario para él.

La actitud desde la abstención hasta el voto negativo de Pablo Casado fue calificada por Sánchez como una dimisión de su responsabilidad como partido de Estado, y la nueva prórroga hasta primeros de junio fue aprobada con menos votos a favor que las anteriores. Además, se escenificó en el hemiciclo la ausencia de unidad entre las formaciones que apoyaron la moción de censura contra Mariano Rajoy.

Del debate sobre la prórroga del mantenimiento del estado de alarma, quedó claro que a la oposición no le debe importar gran cosa la salud de los españoles. Y lo de sacar adelante el país ante la recesión económica internacional que conlleva el COVID19, ya se verá. Pablo Casado, en una aproximación evidente a las posiciones de sus vecinos de la ultraderecha, acusó al presidente del gobierno de ser incapaz de proteger a los ciudadanos “mas allá de esta brutal reclusión”. Como si el confinamiento no sirviera para nada.

Casado habló mucho, en exceso, de cuestiones políticas y poco de la pandemia. Ignoró las llamadas de atención de la presidenta de la Cámara… para no decir nada. En el papel de policía muy malo y policía malísimo que PP y VOX ejercen en sintonía, el ultraderechista Santiago Abascal fue más allá afirmando que “el Gobierno ha provocado la muerte de miles de compatriotas” y en términos exhibicionistas, fanfarroneando sobre las pijoalgaradas, sostuvo que “se le están llenando las calles de VOX,…la revuelta es imparable”.

¿A qué viene tanta virulencia en estos discursos? El problema está en que el negacionismo y el ataque es la única salida posible cuando el ejecutivo está gestionando, contra viento y marea, con resultados eficaces. Pedro Sánchez hizo un resumen claro y conciso basado siempre en la necesidad de mantener el estado de alarma como fórmula para resistir a la enfermedad, salvar vidas y garantizar los fundamentos de la convivencia. “No tiene ningún otro enfoque y nadie tiene derecho a derrochar lo que hemos conseguido entre todos”.

Un mensaje que no tuvo demasiado eco. Desde la izquierda y el separatismo hubo reproches por la alianza del Gobierno con Ciudadanos para sacar adelante la prórroga. Y en general, aquellos otros partidos que anunciaron su voto en contra, lamentaron que sus pretensiones no se habían aceptado, por lo que en revancha votarían en contra. En su papel estelar de apoyo a la prórroga, Edmundo Bal, por Ciudadanos, preguntó a los partidos del no, si se sentían tranquilos con su actitud que supone permitir los contagios. En suma, salvo honrosas excepciones, la oposición pasó del virus y de los ciudadanos y se centró en el “¿que hay de lo mío?” y el “quítate tu que me ponga yo”.  Lamentable.

 Enric Sopena es Presidente ad Meritum y fundador de ElPlural.com